Aquí estoy de nuevo, sin palabras, sin sentido alguno. Sentado inerte ante esta inerte taza de café, tratando de encontrar en mi cabeza algo coherente que decir, que compartir; pero la lucidez nunca ha sido una de mis cualidades y lo único que puedo hacer es contemplar una mosca que vuela a mí alrededor.
De cuando en cuando se posa con sus patitas sobre la mesa. Intrigado, la acecho con la mirada. La escudriño y la analizo tratando de encontrar algo diferente en ella, algo oculto, único. Una verdad tal vez. Veo sus movimientos, sus poses, su color; me deleito observando su trompa que busca algo para comer, mientras sus alas transparentes se agitan de cuando en cuando, y sus ojos fijos y rojos reflejan un universo infinitamente multiplicado.
Sigo mirando, y en mi búsqueda percibo sus patitas delanteras acicalando su cabeza… justo entonces sucede: La mosca comienza a crecer, a expandirse; de la nada surge otra mosca, se duplica. En este éxtasis surge una tercera, una cuarta, se multiplican cada vez más rápido, una infinidad de moscas aparecen ante mis ojos, me acechan y no dejan de multiplicarse. Súbitamente su forma cambia adquiriendo la de un rostro humano, un rostro igualmente multiplicado y que reconozco. Es mi rostro que me analiza; mi rostro embobado y boquiabierto que me escudriña minuciosamente.
Pero no soy yo; es un ser que deja de tener forma, un ser que no alcanzo a comprender, ni siquiera lo concibo ya. Miro a mi alrededor y descubro que todo está multiplicado. Es un universo infinito, lleno de posibilidades y de misterios. Formas gigantes, contornos inalcanzables, movimientos, superficies, locura. Me observo y descubro unas protuberancias en el abdomen que me sostienen al piso. Me asombro de unas alas que crecen por mi espalda, y emprendo el vuelo.
Todo es enorme y mi único pensamiento es encontrar algo, algo para comer. Por todos lados busco con la trompa. Me acerco hacia algo blanco y profundo que contiene un líquido oscuro. Mirando perplejo aquél líquido, sumido en la necesidad del azúcar, percibo algo enorme que se acerca a gran velocidad. Trato de volar, de huir; la angustia se apodera de mí; muevo mis alas cada vez con más fuerza pero todo es inútil, ya es demasiado tarde.
El golpe me noquea, me deja sin conciencia y en mi desesperación miro mi mano descubriendo una pequeña mancha negriroja. Me limpio con una servilleta y sigo bebiendo mi café tratando de encontrar en mi cabeza algo coherente que decir, maldiciéndome por haber matado al único objeto de mi inspiración.
Gazmogno
¡Oh! Me acordé de «El manual del distraído»: esta es una página perfecta.
Seis párrafos concéntricos.
Veintidós oraciones concéntricas.
Y sólo un acento ido…
Muy bien.
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Pues gracias por el comentario. Nada más señálame ese acento ido… jejeje
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Ok.
«descubro que todo esta multiplicado».
¿Cómo ves?
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va! concretito, jugando con la vida y la materia a tu alrededor. Forma lúdica de mostrar, en la acción de escribir, que escribes. Atención en el detalle y preguntarse en él, o más bien, en ella, la mosca acerca de tu humanidad…..jajajajaja pinche chaqueta mental la mía , chido lar esta bueno, la imagen de verte como baboso en los ojos de la mosca me parecio fabulosa.
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Cierto, cierto, qué barbaridad en este momento lo edito…
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Llanamente.. poderoso.
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Me gustó mucho el relato, sobre todo porque me dejó una sensación peculiar cuando pensaba en la muerte y destrucción de la fuente de inspiración del narrador.
Pero, me quedaron dos preguntas que espero me ayudes a resolver:
1.¿Será que procuramos destrozar aquello que nos inspira una vez que ya he hecho su labor inspiradora?
2.¿es necesario que nuetra fuente de inspiración muera o desaparezca de nuestras vidas una vez que ya no nos sirve?
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