Prudencia y tolerancia.

Por: Raissa Pomposo

¿Cuál es la relación entre la prudencia y la tolerancia frente a la comunidad política? ¿Implica esto un compromiso ético? Estas son las preguntas de las que nos ocuparemos en este escrito. El hecho de que la acción empape lo que es la vida misma, constituye la base esencial de la ética, en tanto que ésta versa sobre los actos y cómo, por ende, la moral se preocupa por en modo en que ellos afectan a la vida en comunidad, con los otros. Parece que cuando nos reconocemos como parte de una comunidad y vemos que tiene que ser dirigida, la relación con el otro implica un deber mayor, es decir, implica ver siempre por su bienestar actuando de manera justa y de la manera que se ha llamado “tolerante”.

Pero qué es aquello permite atribuir dicho principio, tal vez el hilo conductor para esto sea la prudencia. Aristóteles maneja a la prudencia o óς como la que permite deliberar sobre lo que es bueno y conveniente. Y sobre esto nos dice lo siguiente en la Ética Nicomaquea:

“Parece propio del hombre prudente el ser capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno y conveniente para sí mismo, no en un sentido parcial, por ejemplo, para la salud, para la fuerza, sino para vivir en general.”

Esto lo podemos contextualizar perfectamente en el ámbito político, ya que el encargado de la polis, de la comunidad, es el que tiene que deliberar acerca de lo que le es conveniente a ésta, tomando en cuenta la situación en la que se encuentre, sea la que sea. Pero vemos que en la cita anterior Aristóteles se refiere a que el hombre es prudente cuando sabe lo que es bueno para sí mismo, y en este sentido podremos preguntarnos si es condición necesaria que el gobernante sea prudente consigo mismo para que lo sea al gobernar una polis.

Para analizar esta pregunta, distingamos entre ciudadano y gobernante. En una comunidad es imposible que todos los ciudadanos sean buenos, pues no todos los hombres son iguales en su totalidad. Aristóteles nos dice que “cada ciudadano debe realizar bien su propia actividad, y esto depende de la virtud” , sin embargo, dado que no todos los ciudadanos pueden ser iguales, la virtud para éstos y la virtud para el hombre de bien no será la misma, ya que no todos los ciudadanos son hombres buenos, no obstante cada uno tendrá la virtud para ejercer el trabajo que le corresponde. Por lo tanto, el hombre de bien será vituoso respecto al mando, y la del ciudadano será también la de mandar, pero sumando a esto la obediencia .

Hay una característica que define al gobernante, y es que él tiene un gobierno referente a las tareas necesarias, “que el que manda no necesita saber hacer, sino más bien utilizar” , pues si no fuera así, entonces los mismos gobernantes serían similares a los esclavos, cosa que no ocurre si lo que se busca es precisamente hacer una distinción. Pero aún así no olvidemos que el gobernante en algún momento es gobernado, pues la virtud del ciudadano es conocer el gobierno de los hombres libres bajo sus dos aspectos a la vez, por eso puede mandar y obedecer al mismo tiempo.

Así parece que el gobernante necesita de la prudencia para dirigir a una comunidad justamente. Se entiende que el hombre prudente hace uso de su razón, delibera para que las cosas sean distintas y lo hace sobre situaciones que merecen ser deliberadas, es decir, el hombre prudente no puede deliberar sobre cosas que son irrealizables dentro de la polis: “Resta, pues, que la prudencia es un modo de ser racional verdadero y práctico, respecto de lo que es bueno y malo para el hombre.”

La prudencia sólo pertenece al individuo, sin embargo, su objetivo es el bien de la polis. Aquélla no puede ser asunto de la comunidad, pues dependería de que todos los integrantes de ésta, sin excepción alguna, tuvieran buen juicio, pero ello no es posible. En cambio, el ejercicio del buen juicio sí sería de interés político.

Todas las sociedades sobreviven con la justicia, pero el qué es la justicia para una u otra comunidad es variable. Esto le concierne al hombre prudente, él busca la justicia, pero es necesario que conozca la situación entera de su comunidad y lo que ella necesita para poder deliberar de manera correcta el qué es lo que brindará un bien, así, lo que es justo para una polis puede ser diferente a lo que es justo en otra, pero el qué hace que una polis sea diferente a otra no es asunto del que nos ocuparemos aquí.

Después de lo anterior, podemos pensar a la prudencia como una virtud del individuo que sólo se ejerce en público, pero también como una virtud respecto a los medios, no a los fines, ya que la deliberación consiste en estudiar todos los medios posibles para llegar a un fin, sin embargo, el objetivo es encontrar el medio de la manera más razonable posible, asunto que implica una actitud ética frente al uso de dicho medio y frente a los habitantes de la polis, pero ¿acaso la prudencia es razón suficiente para realizar esto al estar frente a una comunidad? Veamos si el concepto de “tolerancia” nos ilumina al respecto.

Santo Tomás de Aquino nos dice que “intolerante es aquel que persiste en su propio juicio y que así es duro y rígido. A la actitud contraria se le llama tolerancia.”

En este sentido, y como se ha manejado hasta nuestros días, la tolerancia consiste en prestar oído y atención a los diferentes puntos de vista o juicios de los demás, sin estancarse sólo en los de uno mismo. Así, al ser tolerante se puede lograr una armonía y convivencia con los demás, sobre todo si pensamos en una comunidad a la que se le debe dar bienestar, el cual dependerá de la situación en la que se encuentre y por lo tanto, no es válido un sólo juicio para aplicar la justicia.

Pero podremos entender la tolerancia de otro modo. Si ha habido explosiones de intolerancia, se han debido a la caricatura de sí mismo que todo principio lleva consigo. La sociedad oscila siempre entre el despotismo y la anarquía, y sólo la tolerancia puede ser el punto central, pero a la vez se encuentra alimentándose por los dos extremos que constantemente lo amenazan e impulsan. Para Marco Aurelio, por ejemplo, lo único que nos debe regir es la razón, ella es la que nos proporciona las leyes para actuar ante la comunidad. La tolerancia y la prudencia dependen de la razón y las dos actúan frente a la comunidad de acuerdo a la constitución de la polis. Para Aristóteles el hombre prudente es el que delibera rectamente, es decir, de acuerdo con la verdad, por consiguiente, la razón que rige toda la naturaleza, según Marco Aurelio, es la que guiará la deliberación por el camino recto, así la justicia siempre se hará presente.

Con lo anterior hay que recordar que el hombre es un ser intersubjetivo, que necesita del otro para construirse dentro de una comunidad y poder ser en ella. Así, el gobernante de una comunidad debe procurar que la convivencia entre los hombres que pertenezcan a ella sea de lo más llevadera posible. Para esto es necesaria la tolerancia, ya que ella es la única que nos hace convivir en sociedad, la que hace posible la política.

tanto la prudencia como la tolerancia son tarea del individuo, no se puede decir que una comunidad es prudente o que es tolerante, sino se dice si un hombre es prudente o tolerante, sin excluir por ello la actividad que se ejerce con miras al bien de la comunidad, en donde ellas se hacen presentes.

Si ser tolerante es no ser rígido al mantenerse en el propio juicio, es decir, estar dispuesto a escuchar lo que la comunidad diga, siempre y cuando comulgue con la verdad, y si el hombre prudente ve por el bien de la comunidad y lo que le conviene, entonces las dos, tolerancia y prudencia, tendrán que tomar en cuenta lo que ella necesita en un determinado momento, y por supuesto habrá ocasiones en las que los juicios cambien.

“Mi ciudad y mi patria en cuanto Antonino, es Roma; pero en cuanto hombre, el mundo. Consiguientemente, los intereses de estas ciudades son mis únicos bienes.”
Marco Aurelio