Por Tlilcóatl
Dar cuenta de asuntos de esta índole resulta complicado por escollos que van desde actitudes malinchistas hasta ignorancia férrea. Ya Caso, Reyes y Paz lo intentaron con resultados bastante menores a los esperados según mi parecer; la región más transparente del aire repentinamente dejó de serlo y muchos de los moradores del pueblo del Sol murieron ya. El tiempo cual verdugo impiadoso, nos ha hecho olvidar y dejar en el pasado lo perteneciente a él. Claro está que la memoria implica recuerdo y olvido, no podemos recordar todo por siempre, olvidamos ciertas cosas para recordar otras más y como las prioridades del recuerdo se sujetan a una escala de valor en el individuo, resulta comprensible que lo que se olvida sea lo perteneciente a un pasado muy viejo o a un pasado muy viejo digno de olvidarse, todo con miras hacia el ansiado “progreso”.
Algunos escritos de Fray Bernardino de Sahagún hablan acerca del golpe tan duro que le fue atestado a las civilizaciones mesoamericanas por parte de la ideología española y de sus repercusiones gravísimas e incluso, en supuesto, el estigma devenido dejaría una marca indeleble hasta el tiempo presente. Ahora y luego del porrazo, no tenemos la más remota idea de quiénes somos y por ende tampoco sabemos claramente qué y cómo pensarlo, cómo comportarnos, en qué creer o cómo simplemente ser o estar. No somos nativos de Mesoamérica y tampoco nos podríamos definir como gachupines, nuestra sangre se combinó hace siglos y nos llamaron mestizos, nacimos de una mezcla de razas. No somos de aquí ni somos de allá. La pregunta que evidentemente salta a la vista es ¿quiénes somos? Pese a todos los rodeos que podríamos darle a la interrogante pensando en esbozar una contestación puntual, la respuesta que parece más verosímil y próxima es que somos –salvo algunos individuos– solamente eso, mestizos.
Desde el momento en que el genovés Cristóbal Colón creyó haber llegado a las Indias y pisó el suelo americano, se padeció de una extraña influencia que aunque permaneció en cierta medida alejada de Mesoamérica no pasaría mucho tiempo antes de que se divisaran en el Pacífico las embarcaciones españolas y que entonces sí, las poblaciones mesoamericanas vieran afectada a tal grado su forma de vida, que muchas de las costumbres, tradiciones, conocimientos y demás asuntos se vieron severamente modificados. Y aunque no sabemos certeramente qué fue lo que pasó durante el lapso de tiempo en que Colón estaba por estas tierras y la llegada de Cortés, bien podríamos decir que culturas como la Mexica o la Inca, por ejemplo, fueron diferentes luego de dichos sucesos. Así, lo que se tuvo por prehispánico no fue meramente autóctono-mesoamericano –apelando a lo planteado acerca de la influencia de Colón– o no se podría denominar de ese modo lo que hubo aquí, ya que prehispánico estrictamente se entiende de muchas más cosas; siguiendo el argumento parece más cabal nombrarlo Precolombino, es decir, las culturas y formas de vida anteriores a la llegada de Colón. Además por precolombino se puede entender por igual, espacios geográficos y culturas tan brillantes como Tiahuanaco, los habitantes de los Andes o los zapotecas; es decir, abarcaría algunas otras grandes civilizaciones a las que no se les ha hecho justicia y que tuvieron algún grado de intervención inclusive sobre las culturas de Mesoamérica –termino que ciertamente no fue un autorreferente, ellos no se nombraban así, el concepto fue creado más tarde por el investigador Paul Kirchoof, definiéndolo como un área cultural con elementos comunes–.
Por lo que de ahora en adelante lo propio será llamado precolombino, ya que da certeza del lugar, da especificidad sobre el tiempo e incluso puede englobar formas características y comunes del pensamiento aludido. Es visible que las culturas precolombinas independientemente del territorio en que se desenvolvieron, guardan entre sí caracteres comunes, que los definen y los hacen distintos del resto de las culturas existentes en aquél tiempo. Luego, lo precolombino puede entenderse por lo acá nativo.
En el viejo continente, pensaremos mayormente en España, para el año de 1521 dC ya habían acontecido hechos como la Edad Media y el Renacimiento, ya había existido el imperio romano y en Oriente el budismo ya había tenido su auge; todo ello de modos tan diversos o adelantados, que los orillaron a tildar lo mesoamericano de incivilizado y vieron a la gente precolombina casi inhumana. Lo válido allá es, notablemente ajeno a lo entonces existente aquí.
Ahora bien, si es que nos aceptamos –o descubrimos– como simples mestizos, encuentro insólito el afán de prestar atención a asuntos de este tipo, lo precolombino en definitiva nos exenta o rebasa y lo español nos resulta lejano o impropio. La rareza de personas interesadas en abordar temáticas relacionadas bien puede recordarnos que el afán nos es propio, la obstinación es de unos cuantos y la lejanía de la “madre Patria” nos impide llevar una buena relación con nuestros hermanos europeos.
Insisto ¿quiénes somos? La agresividad de la pregunta asalta al oído y al pensamiento, nos enmudece y nos impide encontrar una respuesta real. Somos pedazos de dos pasados que se unieron en una comunión forzada o somos sólo aquello que nos resulta cercano.