“Ustedes tienen por padre al Diablo, y quieren realizar los malos deseos del Diablo. El es asesino de hombres desde el principio. No ha permanecido en la verdad. Cuando habla, de él brota la mentira, porque es mentiroso y padre de toda mentira.”
Juan. 8,44
Sobre la verdad se han dado una bastedad de discursos, al grado que resulta muy fácil perderse entre los mismos y acabar por no poder distinguir a lo verdadero de lo falso; en algunos de estos, la verdad es el resultado de una actividad que realiza el intelecto y que consiste en develar lo que es en contraposición con las apariencias, en otros la verdad es la correspondencia que hay entre las cosas y lo que de éstas se predica, y en otros discursos la verdad consiste en que una proposición tenga la cualidad de no contradecirse; y eso por sólo mencionar algunos.
Sin embargo, esa multiplicidad de discursos ya mencionados, y que por cierto son los más comunes cuando de hablar sobre la verdad se trata, se centra en la relación entre el hombre y el mundo, de modo que verdadero será aquello que permanece en el constante cambio de las apariencias, o bien será una adecuada enunciación sobre qué y cómo son aquellas cosas con las que se relaciona el hombre cuando gira su mirada en torno al mundo; o en un caso atípico , la verdad será la proporción adecuada entre lo que el hombre dice y lo que piensa, es decir, aquello que quizá busca el hombre cuando voltea a verse a sí mismo, carencia de contradicciones.
Pero hay un aspecto de la vida humana, en el que parece que tales discursos sobre la verdad no centran su atención, me refiero a la relación del hombre con el hombre. Así pues considero conveniente echar un vistazo a lo que decimos que es la verdad atendiendo a dicha relación, y dejando provisionalmente a un lado el problema de lo verdadero cuando el hombre ve al mundo como algo ajeno, o cuando decide analizar el carácter no contradictorio de su discurso, el cual bien puede ser falso sin contradecirse nunca.
Comencemos pues, atendiendo a la experiencia cotidiana de relacionarnos con los otros, cuando nos relacionamos con otro, lo hacemos porque confiamos en él. Esperamos que aquello que nos dice o procura mostrar sobre su persona sea verdad, de modo que también esperamos que éste sea fiel a lo que nos dice, es decir, sentimos que es una persona veraz y por ende incapaz de traicionarnos. Sin embargo, en muchas ocasiones las traiciones a esa confianza se dan, Adán y Eva probaron el fruto prohibido a pesar de la orden que les dio Dios confiando en su obediencia, y muchas ciudades han sido tomadas por causa de alguien que decide traicionar la confianza de sus conciudadanos.
De la posibilidad de la traición, podemos inferir que la verdad es lo opuesto a la mentira, pues parece que no hay nada que lastime más a la comunidad que ésta última, porque a partir del descubrimiento de la misma ya no es tan fácil volver a confiar en el mentiroso, es decir, calificarlo nuevamente como alguien fiel. Pero afirmar así nada más que verdad es aquello que se opone a la mentira, supone que ya tenemos un conocimiento suficiente sobre lo que ésta última sea, y que la relación entre verdad y mentira efectivamente sea de oposición.
En el texto titulado ¿Será verdad?, afirmé que la mentira consiste en decir lo que no es con la finalidad de engañar al otro, además señalé que la actividad del mentiroso necesariamente es una actividad dialógica, pues para que haya mentira es necesario un diálogo, que bien puede ser consigo mismo pensado como un otro, en donde uno mienta y otro crea.
Atendiendo a la experiencia de ser engañado, podemos afirmar que la verdad es contraria a la mentira, y que el hombre veraz lo es al mentiroso; pero decir tal cosa sin detenerse a pensar en ello, nos conduciría a afirmar que la verdad consiste en decir lo que es, y que por ser contraria a la mentira, ésta no es dialógica, lo que peligrosamente nos lleva a cancelar la posibilidad de tener una comunidad conformada por hombres veraces. Pensemos pues con más cuidado, en qué consiste la oposición entre verdad y mentira.
La verdad sólo puede ser calificada como tal cuando es enunciada, una verdad no enunciada puede ser real, pero eso es algo que no sabremos si ni siquiera ha sido articulada, de modo que el hombre veraz, pensado como aquel que dice o profesa siempre la verdad, es un hombre que hace uso de la palabra, ya sea para comunicar algo a otro hombre o para dialogar consigo mismo cuando piensa. Así pues, el hombre veraz, al igual que el mentiroso es un hombre que vive en comunidad.
Siendo ambos hombres, seres comunitarios, la diferencia que hay entre ellos no radica en que uno viva rodeado de muchos y el otro viva solitariamente, así pues son diferentes en lo que dicen. Sabiendo que el hombre mentiroso dice lo que no es, podemos inferir que el hombre veraz dice lo que es; pero hay hombres que hacen discursos contrarios a lo que las cosas son sin que por ello los califiquemos de mentirosos, más bien decimos de ellos que viven en el error.
Así pues, vemos que hay algo más que distingue al hombre veraz del mentiroso, porque aquellos que viven en el error se diferencian en algo de los otros dos. Recordemos que el mentiroso tiene la finalidad de engañar cuando miente, finalidad de la que carece el hombre que se equivoca, y que es lo más contrario que hay al hombre veraz, es decir, la verdad no engaña a la comunidad, además el que se equivoca dice lo que no es en lugar de lo que es, y el hombre veraz se caracteriza por ser un hombre confiable, es decir, por afirmar lo que es de las cosas sobre las que habla.
Que la verdad no engañe a la comunidad implica que el hombre veraz es alguien confiable porque no pretende engañar a nadie, en cambio el mentiroso no es confiable, cualquiera que tenga sentido común deja de creer en aquel al que ha sorprendido mintiendo, y ese dejar de creer implica cierto aislamiento al que es sometido el mentiroso, lo que significa una ruptura entre la comunidad y éste. En cambio, la actividad del hombre veraz lleva a la comunidad a tener confianza en éste, y esa confianza termina por unir más a la misma.
Así pues la verdad es lo que une a los hombres en tanto que les permite confiar unos en otros, y es opuesta a la mentira no sólo por lo que afirma el hombre veraz, sino por la finalidad con la cual habla y el resultado de su hablar. En este sentido, la verdad no sólo es todo aquello que enuncian los discursos mencionados al principio de este texto, también es lo que permite a la comunidad ser tal, pues un hombre veraz, en tanto que busca el bienestar de ésta al evitar que viva en el engaño, es un hombre fiel, es decir, es alguien en quien la comunidad puede confiar plenamente.