La habitación tenía un aroma peculiar. Nunca pensó que este momento llegaría. Las horas pasaban tan lentas. Era casi insoportable. Lo peor del caso era que ni siquiera podía moverse. EL letargo de su muerte le producía asco. La mirada perdida. Sus últimas palabras las recuerda bien: “hasta mañana”. Se le hacía inconcebible la idea de que sus últimas palabras fueran algo tan vacío. No había podido dormir. Lo irónico del caso fue que, esa noche fue la más placentera en años. Recuerda su sueño como si realmente lo hubiese vivido. Jugaba con su hijo al fútbol en el gran patio de su casa. No sabía porqué pero ese día, no se había presentado a trabajar, eso nunca lo hizo desde que empezó con su empresa. Después, iban los dos varones y la mujer de la casa a tomar un helado. En ese punto del sueño fue cuando despertó. Ahora cuando lo recuerda desea estar en él para siempre. Arrepentimiento, es su mayor sentir, cuando piensa que su hijo crecerá sin un padre, su mujer, viuda y su sueño náufrago en una isla de tiburones empresariales. ¿La explicación de su condición?, nunca la supieron. Fue una misteriosa infección en la espina que altero sus funciones vitales, y como era progresiva, al final moriría de algún paro cardiaco o respiratorio. Pidió que no se le resucitara. Nunca le gustaron los aparatos médicos. Era un hombre de mediana edad. Con tantos sueños en la cabeza, ilusiones y demasiado amor en su corazón para su familia como para sus amigos. Fue una tragedia. Los últimos días fueron trágicos. Jamás imagine lo que un pequeño virus podía hacerle al cuerpo humano. Algo tan pequeño atacando al mecanismo natural más perfecto. Bueno, creo que ya no me parece tan prefecto. El ambiente que normalmente creaba a su alrededor había desaparecido unos meses antes. Su parálisis lo desvaneció por completo. Era peculiarmente agradable llegar a su casa y recibir de su mujer la atención de una familia antigua, de esas que ya no encuentras. Él, nos atendía como invitados de honor, ella repartía bocadillos. Todo esto mientras pasábamos noches enteras cantando canciones que nos recordaban momentos que pasábamos juntos, tal vez cuando jugábamos en la adolescencia, o esa canción que nos puso a llorar cuando vivimos la muerte de su madre, entre otras muchas. Para muchos que asistieron a estos eventos privados, la hora de partir siempre fue mu triste y desalentadora. Aunque no cambiaba mucho la opinión de aquellos que asistían a las grandes fiestas que organizaba, tal y como cuando recibió su primer premio de escritura literaria. Vaya que ese fue un gran festejo. Además de su peculiar “vibra”, desapareció el como persona. Los consejos que ofrecía a todo aquel que lo pedía eran grandiosos. Nunca nadie que lo conoció pudo superar su enfermedad. Sus últimos días fueron más que fatídicos y espeluznantes. Al parecer, sufrió como nadie de nosotros podría imaginarlo. Nunca pudo expresarlo, sus cuerdas vocales se atrofiaron y no podía hablar. Lo único que podíamos mirar era el dolor y sufrimiento en sus ojos. Era como mirar el abismo mas profundo y no encontrar nada. Al fin, un día en que el sol salió como hacia semanas no lo hacía, murió. Entre llantos, gritos y desesperación desenfrenada, aunado a un sentimiento de vacio en el estómago, como cuando tienes mucho tiempo sin comer, llego su despedida. Cantamos, bebimos, e hicimos todo aquello que a el le encantaba hacer. Quizás, y hasta el momento, ese instante fue el más triste de toda mi vida. Pensar que esas conversaciones, aunque silenciosas, habían terminado. Aquel amigo que me encontré en el camino, me había abandonado. Sólo me quedaría con mis recuerdos de aquel que llamé hermano. Hasta ahora nadie sabe que escribo esto. Ni siquiera yo se porque lo escribo. Lo que se es que esta mañana desperté con una sensación de plasmar aquello que sentía. Quizás sea el hablándome. Pero eso no lo se. Esto es un homenaje a él, mi amigo al que todos llamaban “Pensador Astuto”. Para que todos aquellos que al adelantarse desaparecería de nuestros corazones. Solamente les digo Aquí Está.
Su amigo “Fuerte y Solemne”