Por: Raissa Pomposo
Nos encontramos en un mundo en donde el orden se pone juego todo el tiempo y las pasiones son nuestras legisladoras. Ya no nos resulta importante, e incluso parece ridículo, pensar que el orden de los astros y el cosmos por entero es esencial para hablar de un orden político. Lo que pensemos de nuestro origen y de la naturaleza ya no importa en el ámbito de la constitución de la sociedad. Sin embargo, sí hay un supuesto que ha destacado mucho más hoy en día: el pleno control de nosotros mismos y de lo que nos es distinto. La premisa que predomina es aquella que niega que un ser superior tenga algún poder sobre nosotros, es decir, es el hombre mismo el productor y dueño único del mundo en donde se encuentra parado. Somos completamente libres. Pero ¿en qué consiste esta tan sonada libertad?
El asunto de la libertad no concierne, por supuesto, sólo a nuestro siglo, ha importado a nuestra condición humana desde siempre. No obstante, la concepción de lo que es un hombre libre ha tomado distintas formas. Desde pensar que el hombre verdaderamente es aquel que se rige estrictamente por un imperativo categórico brindado por la razón, hasta concebir la libertad como el regirnos completamente por las pasiones y deseos sin dominarnos por las “cadenas” de la opinión social. Por ello, al descubrir la filosofía de Spinoza se hace importante preguntarnos por su método, pues no considero que al hablar de la relación entre Dios y el hombre para construir una ética sea una actividad ociosa el hacerlo mediante un método geométrico. A nuestro parecer esto es ya considerar la relevancia del orden divino para hablar de la vida en comunidad, dentro de un mundo concreto.
Tanto Descartes como Spinoza dan los primeros pasos de lo que en el XVIII vendrá a ser la época de la Ilustración, pues se busca un lugar central de la razón, que poco a poco irá tomando su forma dentro de la sociedad burguesa, desplazando la razón al centro de la constitución política, artística, económica, etc., siendo ella la que busque dominar, pues, nos dice Spinoza: “El hombre piensa”[1].
El uso de la razón en el Siglo de las luces, juega un papel pedagógico para los hombres de dicha época, tal y como lo hizo antes Descartes al establecer la duda como condición de posibilidad para el conocimiento. Con un panorama de feudalismo y atraso dentro de la producción, se pensó que la razón era la herramienta perfecta para educar y acabar con la ignorancia, superstición y tiranía. Cosa que Spinoza intentó años atrás de una manera un poco más rigurosa que Descartes.
Y qué mejor manera de darle crédito a la razón que con la geometría y la matemática. La manera que tiene la geometría de desarrollare es a partir de definiciones que pretenden una universalidad mediante la abstracción, pero que finalmente tienen relevancia al estudiar la naturaleza. Ahora bien, para Spinoza es esencial en el hombre el uso de la razón, pues “Aquello por lo que nos esforzamos en virtud de la razón, no es otra cosa que entender; y el alma, en cuanto que usa de la razón, no juzga que le sea útil otra cosa que lo que conduce a entender”[2] y por ello construye su sistema con una base estrictamente racional, sin que por esto se eliminen sus efectos en el área de lo empírico (y es aquí en donde incumbe por completo hablar de la ética, asunto que trataremos más adelante).
Este regreso a la matematización de la naturaleza nos remite a la tradición pitagórica en donde las disciplinas fundamentales para entrar en los misterios pitagóricos eran la matemática y la geometría. Para Pitágoras la tetraktys es la figura perfecta y la clave que se usaba para poder ingresar a los misterios. Esta pirámide se forma por la suma de los cuatro primeros números enteros, números nada azarosos en su significado: 1+2+3+4. Esta suma da como resultado el número 10, el cuál representa la perfección, la totalidad y la unidad.
Ahora bien, como podemos ver ahora mismo, el número tiene una importancia irrevocable para pensar en el orden y la enseñanza certera. Para los pitagóricos la enseñanza y unión entre la geometría y lo numérico representaba el juego entre lo limitado y lo ilimitado, pues así como los impares representaban una forma rectangular que cambiaba, los pares representaban una forma cuadrada, es decir, limitada. De esta manera se hace posible la armonía entre los contrarios, pues Dios es Uno con la Naturaleza.
Después de hablar de la geometría pitagórica, es válido preguntar ¿qué tiene que ver todo ello con la ética? Nos resulta curioso observar que en la educación pitagórica, formada como una pirámide, haya tres aspectos fundamentales que estudiar: el mundo divino, el mundo natural y el mundo humano. Y la curiosidad tiene relevancia por el hecho de que la construcción de la Ética de Spinoza sigue el mismo orden. El primer libro nos habla de Dios (mundo divino), el segundo y el tercero hablan del alma y de los afectos (mundo natural), y el cuarto y el quinto libro hablan de la fuerza de los afectos y de la libertad humana (mundo humano). ¿Qué nos dice esto? Al ver este orden, Spinoza revela una conciencia del estatus en la naturaleza, es decir, como hombres racionales nos hacemos conscientes de que estamos dentro de la naturaleza de la que Dios participa:
La esencia del hombre está constituida por ciertos modos de los atributos de Dios, a saber, por los modos del pensar. El primero de todos ellos es por naturaleza la idea […] De aquí se sigue que el alma humana es una parte del entendimiento infinito de Dios.[3]
De esta manera, la ética, siendo en parte la reflexión sobre el modo de ser y deber ser del hombre, concierne al individuo, no a la colectividad, y en este caso, Spinoza niega la naturaleza humana como algo general y unívoco en todos los seres humanos, sino que ahora sólo hay naturaleza al nivel individual, sólo compartimos la misma substancia, aquella substancia que significa “aquello que es en sí y se concibe por sí”[4], siendo así un acto de Dios lo que el hombre hace, piensa, etc., pero, ¿cómo pensar una ética sin libertad?
Tomemos la composición de la ética de Aristóteles para ver la relación con la de Spinoza: Para comenzar, tanto la Ética de Aristóteles, como la de Spinoza, empiezan hablando del bien en sí mismo, pero con distintas direcciones: uno conduce a la felicidad, y el otro es Dios mismo como substancia infinita. Pero a partir de la segunda sección de la Ética de Spinoza, todo concuerda con la construcción de la de Aristóteles, tal vez no en el mismo orden, pero sí en la temática abordada.
Recordemos que para Aristóteles el ser humano es un animal racional. Descartes rechaza esa definición ya que sería necesario entender qué es animal y qué es racional, además que entender el concepto de animal supondría volver al mundo material que ya se ha desechado para comprender la naturaleza del hombre. Al rechazar esa concepción, no sólo se niega la postura aristotélico-escolástica sino que se puede decir que lo único que queda es el pensamiento: somos una cosa que piensa.
En cambio, para Spinoza, aunque el pensar resulta fundamental, también el cuerpo resulta una individualidad con múltiples posibilidades de expresión, sin embargo, dicha expresión no es propiamente una completa creación de él mismo, sino que es la expresión de lo divino y sólo se es libre si mediante la razón llegamos a esa conclusión, dejando entonces las cadenas de las pasiones.
No es para nada extraño que Spinoza construya una Ética en donde el primer tema sea Dios y el último la libertad humana. En el comienzo se ve la finalidad de su pensamiento. La libertad no resulta ser aquel complicado concepto que nos abruma como modernos: hoy luchamos por nuestra libertad como lo más preciado que tenemos y como aquello que le da sentido a lo humano. En Spinoza parece que la libertad es un sueño que podemos alcanzar medianamente, pues al final resultamos estar determinados por Dios.
En el artículo “Individuo y Experiencia en Spinoza: respuesta al mecanicismo cartesiano”, Luis Ramos Alarcón plantea que la concepción del hombre como individuo no niega la totalidad:
Para Spinoza, hay cosas individuales, pues la individualidad no es la ignorancia del todo, sino un modo que posee una realidad irreductible. El individuo nunca es una abstracción de la totalidad, sino algo real afincado en un grado de potencia divina, que expresa su pertenencia a la naturaleza como una esencia actual irreductible tanto a la misma totalidad como a otras esencias.[5]
La libertad aquí empieza cuando el hombre se hace consciente de que la totalidad en la que se encuentra y de la que participa (pero que no llegará a ser ella misma) es Dios, y de esta manera el fin último resulta ser llegar a Dios como substancia infinita. La muerte es sólo una reintegración a la substancia de la que nunca se separó. De esta manera, el ser libres nos hace también seguir un camino que vamos descubriendo mediante la lucha contra las pasiones, pues son ellas las que esclavizan al hombre impidiendo que la razón los guíe hacia la virtud:
La felicidad no es el premio de la virtud, sino la virtud misma; ni gozamos de ella porque reprimimos la concupiscencia, sino que al contrario, porque gozamos de ella, podemos reprimir las concupiscencias.[6]
Como ejemplo de esto podríamos poner a Hamlet, que, como bien sabe el lector, la pugna principal en todos los personajes es la pugna entre las pasiones y la razón, cosa que finalmente llevan a todos a la muerte, siendo Horacio el más equilibrado en su razón el único sobreviviente. Y si seguimos a Aristóteles, el proceso de deliberación dentro de la elección para actuar se encontraría velado si sólo las pasiones fueran aquellas que gobernaran. Sin embargo, no olvidemos que el conocer es movido por el deseo mismo de hacerlo.
No obstante, el andar en el mundo, aunque sea éste infinito desde la visión de Spinoza, es lo que permitirá que se cumpla aquella tarea que nos viene desdel Oráculo de Delfos: conócete a ti mismo. Al intentar cumplir esto es imposible dejar de lado la labor de la razón, y así la libertad radica en el ejercer la razón hacia el conocimiento de sí mismo, de Dios y por tanto de las cosas que conforman la naturaleza.
El esfuerzo por permanecer en el ser, es un ejercicio que involucra a la existencia misma en tanto que desde la infancia el alma es cultivada para llegar a la virtud última, a la felicidad de conocer a Dios, rompiendo así el miedo paralizante a la muerte.
Uno de los puntos que hace a la Ética de Spinoza discutible es el de no considerar la contingencia del mundo como un aspecto importante en el conocimiento y desarrollo humano. Y, a mi parecer, al ser sólo la razón lo que hace posible que el hombre esté cerca del ser, no hay una apertura a la acción humana como un complemento entre pasiones y entendimiento.
[1] Spinoza, B., Ética demostrada según el orden geométrico, Madrid, Editorial Trotta, 2005. 2/2ax, p. 78.
[2]. Íbidem, 4/26, p. 200.
[3] Íbidem, 2/11 y 11c, pp. 85-86.
[4] Íbidem, 1/d3, p. 39.
[5] Ramos Alarcón, Luis, Individuo y Experiencia en Spinoza: una respuesta al mecanicismo cartesiano, en Mecanicismo y Modernidad, México, Universidad del Claustro de Sor Juana, 2008. P. 56.
[6] Spinoza, Ética, 5/42, p. 268.