Máscaras

UNA MÁSCARA…

PARA ESCONDER LA INJUSTICIA UNA MÁSCARA…

PARA REFLEJAR LO QUE CALLAS

ES UNA MÁSCARA LA CUAL TODOS USAMOS PARA MIRAR A LOS DEMÁS COMO NOSOTROS SOMOS MIRADOS

ES NUESTRA MÁSCARA LO ABSOLUTO DE LA PRESENTACIÓN

QUE A PRIMERA “VISTA” NOS REPRESENTA UNA VISIÓN LA INJUSTICIA

DE UNA MÁSCARA EL SILENCIO DE NUESTRA ALMA

QUE AÑORA SACIAR UN GRITO QUE NO ROMPE, SÓLO QUIEBRA QUE SÓLO AGRIETA, QUE SÓLO SE EMPEÑA

ENTIENDE BIEN LO QUE “VES” CUANDO ME VES ES SÓLO UNA VEZ CUANDO ENTIENDES BIEN LO QUE “VES”

CUANDO ME VES ES TU MÁSCARA EN MI MÁSCARA ES MI MENTIRA REFLEJADA ES MI VERDAD TRAS LA

MÁSCARA ES MI MÁSCARA MANIPULADA.

Cuchicheo. ¿Virtud o vicio político?

Afirmar a la ligera que acto virtuoso es todo el que se ubica entre el exceso y el defecto, nos puede conducir a juzgar erróneamente que ciertas virtudes son vicios o a la inversa, y esto se debe especialmente a que los límites entre el exceso y el defecto no se pueden marcar claramente, de modo que lo bueno o malo de aquellos actos que se ubican en el escabroso terreno entre exceso y defecto depende de las circunstancias en las que estos se presentan.

Uno de estos actos es el cuchicheo, el cual parece ubicarse entre el habla y el silencio, y dependiendo de cómo se presente cada uno de los extremos ya mencionados (si es que esos son realmente los extremos), podremos calificar al cuchicheo como algo bueno o como algo nocivo para la vida política, es decir, en comunidad.

Pero para poder ver en qué momento el cuchicheo es conveniente para la comunidad, y en qué momento es nocivo, es necesario saber antes qué es eso a lo que nombramos con tal término. Si buscamos cuchicheo en el DRAE, encontramos que éste es el nombre con el que se designa el acto de cuchichear, y que este acto consiste en hablar en voz baja o al oído a alguien de modo que otros no se enteren de aquello que se está diciendo[1], así como también vemos que esta palabra tiene su origen en la voz onomatopéyica cuchichiar, que es el término con el que se habla del canto de la perdiz (cuchichí), el cual normalmente es emitido cuando ésta ave llama a sus perdigones.

De lo anterior podemos deducir al menos cuatro aspectos importantes del cuchicheo, a) para que el cuchicheo se haga presente es necesario que haya una persona dispuesta a hablar y otra dispuesta a prestar atención a lo que se le dirá en voz baja o al oído; b) para que se pueda hablar a alguien al oído o en voz baja es necesario que el que escucha tenga confianza en el hablante, pues por algo le permite acercarse tanto, y por alguna razón está dispuesto a prestar atención a lo que se le dirá en voz baja sin perder palabra respecto a lo que se le dice; c) además el cuchicheo supone una distinción entre nosotros y los otros, distinción que se aprecia cuando vemos que aquellos que cuchichean pretenden que lo dicho no sea escuchado por los demás; y d) para que el cuchicheo se haga presente es necesario en primer lugar un ambiente en el que se supone ha de predominar el silencio, por ejemplo durante un discurso, donde se supone que el auditorio va a escuchar lo que el orador va a decir, o en el contexto de un estado totalitario, donde alzar la voz puede ser considerado un delito y por ende es muy probable que se reciba un castigo por ello.

Si queremos ver en qué momento el cuchicheo es virtuoso o vicioso, nos conviene detenernos a examinar las características ya mencionadas a fin de que podamos ver si éstas efectivamente nos dicen con suficiencia qué es éste y si en efecto aquello de lo que hablamos se ubica entre el silencio y el habla.

Así pues, lo primero a considerar es que a) para que el cuchicheo se haga presente es necesario que haya una persona dispuesta a hablar y otra dispuesta a prestar atención a lo que se le dirá en voz baja o al oído, lo anterior implica que este acto humano es un acto comunitario, de modo que no se puede llevar a cabo en soledad, si bien se puede pensar en voz alta, no por ello se está cuchicheando, pues el cuchicheo implica hablar en voz baja y al oído del oyente, así pues éste es un diálogo con otro, con un otro que inclina su oído hacia el hablante para escuchar, es decir, el cuchicheo es un acto que puede influir en la vida política de una comunidad.

En tanto que son al menos dos los dialogantes que cuchichean, y en tanto que el cuchicheo es el resultado de la disposición de estos para hablar y para escuchar atentamente aquello que se dice en voz baja, podemos ver que este acto humano no puede darse en silencio, más bien es un modo de comunicar que supone la emisión de sonidos, aún cuando estos sean tan bajos como los de la perdiz llamando de cerca a sus perdigones, pero esa emisión de sonidos busca mantener el silencio que hay en torno a los dialogantes, de tal manera que nadie externo a ellos los descubra.

Por otra parte, vemos que b) para poder hablar a alguien al oído o en voz baja es necesario que el que escucha tenga confianza en el hablante, pues la cercanía que exige el decir algo al oído en tanto que se habla en voz baja supone que aquel que escucha confía lo suficiente en el otro como para permitirle acercarse tanto, cercanía que bien puede poner en peligro a quien escucha cuando se acerca el hablante, pues esta cercanía deja vulnerable a quien escucha ante quien habla, en especial cuando el que se acerca parece tener otras intenciones al acercarse. Pensando en el origen de la palabra cuchicheo, podemos apreciar que la confianza que tiene el oyente en el hablante es similar a la que tienen los perdigones en la perdiz, pues ni el oyente ni los perdigones esperan que el hablante o la perdiz se acerquen con la intención de destruirlos.

Además de la confianza que muestra el auditorio respecto a las intenciones del hablante, éste también muestra confianza en que aquello que se le dirá es algo importante, o algo que no puede esperar para ser comunicado, de modo que se muestra dispuesto a acercar su oído a los labios de aquel que habla, disposición que bien supone dejar a un lado aquello que se está escuchando y que no tiene prioridad ante lo que se escuchará de labios del hablante. Así pues la cercanía que entre los dialogantes supone el cuchicheo, sólo se puede dar cuando efectivamente hay confianza en que el otro no nos hará daño y en que aquello que nos va a decir es mucho más importante que lo que se estaba atendiendo.

Por otra parte también hay que considerar que c) el cuchicheo supone una distinción entre nosotros y los otros, distinción que se aprecia en el hecho de que no todos deben enterarse de lo que se está exponiendo al oyente, de modo que es claro que la conversación que se da mediante el cuchicheo implica cierto grado de intimidad, pues aquello que se ha de decir cuchicheando pertenece al orden de lo privado, es decir, pertenece al orden de aquellas cosas que han de permanecer ocultas en el silencio una vez terminada la conversación.

En tanto que aquello que se dice mediante el cuchicheo pertenece al orden de lo íntimo y, por ende al de lo privado, éste acto humano comienza a mostrarse como algo problemático en el momento en que aquello sobre lo cual se dialoga pertenece al orden de la vida pública, es decir, a lo que compete a toda la comunidad, pues el cuchicheo en este caso se acerca excesivamente al silencio cuando aquello sobre lo que se habla ha de ser conocido por todos.

Por otra parte, hay que tomar en cuenta que para hablar sobre cuestiones íntimas con el amigo, el cuchicheo no tiene porque llegar a ser algo necesario, pues bien se puede buscar un lugar en el cual existan las condiciones apropiadas para charlar sin ser escuchado, a menos que no exista tal debido a un constante afán por hacer de la vida privada algo público.

Lo anterior, nos lleva a la cuarta característica que sobre el cuchicheo he mencionado en el presente texto, d) para que el cuchicheo se haga presente es necesario un ambiente que suponga el predominio del silencio, respecto a dicho ambiente, hay al menos dos posibilidades, α) cuando se pretende entablar un diálogo entre la comunidad a fin de encontrar aquello que es mejor para ésta, diálogo que supone a su vez la disposición del auditorio para escuchar atentamente a cada uno de los que hablan y así juzgar y elegir lo que es mejor para la comunidad misma, por ejemplo cuando hay elecciones; y β) cuando un diálogo comunitario deviene en monólogo, es decir, cuando un hablante impone su discurso sin permitir que éste sea criticado por el auditorio, por ejemplo cuando se establece un régimen totalitario.

En el primer caso, el cuchicheo impide que haya un verdadero diálogo entre la comunidad, pues aquellos que se dedican a cuchichear, muestran su desinterés por la vida pública y su preocupación por sus vidas privadas, es decir que se aíslan de la comunidad para atender aquellos asuntos que sólo les competen a unos cuantos; en una comunidad de cuchicheantes, no es posible que se pueda elegir a conciencia entre aquello que es mejor para la comunidad, pues los múltiples hablantes que hay ahí impiden que se escuche con atención aquello que se ha de juzgar como conveniente o inconveniente para la vida de todos.

Respecto al segundo caso, podemos notar que cuando el supuesto diálogo comunitario deviene en monólogo, el silencio que se impone obliga quizá a que surja el cuchicheo, pues sólo mediante la discreta conversación con los amigos es posible salir bien librado cuando se está criticando a ese monólogo que trata de cerrar las puertas al interés de los cuchicheantes por la vida política; en este contexto el cuchicheo emerge como algo necesario, pues el silencio impuesto por aquel que tiene permanentemente el uso de la palabra sólo puede comenzar a romperse mediante el nacimiento de aquel. Sin embargo, el cuchicheo en este contexto, no deja de ser un problema, pues al ser un diálogo que se entabla con unos cuantos lleva al orden de lo privado aquello que es propio de lo público, dejando latente el riesgo de que un monólogo acabe siendo sustituido por otro.

De todo lo anterior se desprende que el cuchicheo es efectivamente aquello que se encuentra entre el silencio y el habla, pues mediante éste los dialogantes procuran hablar sin romper el silencio que los rodea. Sin embargo, el que éste sea bueno o malo para la comunidad depende de la relación que haya entre ésta y el ambiente en el cual se da el cuchicheo, es decir, en un ambiente donde lo que predomina es el monólogo totalitario, y por ende el silencio del resto de la comunidad, el cuchicheo es una virtud, pues mediante éste es posible mantener con vida al interés de la comunidad por lo que de ella está haciendo la voz cantante en ese momento, y junto con ello el interés por buscar cómo cambiar las cosas; pero en un ambiente donde lo que prevalece es un intento porque la comunidad mantenga un diálogo que le permita elegir lo mejor, el cuchicheo es un vicio, pues permite un exceso de hablantes y junto con ello abre la puerta a la posibilidad que dichos hablantes se preocupen más por lo privado que por aquello que pertenece al orden público, y junto con ello a toda la comunidad.

Así pues parece que entre más saludable sea la vida política de una comunidad menos presente se hace el cuchicheo, pues en un caso es necesario y en otro es un exceso, el problema con ambos es que no hay manera de distinguir entre lo que pertenece a la comunidad, lo que es público, de lo que es propio del individuo, lo que es privado.

Maigoalida de la Luz Gómez Torres.


[1] Cfr. La entrada para cuchichear del DRAE.

Me ando con rodeos

“Lo importante no es mear mucho,

sino que salga espuma”

 

Me encanta mear, bajarme la bragueta y/o los pantalones para ponerme en la posición que sea más conveniente y simplemente dejarme ir. Así como así, llana y sencillamente soltar el esfínter y dejar que toda la orina se filtre por mi vejiga, masajeando la uretra tan placenteramente que uno no pueda sino sentir aquél escalofrío que siempre se siente durante una buena meada.

 

Mi abuelo siempre me decía que precisamente era en ese escalofrío en lo que consistía la meada, “Eso es lo que nos separa de los animales,” decía, “¿O acaso has visto alguna bestia estremecerse de placer al orinar?”

 

“Orinar” era la palabra que usaba. Pero orinar no tiene este sentido hedónico al que me refiero… hedónico, casi erótico – no por nada tanto el escalofrío como el orgasmo se originan en el mismo lugar… en la verga. No, “orinar” es muy propio – no tan técnico como mixionar, ni tan infantil como “hacer pipi/chis/pipis” –, pero simplemente es eso, demasiado propio: “Excúseme usted voy a orinar.” Le falta algo, le falta fuerza – tal vez la fuerza que lleva consigo una buena meada, de esas que hasta salpican. “Echar el miedo” o “firmar” resultan muy ambiguos y hasta sacatones – “orinita vengo” – como si uno tuviera miedo a decir las cosas como son: “Voy a mear.”

 

Para la gente de vejiga modesta, como yo, resulta todo un agasajo, pues uno anda meando en todos lados y a todas horas – literalmente a todas horas. Uno tiene que tomar sus precauciones, ya que aunque mear es todo un placer, no lo es mearse uno mismo – como no es lo mismo verla venir que sentirla llegar.

 

Aunque tal vez me equivoque. ¿Quién no ha estado alguna vez bajo la regadera, lavándose lo que uno se lava en esos lugares, cuando de repente – uno no sabe si es por el sonido del chapoteo del agua o por el hecho de sentirse totalmente libre y mojado – le dan a uno ganas de mear? ¿Y qué es lo que uno hace en esos momentos, se sale de la regadera para “orinar” en la taza como una persona decente? ¡No, uno se mea ahí, sin tapujos, debajo del chorro de agua, y de ser posible se regocija en sus propios orines!

 

Poner las manos bajo el chisguete es de las sensaciones más placenteras que la orina puede dar. Como cuando uno se mea en la alberca – cuyo efecto es más reconfortante entre más fría esté el agua – y siente ese calorcito tan envolvente junto con una sensación total de la liberación de la vejiga.  Corrijo: mear es un placer, como lo es también mearse a sí mismo, siempre y cuando uno no esté vestido – pues el calorcito placentero se torna en un gélido y pegajoso infierno que no se lo recomiendo a nadie.

 

Y es que ese calorcito es único. Por más que uno quiera revivirlo con el agua tibia del lavabo – o de alguna otra forma que se conciba y que no implique utilizar meados reales – no será lo mismo. Hay algo tan peculiar con la tibieza de la orina – en donde cabe notar que el color influye – que es como la diferencia que existe entre un anillo de oro y uno de vil metal dorado: podrán verse igual pero uno sabe – y siente en lo más profundo de sí – que no es lo mismo.

 

No hay nada como aguantarse, dejar que se llene la vejiga hasta el borde y aguantar todavía más. Uno va sintiendo como un globo que se infla poco a poco en la pelvis. La atención comienza a girar lentamente hacia este espacio que se colma, que se ensancha y que va volviéndose una tortura. El cuerpo se dobla y se re-dobla en un intento por aguantar; en un anhelo de soltarlo todo o estallar. Y el mundo pierde sentido – o mejor aún, cobra un nuevo sentido – la conciencia voltea hacia la vejiga con la mirada enloquecida y todo lo que no sea vejiga deja de existir, todo excepto un deseo, una proyección hacia algo que termine con esa tortura, hacia un paraíso que reconforte: un edén de porcelana…

 

Y es precisamente en ese momento que me encanta bajarme la bragueta, sacarme la verga y mear hasta desfallecer; hasta volverme uno mismo con la meada; cascada áurea estrellándose en la taza del baño – o en un árbol, o en el piso, o en la llanta de un automóvil. Salpicándolo todo y estremeciéndome de placer con ese maravilloso escalofrío que sólo una buena meada puede dar.

 

Gazmogno

DE LA REALIDAD AL MITO

En algún momento el hombre observa su estancia en el mundo, se verá parado frente a todo aquello que le rodee, ahora es consciente de que está. Quizá piense que se encuentra de la misma forma en la cual las cosas están –si las concibe inferiores, puesto que puede hacer uso de ellas o superiores a él, siendo éstas a las que se ve sometido, sin pensar en los fenómenos, no cobra importancia en este momento-, puede pensar que por algo se encuentra ahí, lo cual generará la incógnita de un ¿por qué?
Ya ha dado cuenta de estar en algún lado. De esto debe búsqueda para la solución a la pregunta elaborada. Aunque para dar salida a este problema tendrá que ir más allá. La pregunta misma lo obliga a hacerlo. Encontrará una respuesta a su duda en los fenómenos, los cuales son superiores a todo y no son dominados por nada, algo debe de moverlo todo, algo en algún momento decidió un orden para todo aquello que se percibe, algo tiene el por qué en sus manos.
Ahora el por qué, lo ha llevado hasta un punto en el cual dicho hombre ha sido puesto por un algo en el mundo, la razón de esto todavía es desconocida para el hombre, debido a que la pregunta tiene una respuesta que es ajena, primero debe dar razón acerca de quién es aquel que tiene el por qué en las manos.
Así el hombre, continuara elaborando preguntas y dando solución a las mismas. Seguirá creando seres que den realidad a su creencia e historias en función de los mismos que permitan ampliar el margen de su realidad inmediata. Cada una de estas cosas servirá para colocar una pieza más en el rompecabezas de su existencia. Después de elaborar una complicada red de preguntas y respuestas, intentando conocer quién es aquel o aquellos que han producido su realidad, ha dado vida al algo creador. Quizá ya no se vuelva a ver más a este ser creador como un algo, sino como un alguien que sea lo divino o pertenezca a ello. De un cierto modo ajeno a la realidad inmediata, aunque poseedor y señor de la misma. A éste le será creada una historia que al mismo tiempo narra la creación del hombre. Podría, ahora sí, obtener la información acerca de su por qué, siempre que el ser superior lo permita.
El hombre ha creado un mundo en el cual resuelve las preguntas ¿Qué? ¿Quién? y ¿Cómo? indirectamente ha dado una respuesta al por qué inicial, del cual considero ha quedado claro la respuesta pertenece a ese algo creador. Con la construcción que ha realizado sobre de un mundo y la forma en que éste ha sido creado, lo cual supera su conocimiento –sin olvidar que el ser creador ha sido creado por él, aunque no genere la conciencia de ello-, el hombre da realidad a su existencia, la narración que en algún momento sirvió para responder ciertas incógnitas se ha convertido en realidad. El mito mismo es realidad del hombre y de su origen.
El mito siendo una realidad debe ser divulgado como verdadero, dado que aquello se ha considerado como hecho verídico del origen del mundo y por lo tanto del hombre, debe ser visto bajo un carácter de cierto, por ello no será nombrado como mito –en el momento que éste es creado-, ya que de ser así la única realidad que podría adquirir sería la de historia fantástica y solamente existir en tanto que es contada. Por eso mientras lo narrado exige lo verdadero en él, la narración exige la creencia del oyente.
El mito puede o no obtener este carácter de realidad dependiendo del tiempo y del espacio. Aquello que ahora es considerado como mito, solamente es para quien lo percibe de este modo, el mito tiene en sí mismo la realidad de un determinado momento con su respectivo punto geográfico. En algún punto sirvió para dar razón al ser, a las costumbres, a la religión, la ética, la política, etc. de un pueblo. Ahora esta realidad se ha vuelto mito, lo verdadero, aunque en algunos puntos converge entre los distintos pueblos, en otros es completamente distinto -incluso se contrapone-, la verdad está dada por aquella tesis que pueda sostenerse ante la otra, al mismo tiempo que resuelva las incógnitas del nuevo paradigma.
La narración de un mito, ya sea oral o escrita, contiene las característica más propia del ser humano: el uso de la razón, siendo ésta la que le de la característica de realidad. En tanto que el hombre admira un mundo, el cual en ocasiones es ajeno, el razonamiento, la interpretación y la capacidad de verse a sí mismo como parte del todo, será lo que le dé este carácter de real.

 

Antonio C.

Cuando la luz caiga…

 

Cuando la luz caiga, y no precisamente sobre nosotros –decía— es cuando verdaderamente podremos vernos a la cara.

Cuando la imagen que tienes tú de mí se diluya –decía— es cuando finalmente me habrás olvidado.

¿Qué demonios intentaba decirme con eso? Siempre se lo tomé a juego, pero el día que realmente la olvidé… bueno, no puedo decir que sucedió exactamente ese día, quizá tampoco ese mes o año, pero sí puedo revolver cosas acerca del día que recordé que la había olvidado.

El día que lo recordé comenzó mi ruina. Fue el día que los límites se juntaron y fueron uno ¿hasta qué punto se diluye una imagen? ¿hasta qué punto es bueno entender las cosas prescindiendo de nuestra centenaria luz? porque cuando ya no esté quedarás sólo tú –decía— y yo escuchaba sólo y solamente su voz.

 

Sus ecos están en todas partes. La insistencia de su recuerdo, como todos los recuerdos, podrían ser de las cosas mejor estudiadas, pero al mismo tiempo, de aquellas que por dolorosas menos interesa conocer a ciencia cierta.

Peor que un eco, porque viaja de oído a oído ya tú sabes “el oído es el camino más corto para llegar a la mente”  y brinca de boca en boca, como la chispa en el bosque otoñal, como la lepra en aquella villa.

Tu y yo estábamos ahí y no pudimos hacer nada, eh.

Por eso mejor sigue escribiendo, aquí en el estuco de la pared, no sea que nos lo borren mientras dormimos.

 —


“…lo que llevaba escrito en el brazo era malísimo, aun estaba fresca su sangre, por eso lo golpee. Señor Garrido, le juro que no fue mi intención… es sólo que no…” repetía la profesora como si de algún modo fuera a ser más convincente que las veces anteriores. La policía ya iba en camino y la madre del desafortunado pequeño estaba tan furiosa como consternada por la violenta reacción de aquella maestra.  

“…solo que no pude dar crédito a lo que hizo. A su edad los niños no piensan en esas cosas. Por más que le pregunté y le insistí, se negaba a decirme por qué lo había hecho o en qué caricatura vió eso. Por favor, no hagamos de esto un problema más grande…” escuchó repetir palabra por palabra y con el mismo tono a la docente. Ella repite escrupulosamente su apología –pensó—, todo esto es un número bien calculado. Prefiero seguirla escuchando una y otra vez con su historia hasta que lleguen los loqueros, a lidiar con ella enfurecida –pensó—. Una y otra vez con el mismo cuento –pensó por última vez—. Estuvo a punto de reparar en el tiempo que había tardado en ensayarlo, pero sus años habían hecho en él un carácter tan estable e inamovible como indiferente.

 —


Lo que Edgar se había escrito no era ya legible, tras las lavadas y las compresas, sólo quedaba un borrón. Como siempre, como niño que era, él no estaba preocupado, al menos no más que su madre.

Sabía que no podía entender lo qué decía en su brazo. Él aún no sabía escribir. Ella no sabía quién le había dado el bolígrafo o si alguien lo había pintado a propósito a sabiendas de cómo reaccionaría su profesora.

Se preguntaba si el pasar tanto tiempo con su tío no le habría afectado. Él era incapaz de algo malo. Rayar las hojas que con amor ponía en su pared día a día, era la única ocupación de éste. No tenía manías marcadas y fuera de las veces que salía a asolearse y el Sol quemaba su espalda, su hermano era incapaz de dañarlo. Además tampoco él usaba bolígrafos.

Aunque Edgar respondía sin errar a cada inquisidor, ellos se daban por desentendidos. Al responder “nada”, lo entendían todo en otro sentido. 

El Riesgo

Al parecer, existe un aspecto al que nadie que se considere un ser humano puede escapar. Me refiero al  riesgo como tal. Me refiero a este momento de suma importancia  ya que es lo que nos impide en ocasiones a actuar; aunque por otro lado es el catalizador de nuestros actos en diferentes momentos.   

No obstante el interés en estos momentos es estudiar al riesgo como limitante de nuestros actos. Con esto me refiero a que, en momentos de riesgo se limita nuestro actuar de manera instintiva. Aunque esto sea solo en sentido corporal. Más bien, lo que intento decir es que el riesgo viene acompañado en cada decisión. Uno puede pensar que el riesgo es un síntoma de la angustia que se origina cuando estamos ante la nada, o incertidumbre. Me parece que es un momento anterior a la angustia, ya que se da antes de tomar la decisión. Inclusive se percibe, en la frase “El que no arriesga no gana”, que es un momento anterior a la toma de decisión.

AL parecer, lo importante del caso, es poder identificar este riesgo como  tal, y así poder tomar la mejor decisión. Esto en la medida en que podamos identificar las oportunidades de mejoramiento del alma, en virtud de encontrar lo más importante, como por ejemplo, la felicidad.

Ahora bien,  pensemos, también, que es un modo de evitar el dolor  de cualquier tipo. Es siempre discutible si es que, aquel que no quiere ser  herido,  no preste atención al riesgo que se le muestra en las narices. Más bien, es, en la mayora de los casos, una herramienta para salir adelante sin daño alguno, o el menor posible, en diferentes situaciones.

Es por eso que me parece indispensable que, a medida en que se nos presenten situaciones elegibles (desde un punto de vista sartriano esto es siempre), seamos capaces de identificar los riesgos para tomar siempre la mejor elección. Sin embargo, es importante mencionar, que esto no es motivo para dejar de decidir. Muy por el contrario, es indicador un tanto primitivo, de la mejor elección que podamos tomar. Así que, en adelante, me tomare más en serio el riesgo como una fuente de ayuda para tomar una decisión.