el pensador II

II

La luz ahora lo invade todo.
El pensador ha quedado expuesto ante todas las miradas…ante el mundo. Separado de la roca materna, de su olvido eterno, el pensador está caído, dejado y huérfano.
El pensador pisa la tierra…a sí mismo. Su cadáver-escarabajo es absorbido y abrazado por las entrañas de la tierra.
El pensador no puede ya penetrar el mundo…no puede ya diferenciarse.
Las cosas ahora permanecen cerradas para su vencida razón.
Las cosas se abren para su sufrido corazón.
¿Qué es?
El pensador eleva el misterio como respuesta del todo.
Silencio.
El silencio en su espíritu hace posible la percepción de cualquier sonido por lejano que sea.
El silencio no es la última respuesta, es el principio y fin de la búsqueda.
La inefabilidad sólo se expresa en el silencio.
La palabra es el camino hacia el silencio.
La palabra es la máscara del silencio.
Cuando la luz del sol penetra en el corazón del mundo todo se expresa artísticamente; se vuelve inútil el intento de imitar. La luz del sol se alojaba ahora en su corazón. El pensador es una criatura más, un ser pequeño, dependiente, vulnerable y necesitado…de abrazo divino. Era pues, por este sentimiento, copartícipe de la creación, era uno con todo lo viviente.
Reconocimiento animal.
Reconocimiento humano.
Reconocimiento hermano.
Reconocimiento sustancial.
Consuelo divino.
El pensador es trascendido. El pensador no intenta no ser trascendido. He ahí su humanidad. Es la vivencia del nihilismo provocadora de cualquier teísmo.
La fortaleza del hombre no radica en la capacidad de resistir el desfondamiento.
La fortaleza del hombre radica en no responder a la pregunta…
¿Cuál es el origen?
Dios.
Dios crucificado, Dios resucitado, Dios inmanente, Dios trascendente, Dios material, Dios espiritual, Dios cordero, Dios oveja, Dios lluvia, Dios tierra, Dios tapete, Dios corcho, Dios jerga, Dios algodón.
¿Dónde estás?
El pensador baja la mirada. El inmenso cielo sobre él. Una mariquita, a paso lento, cruza ante el pensador. El pensador hincado bajo el cielo, en el mundo, ante la mariquita. De repente, el cosmos entero con todos sus astros y sus seres abraza a la mariquita. El mundo entero en su dorso, en sus negras manchas, en sus pares de patas. El pensador sabe que la mariquita es una metáfora del mundo, del universo, de Dios mismo. El pensador entiende que sin esa mariquita el mundo todo quedaría truncado, frustrado, mutilado. La mariquita tiene algo que decir, que decir al hombre.

Cuando la mariquita sea escuchada por el hombre se convertirá en palabra y podrá mirar en paz.
¿Cómo es Dios?
Collage de colores, miles de alas, panales de ojos, cien pies, mil pies, infinito de pies, antenas, radares, paraguas y pestañas, selvático, climático…
Dios es una nube.
Una nube que tiene forma de todo,
cara de todo.
Dios es una nube que empuja el viento.
La mariquita desaparece. El universo puede descansar. Tal vez algún día el pensador y la catarina vuelvan a encontrarse en el camino… tal vez.
Dios-mariquita, Dios-pensador, Dios-mundo, Dios-yo, por fin entiendo que no eres tú mi creador, tú eres conmigo, yo soy contigo, nunca estuviste antes que yo, tú y yo somos al mismo tiempo, juntos, en comunidad.
El pensador me escucha.
Es a él a quien hablo.
Es a mí a quien hablo.
Diálogo.
Sobre la cabeza del pensador ardiendo el sol.
En su pecho, ardiendo el corazón.
Una afilada nube corta el diestro ojo de Dios.
Oscurecimiento…luz oculta…verdad oculta.
El pensador cae desde la cima de los pensamientos.
Ser uno con los otros.
Ser con.
Ser otro.
La naturaleza humana, expuesta en partes sin sentido, se recoge y se repliega en su máscara de ser. Por la máscara hay sentido. Es una malla. Un lente que enfoca y aclara lo otro.
El pensador detiene su paso, se sienta, se olvida, se encorva, descansa.
El ojo izquierdo de Dios comienza ya a asomar.
El pensador agacha la cabeza.
Negra noche con millones de estrellas.
Auditorio hirviendo en millones de hogueras.
Las cosas del mundo se ocultan en su aspecto sombrío. El pensador cierra los ojos. Escucha. Las cosas son ahora imágenes sonoras. La noche…
polifónica de grillos.
La noche…
insectos, maullidos,
ladridos, gritos.
El pensador cae desde la luz consciente parpadeante a la luz tenue blanca del descenso inconsciente. Luz que alumbra sombras. Allí, en ese mundo de sapos, torsos, leones y mutilados, el pensador se sueña desesperado, angustiado, en huida fortuita, en fuga…el viento fortísimo arrasa las copas de los olivos…el viento fortísimo en contra del pensador. No obstante, el pensador continúa, contra el viento, contra el mundo, contra sí mismo. El pensador conquista la cima de un cerro enano. Desde allí, ante él, un inmenso torbellino negro se despliega con todo su poder. El pensador en vértigo de ser desea unirse al todo girador del caótico fenómeno. El torbellino lo seduce, lo llama, lo anhela. El pensador, pasmado, inmóvil e idiotizado no lo logra. Es su torbellino, el torbellino de sus impulsos visto desde la enana razón. El pensador despierta, su corazón se agita, su respiración se acorta. Se levanta, se desencorva, se acuerda, se cansa, se separa, camina y se estrella contra el secreto muro nocturno desde el cual se escuchan copas de árboles rugir por el desesperado viento.

(Continuará)