Poesía y mentira.

La naturaleza no se deleita con poesías.

Galileo.

Se dice en algunos lugares que los poetas dicen muchas mentiras, y esa afirmación suele dejar perplejos a quienes suelen contemplar las obras de los mismos y las consultan, tal y como lo hacía en algunas ocasiones Alejandro Magno con la Ilíada; o bien es aceptada al grado de desechar la educación que proporciona la poesía argumentando que lo que se pueda aprender de ésta es algo inútil.

Tomando en cuenta lo anterior, invito al amable lector a seguirme a lo largo de una breve reflexión en torno a la posibilidad de que el poeta sea o no un mentiroso, reflexión que como tal no promete decir la última palabra en torno a este escabroso problema.

En un texto anteriormente presentado, hablé sobre lo que es la mentira[1], señalando que ésta se caracteriza por ser el resultado de la actividad del mentiroso, la cual consiste en afirmar lo que no es de lo que es otra cosa o es de otra manera; así mismo señalé que para que sea posible la actividad del mentiroso se necesita de al menos dos, uno que mienta y otro que crea.

Teniendo en mente lo ya dicho sobre la mentira, comencemos a reflexionar sobre lo que es la poesía, pues hacer tal cosa nos ayudará a no caminar a ciegas en la búsqueda sobre lo que hacen los poetas, si mienten o dicen la verdad, y después intentemos ver si el poeta miente o no.

La poesía se construye mediante la mímesis[2], es capaz de mostrar lo que hay en el alma humana, ya sea virtuosa, viciosa o semejante a la propia, en ese sentido la obra del poeta es como un espejo capaz de reflejar el alma humana, de mostrar al espectador su verdadero rostro. A partir de esta breve consideración en torno a la poesía, parece que no hay cabida para la mentira en el poeta, pues darle a su obra la capacidad para reflejar lo que es, implica que ésta está enfocada sólo a representar lo que es y el modo como eso de lo que se habla es, enfoque que limita a la poesía al grado de no dejarla hablar de aquellas cosas que son imposibles, tales como un Dionisio con antojo de puré.

Si bien la poesía se ocupa de la imitación de aquello que es, también es cierto que el material mediante el cual ésta se lleva a cabo, son las palabras, las cuales pueden ser acomodadas de diversa manera conforme a lo que pretende decir el poeta, de modo que ese espejo en el cual puede verse reflejado el espectador puede estar bien o mal pulido, al tiempo que puede estar o no plagado de ideas que desde una mirada son imposibles y desde otra son la mejor manera de expresar ciertos aspectos del alma humana.

Pensando en que la obra del poeta no se limita a lo que es, sino que puede hablar de lo que sería mejor, o de lo que debiera ser, entre lo que podemos ubicar a lo imposible, nos percatamos que la poesía no sólo imita lo que tenemos frente a nosotros, sino que muestra posibilidades, las cuales no se limitan al ámbito de la necesidad, es decir, de lo que no puede ser de otra manera. No con ello pretendo decir que el poeta renuncie a lo que es necesario, pues hacer tal cosa lo alejaría tanto de la realidad que le restaría todo dejo de verosimilitud a su obra, la cual se torna necesaria si es que pretende que el espectador se vea reflejado en aquello que dice.

He mencionado ya al espectador, el cual parece ser una pieza clave en la labor del poeta, pues una obra que no llega a nadie se queda como pieza carente de vida en el aislamiento propio de una galería, así pues dejemos al espectador entrar en esta sencilla reflexión.

Que una obra poética sea capaz de mostrar al espectador un reflejo de su alma, depende de la habilidad del poeta para pulir las palabras con las cuales imitará lo que pretende mostrar, sin embargo, bien puede ser el caso que una obra excelente se tope con un espectador casi ciego, es decir, incapaz de verse reflejado en el pulido espejo que le ofrece el poeta.

De lo hasta ahora dicho podemos inferir que al igual que con la mentira, en el caso de la poesía hacen falta dos, un poeta que sea capaz de trabajar con las palabras y pulirlas hasta que logran imitar lo que pretende, y un espectador capaz de leer entre líneas y de ver lo que el poeta le está mostrando.

Con lo hasta ahora dicho, queda claro que hay un punto de contacto entre la poesía y la mentira, para ambas hacen falta por lo menos dos, uno que hable y otro que crea en lo que se le dice, o que sea capaz de oír al que habla; sin embargo, esto no logra mostrar con claridad si los poetas son o no mentirosos.

La mentira habla sobre lo que es, en cambio la poesía habla sobre lo posible, y no sólo sobre lo que es, de modo que parece que la mentira se ubica en el ámbito de lo necesario, de lo que no puede ser de otra manera, mientras que la poesía no queda sujeta a lo necesario aún cuando lo necesita, viendo tal cosa, no podemos exigir de la poesía un discurso que enumere leyes universales y necesarias[3], así como no podemos exigir de un espejo que muestre lo que no es.

Pensando en esto, podemos pensar que la mentira no tiene cabida en la poesía, pues ambas son pertenecientes a distintos ámbitos de la realidad, sólo podemos mentir sobre lo pasado o presente, pero no hay forma de mentir respecto a lo que es posible, es decir, lo que puede ser siempre de otra manera.

Por lo pronto podemos concluir que si bien la poesía muestra muchas imágenes, éstas son verdaderas en tanto que lo que se espera de éstas es que sean verosímiles, que el espectador pueda creerlas como imágenes que son, como reflejos de su alma.

Maigoalida de la Luz Gómez Torres.


[1] Cfr. La entrada. ¿Será verdad? En este mismo Blog.

[2] Cfr. Aristóteles. Arte Poética. 1447 a 10

[3] No con esto niego la posibilidad de que haya poemas donde se hable de algunas leyes naturales, el poeta puede tomar infinidad de temas como inspiración, sólo quiero acotar que la poesía no se limita a lo que no puede ser de otra manera, a esto se limita el discurso científico.