¿ Será mentira?

“Ustedes tienen por padre al Diablo, y quieren realizar los malos deseos del Diablo. El es asesino de hombres desde el principio. No ha permanecido en la verdad. Cuando habla, de él brota la mentira, porque es mentiroso y padre de toda mentira.”

Juan. 8,44

Sobre la verdad se han dado una bastedad de discursos, al grado que resulta muy fácil perderse entre los mismos y acabar por no poder distinguir a lo verdadero de lo falso; en algunos de estos, la verdad es el resultado de una actividad que realiza el intelecto y que consiste en develar lo que es en contraposición con las apariencias, en otros la verdad es la correspondencia que hay entre las cosas y lo que de éstas se predica, y en otros discursos la verdad consiste en que una proposición tenga la cualidad de no contradecirse; y eso por sólo mencionar algunos.

Sin embargo, esa multiplicidad de discursos ya mencionados, y que por cierto son los más comunes cuando de hablar sobre la verdad se trata, se centra en la relación entre el hombre y el mundo, de modo que verdadero será aquello que permanece en el constante cambio de las apariencias, o bien será una adecuada enunciación sobre qué y cómo son aquellas cosas con las que se relaciona el hombre cuando gira su mirada en torno al mundo; o en un caso atípico , la verdad será la proporción adecuada entre lo que el hombre dice y lo que piensa, es decir, aquello que quizá busca el hombre cuando voltea a verse a sí mismo, carencia de contradicciones.

Pero hay un aspecto de la vida humana, en el que parece que tales discursos sobre la verdad no centran su atención, me refiero a la relación del hombre con el hombre. Así pues considero conveniente echar un vistazo a lo que decimos que es la verdad atendiendo a dicha relación, y dejando provisionalmente a un lado el problema de lo verdadero cuando el hombre ve al mundo como algo ajeno, o cuando decide analizar el carácter no contradictorio de su discurso, el cual bien puede ser falso sin contradecirse nunca.

Comencemos pues, atendiendo a la experiencia cotidiana de relacionarnos con los otros, cuando nos relacionamos con otro, lo hacemos porque confiamos en él. Esperamos que aquello que nos dice o procura mostrar sobre su persona sea verdad, de modo que también esperamos que éste sea fiel a lo que nos dice, es decir, sentimos que es una persona veraz y por ende incapaz de traicionarnos. Sin embargo, en muchas ocasiones las traiciones a esa confianza se dan, Adán y Eva probaron el fruto prohibido a pesar de la orden que les dio Dios confiando en su obediencia, y muchas ciudades han sido tomadas por causa de alguien que decide traicionar la confianza de sus conciudadanos.

De la posibilidad de la traición, podemos inferir que la verdad es lo opuesto a la mentira, pues parece que no hay nada que lastime más a la comunidad que ésta última, porque a partir del descubrimiento de la misma ya no es tan fácil volver a confiar en el mentiroso, es decir, calificarlo nuevamente como alguien fiel. Pero afirmar así nada más que verdad es aquello que se opone a la mentira, supone que ya tenemos un conocimiento suficiente sobre lo que ésta última sea, y que la relación entre verdad y mentira efectivamente sea de oposición.

En el texto titulado ¿Será verdad?, afirmé que la mentira consiste en decir lo que no es con la finalidad de engañar al otro, además señalé que la actividad del mentiroso necesariamente es una actividad dialógica, pues para que haya mentira es necesario un diálogo, que bien puede ser consigo mismo pensado como un otro, en donde uno mienta y otro crea.

Atendiendo a la experiencia de ser engañado, podemos afirmar que la verdad es contraria a la mentira, y que el hombre veraz lo es al mentiroso; pero decir tal cosa sin detenerse a pensar en ello, nos conduciría a afirmar que la verdad consiste en decir lo que es, y que por ser contraria a la mentira, ésta no es dialógica, lo que peligrosamente nos lleva a cancelar la posibilidad de tener una comunidad conformada por hombres veraces. Pensemos pues con más cuidado, en qué consiste la oposición entre verdad y mentira.

La verdad sólo puede ser calificada como tal cuando es enunciada, una verdad no enunciada puede ser real, pero eso es algo que no sabremos si ni siquiera ha sido articulada, de modo que el hombre veraz, pensado como aquel que dice o profesa siempre la verdad, es un hombre que hace uso de la palabra, ya sea para comunicar algo a otro hombre o para dialogar consigo mismo cuando piensa. Así pues, el hombre veraz, al igual que el mentiroso es un hombre que vive en comunidad.

Siendo ambos hombres, seres comunitarios, la diferencia que hay entre ellos no radica en que uno viva rodeado de muchos y el otro viva solitariamente, así pues son diferentes en lo que dicen. Sabiendo que el hombre mentiroso dice lo que no es, podemos inferir que el hombre veraz dice lo que es; pero hay hombres que hacen discursos contrarios a lo que las cosas son sin que por ello los califiquemos de mentirosos, más bien decimos de ellos que viven en el error.

Así pues, vemos que hay algo más que distingue al hombre veraz del mentiroso, porque aquellos que viven en el error se diferencian en algo de los otros dos. Recordemos que el mentiroso tiene la finalidad de engañar cuando miente, finalidad de la que carece el hombre que se equivoca, y que es lo más contrario que hay al hombre veraz, es decir, la verdad no engaña a la comunidad, además el que se equivoca dice lo que no es en lugar de lo que es, y el hombre veraz se caracteriza por ser un hombre confiable, es decir, por afirmar lo que es de las cosas sobre las que habla.

Que la verdad no engañe a la comunidad implica que el hombre veraz es alguien confiable porque no pretende engañar a nadie, en cambio el mentiroso no es confiable, cualquiera que tenga sentido común deja de creer en aquel al que ha sorprendido mintiendo, y ese dejar de creer implica cierto aislamiento al que es sometido el mentiroso, lo que significa una ruptura entre la comunidad y éste. En cambio, la actividad del hombre veraz lleva a la comunidad a tener confianza en éste, y esa confianza termina por unir más a la misma.

Así pues la verdad es lo que une a los hombres en tanto que les permite confiar unos en otros, y es opuesta a la mentira no sólo por lo que afirma el hombre veraz, sino por la finalidad con la cual habla y el resultado de su hablar. En este sentido, la verdad no sólo es todo aquello que enuncian los discursos mencionados al principio de este texto, también es lo que permite a la comunidad ser tal, pues un hombre veraz, en tanto que busca el bienestar de ésta al evitar que viva en el engaño, es un hombre fiel, es decir, es alguien en quien la comunidad puede confiar plenamente.

Mutaciones y Fijezas

A. Cortés

esperando aquel día en que cayera, funesta,
hirviendo en la mente y el pecho de hombres,
sembrando el veneno que acaba con todo.


La confianza en la palabra es aliento del filósofo. No hace mucho tiempo que el hombre veía en el aliento el signo inequívoco de su fuerza vital. Y diferente al resto de los animales, se cierne lo humano en la palabra como una entrega misteriosa que comienza con un hálito ordenado, articulado y pronunciado en concordancia con el pensamiento, y que culmina con la pretensión de dar junto con el fonema, expresión de una visión susceptible de ser comunicada.

Comunica quien con la palabra puede dar a otro lo que tiene y que el otro puede tener también. Y si lo puede tener, es en este ejercicio de comunión. Se comparte la palabra porque los hombres vivimos en un mundo. Pero lo dicho es blanco de desconfianza y resquemortan pronto como se hace evidente la posibilidad de la mentira. Es efectivamente posible mentir, y de eso no tenemos dudas serias. Sin embargo, ésto no salva al hombre de la mayor obscuridad discursiva: la desconfianza se vuelve mucho más áspera si se mantiene a raya de algo que forzosamente será verdadero, pero que al mismo tiempo pone en su velo lo más importante de todo. Ésto ocurre si se duda de la verdad valiosa, y con ella de la posibilidad de la ciencia[1].

Intentemos reflexionar si “lo más importante de todo” lo es en verdad: “apreciamos lo que permanece por sobre lo que cambia”. Ésto es lo que se está dando por sentado en estos párrafos, ¿y será cierto? Para responder a esa pregunta, tenemos que ponernos a considerar con detenimiento cómo vamos a avanzar: ¿qué hacer primero, ver ejemplos, pensar en la necesidad del conocimiento, confrontar las respuestas contradictorias con la experiencia? Seguro lo mejor sería decir primero lo que vemos primero, y tratar de que eso nos lleve a lo que posibilita que veamos lo que vemos. Y, según yo, eso es lo que Aristóteles dice al principio de la Metafísica: “todos los hombres por naturaleza están tendidos hacia el saber; prueba de ello está en nuestro afecto a los sentidos”. ¿A cuál sentido le tenemos más afecto? En esa respuesta se encuentra la prueba a la que alude Aristóteles: de los sentidos, incluso considerados sin que estén realizando su función, nos parece la vista por sí mismo el más valioso de todos. Porque gracias a él sabemos más, en comparación con los demás, y nos ayuda a ver más distinciones en las cosas que cualquier otro. Con el oído diferenciamos la altura, la duración, la intensidad; con el tacto, la dureza, la asperidad; con el gusto, la acidez, el amargor; con el olfato, la dulzura. Pero con la vista distinguimos muchas más características de las cosas, vemos colores, figuras, profundidad, claridad, quizá hasta cabría decir que vemos movimiento.

Hasta aquí, pues, es paráfrasis de Aristóteles: le parece que por el hecho de que apreciamos más la vista se evidencia que los hombres tienen una disposición natural hacia el conocimiento. ¿Qué les parece a ustedes? Rousseau, por su lado, no estaría tan de acuerdo, pues piensa que el órgano más importante de nuestra sensibilidad es el acústico: es el único que no se puede apartar naturalmente de su función, todos los otros, se cierran o se detienen. ¿Será más bien que tenemos en mayor estima al oído? Sea como fuera, tenemos que apartarnos de la discusión sobre la sensibilidad -que seguro puede traer como consecuencia muchas conclusiones interesantes sobre el modo de conocer de los hombres-, pues lo importante aquí es ponderar si somos o no seres que están dispuestos naturalmente al conocimiento, pues quizá en cómo entendemos lo que es conocer se nos aclara también si somos seres que inevitablemente valoran más lo que permanece.

Yo, por mi parte, puedo pensar en que nos dedicamos toda la vida a conocer y a vivir de acuerdo a lo que conocemos en muchísimas maneras distintas. Pero cuando hablamos de ciencia como conocimiento de lo universal y necesario, aparte damos a cierto saber el privilegio de ser estable posesión de todo hombre posible, no sólo de uno o de algunos. Piensen en todos los productos comerciales que nos rodean: la verdad a la que aluden ha de ser científica si se le quiere dar verdadero peso (claro, con la concepción contemporánea de ciencia), y con esto sólo estamos mostrando nuestra mayor confianza sobre aquello que nos dicen pretendiendo mencionar su universalidad y su necesidad. Una caja de cereal con su “tabla de valor nutrimental” no hace otra cosa que ésto, porque los datos recopilados en dicha tabla tienen la pretensión de presentarnos un estado no-cambiante, una disposición irremediablemente encontrada en el interior del rico cereal. El esfuerzo científico se dedica a ello, a pelearse con quien diga que su saber es particular, o que es temporal. Es cierto –no sería justo pasarlo de largo- que la ciencia contemporánea (pienso en física newtoniana aplicada a la astronomía y física cuántica aplicada a la electroquímica, o en las teorías de la naturaleza doble de la luz[2]) no siente escrúpulos en admitir juicios y teorías que no expliquen la verdad, sino que sirvan a sus propósitos experimentales y observacionales; sin embargo, admitamos que esta disposición es consecuencia de un esfuerzo grande pero infructuoso por fundamentar la ciencia como sistema universal y necesario: el día que alguien exponga la naturaleza de la luz de manera clara y distinta, tal que aparezca a todos como fundada en principios universales y necesarios, las dos teorías ahora aceptadas y cambalacheadas se dejarán inmediatamente de lado y se admitirá la que, siendo una, explica los dos ámbitos de la cuestión.

Sea o no el modo contemporáneo el mejor para hacer ciencia, la pretensión de verdad a la que apunta es la necesidad y universalidad de su juicio; aun cuando intente establecer que, por necesidad, no ha habido nunca ni habrá una sola cosa en el mundo que pueda ser eterna. Parece que nosotros por naturaleza preferimos tener esta clase de verdad en nuestro poder; aunque, como ya hemos dicho, la mayoría de los hombres vivos hoy desconfía de la posibilidad de alcanzar tal tesoro. Aún más evidente, todo lo que hacemos está implicado en lo que sabemos, en lo que supimos, lo que aprendimos, lo que hemos descubierto. Incluso se nota que nos comportamos de maneras distintas dado el olvido de algo que sabíamos, o de la patente ignorancia. El recuerdo y la capacidad de recordar son fundamentales para el ejercicio del intelecto sano. Y todo ésto gana nuestra admiración si se trata de la relación del conocedor con lo universal y necesario de la ciencia.

Este tipo de relación es visible en el caso de algunas de las ocupaciones del intelecto como las matemáticas o la lógica, o con todo aquello que consideramos conocimiento perenne.Es decir, aquello que llamamos ‘ciencia’ se nos presenta con apariencia de ser cierto tipo de conocimiento racional con la pretensión de ser (y así intentamos enérgicamente que sea) válido para todo tiempo y hombre posible[3]. Cualquier discurso científico por tanto versa sobre lo general, y en ésto cae en un ámbito que se desprende del sensible en el mundo que fue generado y que por tanto perece. De allí su pretensión: dado que lo particular y mundano es perecedero, parece lícito el intento por alejarse de él si se quiere un discurso inmortal. Gracias a esta separación, al legar la razón en la generalidad el hombre se pliega a hablar de lo que va a durar más allá de lo sensible que se corrompe ante sus ojos, es decir, a discurrir de aquello tan viejo como el triángulo, tan vigente como el deseo y tan certero como el movimiento. El punto de partida, por tanto, es el hecho de que vemos algo más general que el individuo solo que se nos presenta a los sentidos, y esto no se hace con el cuerpo, como facultad sensorial, sino con el intelecto. Luego se desprende que en ningún caso las razones particulares constituyen conocimiento científico en el sentido de universal y necesario[4], que aplica para todos y que no puede ser de otra manera.

La palabra es término porque expone (pone fuera) lo que se conoce. Da de ver la posesión de quien lo exhibe, y lo regala. Por otro lado, la desconfianza en esta posibilidad merma el trabajo científico eximiéndolo de dar razón, arrebatándole la responsabilidad de su ejercicio por negar que ésta tenga algún fundamento real. Es éste, el científico, el discurso que más vivamente proclama su lugar certero sobre eltrono del conocimiento[5], por sostenerse con rigor y confianza en su base (tal sucede con la mencionada matemática, por ejemplo). Y ¿cómo habría de pasar ésto si no fuera que tenemos por más valiosa la permanencia que el cambio? Cualquier otro modo de hablar refiere por lo frecuente a la opinión o a la ignorancia: lo que decimos de lo particular siempre es algo que pudo ser o no ser así (y esta misma oración pretende poder desprenderse de lo particular para que sea tomada en cuenta). Pero conocer científicamente se torna problema desde que no se acepta la validez de hallar en la experiencia evidencia suficiente para el hombre impulsado a resolver si en verdad conoce, y si eso que conoce no es moda, sino permanencia.

Si le tratamos de dar valor a la moda, a lo mutable, por estar habituados a ella y nos detenemos a apreciar lo dispuesto al cambio en lugar de a lo que se mantiene, ¿no estamos apreciando más lo que siempre cambia en tanto que lo hace siempre? Creo que no tenemos salida, por más que se nos haga evidente el movimiento, lo más valioso es poder decir qué es lo que todo movimiento es siempre. La moda en tanto que efímera, considerada por separado en cada etapa, si se quisiera de verdad someter a un discurso que por ello la valorara, tendría que admitir no sólo la carencia de tales ‘etapas’ (porque esa manera ya organiza la experiencia en la palabra como algo que permanece durante la etapa), sino que tendría que obligar al discurso a expresar de ella un movimiento continuo en el que nunca se aprecia nada que hubo de quedarse quieto. ¿Y cómo hablar de la moda entonces, si ella misma no es una sola cosa? Tratar de hablar en forma mutable de lo mutable termina por cancelar el discurso. Y esto no es accesorio, ni agregado, sino perfectamente natural: la palabra tiene tal modo de ser que no puede dar razón de lo que no es en tanto que no es. ¿Y no es esa suficiente evidencia de que, naturalmente, el hombre tiene por más valiosa la permanencia que el cambio?

Que conste que no estoy diciendo que del cambio no puede hablarse (si acaso sí digo que es bastante difícil), estoy diciendo que apreciamos en el cambio lo que podemos decir que es, y sólo encontramos las cosas que son por ser unas y las mismas al mismo respecto del que hablamos de ellas. Por eso tenemos palabra ‘cambio’, porque nos parece que el cambio es una sola cosa que siempre aparece ante nosotros como lo mismo, si bien de modos distintos. La moda, por su parte, es un hábito corriente en lo contemporáneo, y habría que poner en duda qué tanto vale la pena que lo consideremos seriamente en cada una de sus etapas, o en tanto que cambio continuo; así como también valdría la pena intentar decir qué es lo que alcanzamos a ver que acontece con los hombres vivos hoy, en los que habita esta obscura desconfianza en la posibilidad de hallar la verdad valiosa.



[1] Tal como sucede con consecuencias máximas con Jonathan Dancy cuando afirma que del mundo, en el mejor de los casos, sólo podemos tener una acepción imperfecta, y que ésto mismo es lo que admiten los realistas. Ésto equivale a afirmar que los más preocupados por lo real son quienes pasan de largo el hecho de que, de la realidad, lo más noble que tenemos es nuestra propia interpretación, pues nada hay que sea cognoscible como pretendemos. Este escepticismo niega el valor real del mundo y la posibilidad de saber sobre las cosas con las que tenemos experiencia se cancela. Para éstos que se encuentran en tal extremo, quizá la mejor vida esté dentro de casa tomando antidepresivos y calmantes.

[2] Me refiero a las teorías que dicen, la una, que la luz está compuesta por ondas, la otra, que está compuesta por partículas. Actualmente, la exposición de la luz se hace tomando en cuenta ambos aspectos, a veces uno, a veces el otro, dependiendo de la naturaleza del experimento en cuestión.

[3] Por ejemplo, me parece que Kant admite en La Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, “Prefacio”, § 7, que no debe pensarse solamente en lo correspondiente al ‘hombre’, sino que ha de abarcarse con la noción a todo ‘ente racional’ posible.

[4] ARISTÓTELES, en su “Libro V” de la Metafísica, Capítulo 5, dice que la necesidad (a)nagkai=oj) es “en sentido fundamental y primero, lo simple, lo que no puede tener más que un modo de ser”. En griego y fuera de Aristóteles, esta palabra era entendida mayormente como ‘lo forzoso’ o ‘lo impuesto’. La universalidad, por otra parte, es usada en la misma obra como lo relativo a un todo, como lo que abarca algo totalmente (kaqo/lou).

[5] Y con más razones de peso cuando se trata de ciencia entendida como directamente proveniente del término latino scientia, conocimiento. En este caso, hablo de las ciencias limitadas por su naturaleza sistemática (organizada por principio, medio y fin de acuerdo a la razón) y abocadas a un sólo objeto bien definido cada una de ellas.

La caza y el suplicio

El jabalí es la presa, aunque no es su destino ser cazado. La caza del jabalí en manos de los hombres funciona sólo como intento, como intención malograda: el que comanda la búsqueda de la bestia, que es Adrastro o “el incapaz de sustraerse a su propio destino”, lacera de muerte al hijo del rey lidio, Creso, que también acompañaba en la caza. Al rey todo le había sido dicho a través de un sueño, a través de esas imágenes que pone el dios en los hombres mientras duermen. No hay azar y el destino embiste como el jabalí, herramienta y simulacro de Apolo, dios del Oráculo; ese jabalí que, en el cuerpo de Ágave, rodea a su presa con ayuda de sus bacantes. La sacerdotisa, madre del rey Penteo, no entiende, está fuera de sí mientras invoca a Dionisio, los “coros secretos del dios” tiemblan en el aire, la presa cae al suelo. En ese momento Penteo sabe que va a morir. Ágave le desgarra el hombro con la fuerza que el dios le confirió en las manos; Ino, Autónoe y el resto de las bacantes comienzan a descuartizarlo a medida de que el aliento de la presa aminora, “todas ellas se echaban unas a otras con las manos manchadas de sangre la carne de Penteo, como si jugasen con una pelota”. Sócrates, ya en la polis, teme ser cazado, “me sentí arder y estaba como fuera de mí, y pensé que Cidias sabía mucho en cosas de amor, cuando, refiriéndose a un joven hermoso, aconseja a otro que si un cervatillo llega frente a un león, ha de cuidar de no ser hecho pedazos”. El amor es la forma politizada de la caza y el suplicio, se trata del mismo amor que cruza toda empresa filosófica. ¿Qué cazamos y qué padecemos cuando intentamos pensar?

Sólo escribo esto a manera de saludo para anunciar mi ingreso al blog y para darles las gracias por la invitación. Espero poder aportar algo interesante.

A Day in the Life

 

 

Lo primero a considerar, en cuanto al aspecto formal, es que podemos dividir A day in the life en seis partes. Tres de ellas resultan principales, mientras que las otras tres fungen como puente o resolución de las primeras, respectivamente.

 

Ahora bien, cuando nos adentramos en la canción, lo primero que percibimos son los restos de los aplausos brindados a la Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band, quien cierra su actuación con un reprise de la canción del mismo nombre. Esto nos indica que A day in the life no va a ser interpretada ya por la banda del Sargento Pimienta; que esta canción en específico, sale del contexto del Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band como álbum conceptual en el sentido de que no será ejecutada por una banda imaginaria, existente sólo en cuanto concepto, sino que serán los mismos Beatles quienes la interpreten. A day in the life: un día en la vida, en la cotidianidad; ya no habrán viajes de LSD con Lucy ni ayuda de nuestros amigos, y si encontramos a Rita, tal vez ya no sea tan lovely.

 

El inicio de la canción propiamente lo indica el rasgueo de una guitarra, que pareciera no sólo provenir del fondo mismo de los aplausos que anteriormente mencionamos, sino acallarlos, disiparlos. Este rasgueo, que en primera instancia resulta lánguido y opaco, es el que marca el ritmo; un ritmo pausado que, al entrar el piano, invade nuestro ser y poco a poco comienza a teñirlo de melancolía. Este sentimiento se acrecienta cuando escuchamos la voz que, al entrar con el bajo, matiza el tinte melancólico dándole un pequeño giro. ¿Hacia qué dirección nos lleva?

 

El tono de voz resulta agudo y lineal, demasiado lineal. Esta falta de modulaciones, junto con el eco que se escucha y la manera en la que Lennon canta nos produce una sensación de distancia, de lejanía, aunque la voz sea lo que predomine y lo que más resalte. Esta distancia y esta linealidad se mezclan al ritmo tiñendo la melancolía de nostalgia. Antes de escuchar la voz entramos en un estado limítrofe, donde la tristeza nos invade a tal punto de borrar, poco a poco, la delgada línea que divide la vida de la muerte. Cuando la voz entra, este estado parece agudizarse proyectándose hacia atrás, hacia nuestro pasado: un pasado perdido. La distancia que nos transmite Lennon es la misma que media entre nuestro presente adolescente-adulto y nuestra niñez. Es el recuerdo de nuestra madre, es la nostalgia de nuestro primer hogar uterino. De hecho, si atendemos bien a la melodía, encontramos una gran semejanza con las canciones de cuna, que incluso al principio de la letra podemos ver como tal. Lennon es la voz pasada de una madre que le canta al niño que ha dejado de serlo.

 

Esta conciencia de distancia provoca la sensación de que estamos dentro de un sueño. Ahora bien, si dejamos que la música fluya encontramos que el bajo, en su transcurrir, obliga a nuestro ser a flotar dentro de ese sueño. Este instrumento es el que, dejando de lado la voz, lleva la melodía. Sus escalas son como un sube-y-baja que rompe con la monotonía de la voz provocando así, no sólo la sensación de estar flotando, sino la de una cierta calma. Y sentimos que esta calma no es total porque la misma música lo impide al entrar la batería. Ésta aparece en el momento en el que la letra toma un rumbo sarcástico y un tanto morboso (he blew his mind out in a car), que contrasta con el tono de la voz, pero se reafirma con la violencia sutil de la batería. Sin embargo, la calma no se rompe por completo, sino que adquiere un sentido peculiar: la melancolía y la nostalgia que sentimos se equilibran con un tipo de calma, aquella que es producida por la aceptación de algo que es imposible de cambiar, que aunque no erradica la tristeza sí apacigua la voluntad truncada.

 

Ahora bien, la batería se manifiesta con redobles y pocas veces se estanca en un ritmo constante, es más bien melódica. Esto rompe con la monotonía de la guitarra y del piano y se confabula con los saltos y el colorido que brinda el bajo. Y si nos detenemos a considerar esta inversión del ritmo y de la melodía (generalmente aquél es marcado por la batería y el bajo, mientras que ésta es llevada por la guitarra y el piano) vemos con más claridad por qué esta primera parte de la canción produce el efecto de estar en un sueño, ya que en todo sueño la lógica se invierte: lo inconsciente predomina sobre lo conciente y lo opaca.

 

Esta primera parte culmina con una alusión sexual que le abre paso al primer puente. No sólo lo que dice el último verso (I´d love to turn you on), sino cómo lo canta Lennon y la forma en la que el piano imita un jadeo dan la sensación del coito. Las palabras turn you on son sofocadas por el jadeo del piano que se transforma en una ascensión amorfa y desemboca en la tercera parte. Primero escuchamos algo como un enjambre que, poco a poco, se confunde con sonidos que rompen todo tipo de ritmo y de melodía: platillos, chelos, tambores, violines, todos entremezclados y en crescendo producen una sensación que no reconocemos bien si es el ascenso al orgasmo o el de la inconsciencia a la conciencia. El sueño parece estar llegando al clímax; la calma es destrozada y deja en su lugar un sentimiento de angustia, de incertidumbre.

 

¿A dónde nos conduce este ascenso? Su culminación es rápida, tal vez demasiado rápida como para ser de un orgasmo. Si escuchamos con atención podemos distinguir, en el clímax de la ascensión, unos violines que marcan el ritmo y que serán suplidos, en la tercera parte, por un piano que asemeja los latidos del corazón. Éstos marcan un ritmo constante y más acelerado que el de la primera parte, por lo que nos produce la sensación de que acabamos de despertar de un sueño, y de que los violines vagos del clímax no eran más que la percepción de los mismos latidos, escuchados desde la lejanía del inconsciente. Así, pues, la conciencia surge, y este despertar se constata por el sonido de un despertador que, junto con el ritmo acelerado, nos lleva a la sensación de que algo nos ha regresado abruptamente del sueño a la realidad. Esto se confirma con la letra (woke up, fell out of bed).

 

La voz que escuchamos ha cambiado, ya no es lineal ni distante, sino que se nos muestra rítmica y modulada. La batería la acompaña, pero ahora con un ritmo constante un tanto monótono que da la sensación de ser mecánico. Es la vida en la vigilia y su ritmo acelerado el que se nos muestra. La sensación de flotar se convierte en un sentimiento de rapidez, de rutina. El ritmo y la melodía se invierten de nuevo para situarnos en la realidad de lo cotidiano: dragged a comb across my head… found my way downstairs… I noticed I was late…

 

Aunque la letra y el bajo nos obligan a subir y a bajar constantemente, no evitan la mecanicidad ni la monotonía de la batería, que es lo que subyace. Esto nos hace sentir autómatas, son agota e incluso provoca que nuestro ser jadee de cansancio como lo hace el mismo McCartney cuando nota que se le ha hecho tarde. Pero este ritmo de vida no puede durar concientemente, no es humano, por lo que a la primera oportunidad nos escapamos, nos fugamos de la realidad que nos absorbe (Somebody spoke and I went into a dream).

 

Esta fuga constituye el segundo puente que es una reminiscencia del sueño de la primera parte. Esto lo sentimos porque no llega a ser un estado onírico completo, pues el ritmo sigue siendo el mismo que el de la parte anterior pero la voz nos lleva a la ensoñación, alejándose y acercándose con el tono de Lennon en el primer sueño. Sin embargo, algo sucede en este fantasear, algo que va más allá de una mera fuga, algo que interrumpe la calma autoproducida.

 

Sonidos que podrían ser de trompetas y chelos nos arrebatan dicha calma, nos arrojan violentamente a un lugar totalmente desconocido, que no tiene ya que ver ni con el sueño ni con la vigilia. Pareciera como si fuéramos azotados por una tormenta en el mar de la conciencia y nuestra pequeña barca estuviera a punto de naufragar. Las trompetas y los chelos se asemejan a los relámpagos y la voz es el rugir del viento y de las olas mezclado con nuestros gritos de angustia.

 

Al parecer hemos naufragado (¿muerto?) y nos encontramos en un lugar intermedio entre la nostalgia y la melancolía de la primera parte y la rapidez y la monotonía de la segunda: la voz recuerda aquélla, mientras que el ritmo es el mismo que el de ésta. Sin embargo, de esta mezcla surge algo irrisorio, algo burlesco y satírico. La batería marca el ritmo, pero acompañado de redobles que, junto con los demás instrumentos y con la letra, nos ofrecen una armonía distinta aunque similar a las anteriores. Empero, esta parte termina con la misma alusión sexual que la primera y le abre la puerta a la misma ascensión, con la diferencia de que en ésta, que resulta ser la conclusión de la canción, sí hay una resolución explícita: en el clímax de la ascensión se escucha un silencio, una estaticidad, un vacío que recuerda al que precede justo antes del estallido del orgasmo, y que concluye con un acorde de piano que dura aproximadamente 43 segundos. Esta resolución nos deja satisfechos, nos deja llenos y nos proporciona la calma que no hemos tenido en todo un día, un día en la vida.

Gazmogno

 

 

 

 

 

 

CENTROS

ANTONIO CORIA.
La esfera es perfecta, debe ser perfecta para no ser destruida. La fuerza de ésta radica en la forma propia de su construcción, del mismo modo que un huevo, el cual si es tomado por los extremos, tanto superior como inferior y se le aprieta, la presión que se le ejerce a éste es distribuida por todo su cuerpo, aunque la esfera puede ser presionada por cualquier punto y su extremo, tomando estos como la parte superior o inferior. Será más fácil destruir un cubo que una esfera (siendo estos dos cuerpos del mismo material) debido a que en el cubo solamente se opone a la presión –pensando que se apriete por la parte superior e inferior como en el ejemplo del huevo- por dos de sus caras, no digo que la esfera sea irrompible, sino que cuesta más trabajo penetrar en ella. No pasa lo mismo desde adentro, pues ésta puede ser destruida con mayor facilidad, debido que la resistencia a la presión que se ejerce se sitúa en un solo punto, esto permite que sea menos complicado salir de la esfera que entrar en ella.
Qué pasaría si el hombre se encuentra dentro de una esfera que permite ver la realidad, pero no del modo que ésta es, sino cambiando los matices. Supongamos que ésta primeramente tiene el tamaño justo para no afectar el espacio vital del humano; es transparente, pero tiene un color que tiñe las cosas de él, por lo que éste puede ver a través de ella. Aunque ve las cosas como son en forma, el matiz que la esfera ejerce sobre ellas las hace distintas, y si cada esfera tuviera un color propio, esto elimina la posibilidad de ver exactamente lo mismo entre dos esferas o más; demos por hecho la capacidad de compenetrarse con otras esferas, lo que haría que estas, ya sea por decisión o por algún factor ajeno, al unirse mostraran la realidad de un mismo color, con ello los habitantes de las esferas podrían ver el mismo matiz en las cosas que se muestran ante ellos –no digo que lo que puedan ver sea el color real de las cosas, solamente se muestra ante sus ojos un color que es el mismo y por lo cual se ve lo que ve el otro-. La realidad que ven no es construida por ellos, la realidad ya está dada, lo único que cambia es la forma de verla.
La forma perfectamente circular que es creada por la infinita cantidad de puntos hasta su extremo, en la que todas las distancias son iguales y todas se encuentran en el mismo punto, en medio de la esfera, genera un situación de seguridad dentro de ella, pero si alguien movido por la curiosidad de ver que hay más allá de esa infinidad de círculos transparentes que se encuentran alrededor de sí, en donde lo importante ya no son tanto las ganas de ver que hay afuera de su jaula personal, sino la capacidad de pensar que posiblemente las cosas sean distintas del otro lado de sus límites. Con toda la complicación que requiere el hecho de llegar hasta un punto en la pared interna de su burbuja -en dado caso para poder lograrlo tiene que subir, de lo contrario no podía llegar a ningún lado-, la decisión, obstinación y curiosidad del hombre generan su tránsito desde el centro hasta el lugar deseado. En este punto tanto la esfera, como el entorno que es creado por esta y realidad conocida por el hombre se encuentran en el punto más vulnerable, si él continúa en su intento por ver más allá de su burbuja ésta corre el riesgo de romperse, recordemos que resulta ser no tan complicado –una vez estando en la pared de la esfera- salir de ella, modo contrario al intentar entrar.
Movido por el entusiasmo de haber llegado hasta ese punto continua intentando ver más lejos, con ello provoca la ruptura de la muralla esférica que envuelve a su mundo. Al momento de romperse la burbuja, esa construcción esféricamente perfecta, de la cual por mucho tiempo, solamente ha conocido su lado cóncavo se ve afectada por un mundo distinto al que tiene conocimiento, la realidad se asoma, ya no se puede regresar al centro de la burbuja, porque aunque así se hiciera la luz que penetra por el orificio ahora existente, hará diferente el entorno al cual está acostumbrado. En dado caso que haya visto por el agujero tendrá un conocimiento distinto al habitual, el matiz de las cosas -por lo menos por un instante-, es otro, el instante pasa así como la reacción ante ello, pero la imagen se queda en la memoria permanece.
Aun existe una posibilidad más, en ésta el hombre tiene el valor para salir de la esfera en la cual ha vivido durante toda su vida, hasta ese momento. Una vez afuera, percibe una realidad distinta, si permanece el tiempo suficiente o decide ya no regresar a la esfera se dará cuenta que la realidad, la cual se muestra frente a sus ojos es diferente a la que se percibe dentro de la burbuja, verá que las cosas no tienen el color por el cual eran pintadas y que ahora cuenta con una gama de colores. Es en este punto en donde debe pensar, en la posibilidad que tiene de ver la realidad como tal, pero si permanece más tiempo ahí, se dará cuenta que la realidad no se encuentra fuera de la esfera, la esfera misma es parte de la realidad, incluso si las esferas se encontraran sobre una esfera mayor, la cual está dentro de otra esfera aun mayor, da muestra de la realidad en todo lo que está y es, así lo aquello que vio durante muchos años dentro de la esfera se torna con un carácter de real.

El Insomne

 

...Le ladrarán a mi sombra los perritos vagabundos,
con mi modesto equipaje llegaré del más allá
y arrodillado en mi Río de la Plata lindo y sucio,
me amasaré otro incansable corazón de barro y sal
y vendrán tres lustrabotas, tres payasos y tres brujos,
mis inmortales compinches gritándome!fuerza ché!
Nacé, nacé, dale vida, metéle hermano que es duro
pero muy bueno el oficio de morir y renacer.

 

Respecto a eso, los sueños y las personas me lo dicen por igual: “este no es tu sitio”. Lo que no saben los muy ilusos es que no se trata de un sitio esta cuestión, sino de un estado. La vigilia y el sueño no son sino estados, pero ¿qué sentido tiene distinguirlos si se vive en el insomnio?

 

Para unos y otros no soy sino el ejemplo limítrofe, para los que están al otro lado de mis párpados soy aquél somnoliento, el dependiente de la cafeina, quien les responde lento y casi siempre tras un replanteamiento. Aunque no siempre es así, también tengo amigos que saben comprender mi situación, incluso quienes envidian mi condición, aunque, claro, estos son los menos.

 

Para los de mis párpados hacia dentro, soy el extraño visitante, el que abusa de la lucidez en aquél mundillo fortuito, provisional e irrepetible que es un sueño. Varios tienen un marcadísimo aprecio por mí ahí dentro. Sueño que varios de los reales me aprecian por lo que realmente soy, ahí dentro: sin mi atención menguada por la somnolencia, muchos de los que usualmente me evaden, tienen conversaciones interesantes conmigo, gestos de auténtica camaradería… y aún más.

 

Justo la otra noche, platicaba con Rogelio de varias cosas, muchas de las cuales no recuerdo ahora, pero reíamos. Hablamos del alza de precios, de la última película de Jim Carrey, de una lluvia púrpura y de los recientes ataques de gatos a la oficina. Por supuesto, no podía faltar que hablásemos de los ojos ébano de Edith. Como si la hubiéramos invocado, en ese momento llegó ella, y con un gesto inexpresable con palabras –así son los sueños— me regaló un par de globos rojos, acto seguido: desapareció tras la puerta de su cubículo. Odio cuando eso pasa, me siento presa fácil de cualquier psicoanalista barato, pero así son mis sueños. No yo.

 

Desperté con una sonrisa boba y de ahí a correr al trabajo. Casi siempre llegar tarde por no usar despertador pero ¿y si me despertaba antes de la obviedad de Edith? ¡Hay cosas que uno simplemente no se puede perder! ¿Qué tal que perderse es encontrarse? y encontrarse así seguro es mejor que perderse en una montaña. Salude a ambos muy efusivamente. Aunque ellos no daban al por qué tanta atención de mi parte, no presté importancia. Dar aclaraciones podría ser fatal. En el fondo ellos sabrían, o al menos sospecharían de mi actitud

 

Comprenderás que en este punto, lo que me preguntaste hace un momento carece –al menos para mí— de sentido: “luchar por un sueño” o “ser realista” no me dice nada realmente. Ni son los extremos que me dices, ni son dos posibilidades de reordenar una vida. La disyuntiva está sólo en tu cabeza. El sueño es lo más al alcance que tenemos, y en lo cuál –hermano mío— ahora entenderás que soy privilegiado. Y en cuanto a la realidad ¿quién escapa de ella? ¿Quién vive a su  margen o escapa de su cauce? Bueno, bueno, no pongas esa cara, seguro que sí hay contradicción: hay veces que cuando duermo, no puedo esperar a despertar; y veces en que estando en vigilia lo que deseo es dormir, dormir como piedra.

 

Espera, es curioso que justo ahora experimente esta indecisión, amigo ¿tú estás dentro o fuera?

Solo un pequeño pensamiento

Incluso comenzar es difícil. Es difícil pensar a la acción de pensar como un método qué, poco a poco comienza a ser obsoleta a lo hora de enfrentarse al mundo. Es, quizás, claro para nosotros que la acción mencionada es vital para la resolución ideal de los problemas, ahora en contradicción con lo antes dicho, en el momento de tratar de resolver conflictos apoyados en la razón no siempre es la mejor opción. No quisiera pensar qué, en la actualidad las personas están cada vez mas enfermas del alma, y se niegan a escuchar razones o para resolver conflictos, Muy por el contrario, toman las armas, los puños, o las palabras, para dañar y comenzar un circulo vicioso de agresiones que quizás terminen en una fatalidad en el peor de los casos.

Es por esto que la decepción es evidente cuando, en nuestras vidas tratamos de vivir dfel pensar y el razonar. El ideal social es la erudición, y les es difícil pensar en la argumentación como un método. No pretendo hacer de esto un drama, pero me parece importante seguir con una reflexión que nos ocupa directamente. Qué solución podremos encontrarle a un problema tan importante como es la indiferencia a la hora de sentarnos y pensar en soluciones. ¿O es que, nuestro trabajo se ha minimizado hasta el punto de la extinción?

No encuentro la respuesta, solo encuentro un panorama cada vez mas oscuro a la hora de vernos en la vida en sociedad. No sé, Chance y la próxima vez estemos metidos de lleno en eso de la maquinización social. Espero y no sea tan pesimista mi visión, y que quede claro que solo es cuestión de reflexionar, ¿O no?