La palidez en su rostro se asienta,
delgadez en todo el cuerpo,
a ninguna parte recta su mirada,
lívidos están de orín sus dientes,
sus pechos de hiel verdecen, su
lengua está inundada de veneno.
Risa no tiene, salvo la que
movieronvistos los dolores,
y no disfruta de sueño, despierta
por las vigilativas angustias, sino
que ve los ingratos -y se consume al
verlos- éxitos de los hombres,
y corroe y corróese a una,
y su suplicio el suyo es.
Ovidio.
Entre aquellos actos humanos que llegan a ser calificados como pecados capitales, debido a que su presencia conduce a otras acciones que son nocivas para quien las realiza y para la comunidad en la que se desenvuelve el que actúa, podemos encontrar a la envidia, que es quizá el más socorrido de todos estos actos que son llamados pecados capitales. Y éste nos resulta mucho más familiar que el resto, no porque estemos habituados a sentirla sino porque es un acto que resulta tan ambiguo que solemos hablar de ‘envidia buena’ y de ‘envidia mala’, lo cual nos indica que hay algunos casos en los que este pecado capital es bien aceptado. Esta aceptación de la envidia, nos conduce a preguntarnos ¿por qué es entonces un pecado capital?, o ¿no será más bien que la aceptamos debido a que estamos tan habituados a la misma que en algunos casos la vemos como un sentimiento que no produce mal alguno, es más, la llegamos a concebir como un sentimiento positivo, capaz de impulsarnos a hacer más cosas y a dejar la mediocridad a un lado? Pensando en que no nos hemos vuelto tan cínicos como para ir aceptando poco a poco la presencia de los pecados capitales como algo que es bueno para la comunidad, iniciando con la envidia, constructora de hombres exitosos, siguiendo con la soberbia, hacedora de seres que no soportan la mediocridad de los demás y continuando con la lujuria, maquiladora de consumidores de cuanto producto se anuncia a través de los medios de comunicación, nos conviene que nos demos a la tarea de aclararnos lo que es la Envidia. Para comenzar, podemos decir que al ser la envidia un pecado capital, ésta es catalogada, de entrada, como algo malo, es decir, como algo nocivo para la salud anímica del envidioso y para la comunidad envidiada[1], ¿pero qué es lo que genera la envidia como para que sea catalogada como algo más bien nocivo que como algo positivo?, hay quienes consideran que ésta es la madre del resentimiento, del odio y de la destrucción (San Agustín), pues el envidioso no puede soportar que otro tenga algo, ya sea porque considera que eso le corresponde más bien a él, o porque no hay nadie que merezca tener su objeto de envidia. Lo nocivo de la envidia, proviene de lo que ésta propiamente es, es decir, del sentimiento de tristeza a partir del cual podemos identificarla, el envidioso siente dolor y pesar al percatarse de los bienes ajenos, ese dolor en muchas ocasiones es el resultado del sentimiento de inferioridad que atribuyen algunos psicólogos al envidioso, un niño siente envidia por primera vez al sentirse desplazado o al ver que la atención que creía merecer es dirigida a otra persona, ese dolor llega a ser expresado cuando el envidioso busca destruir el bien al que ha accedido el otro. Ese dolor acompañado del deseo exacerbado por poseer el bien ajeno, puede conducir al envidioso no sólo al deseo de poseerlo a toda costa, ya sea robando o engañando para poder hacerse de dicho bien, también, cuando no es posible hacerse del mismo, el envidioso es conducido al extremo de buscar destruir el bien ajeno con tal que nadie lo tenga si no lo posee él –si yo no lo tengo, nadie más lo hará-. Pero, la envidia no sólo se expresa mediante la destrucción del bien ajeno, también se muestra en la sonrisa hipócrita de quien sintiéndose impotente para obtener lo que otro tiene o destruirlo, busca aproximarse al otro con tal de quitarlo, es decir, la envidia también deviene en hipocresía, o en un mostrar lo que no se es con la esperanza de no hacerse notar; el envidioso hipócrita quiere usar al otro y a su trabajo para obtener aquello que desea sin tener que trabajar ni un instante, un ejemplo de estos envidiosos lo encontramos en el ambiente de la academia donde el que envidia busca al envidiado para no tener que adquirir por sí mismo aquello de lo que carece para ocupar un puesto o para obtener fama, acabando así por ser una mala caricatura del envidiado. La envidia, consiste propiamente en ver con malos ojos lo que el otro tiene[2], y ese mal-ver las cosas o las circunstancias, es el lo que proviene de la miopía del envidioso, no sólo es ver con malos ojos, o malas intenciones, es ver mal, es ver con ojos enfermos el reflejo de lo que se es y de lo que es el otro, el envidioso está enfermo del alma, es incapaz de ser feliz o de buscar serlo –si él no puede ser feliz, nadie más lo será- de modo que su vida transcurre en un camino escabroso y lleno de pesar en el que pretende destrozar la felicidad del otro, y de paso la de la comunidad entera. Pensando en ello, nos podemos percatar que no es posible pensar en una envidia ‘de la buena’, es decir, en una alegría debida a que el otro obtenga aquello que el envidioso ha querido obtener siempre, sin trabajar por ello, aquí más bien se está confundiendo el ver en el otro un ejemplo a seguir con la envidia; cuando el otro es un ejemplo, cuando vemos lo que consigue y buscamos mediante el trabajo salir de la situación de vida en la que nos encontramos es mejor hablar de emulación que de envidia, buscamos ser como el otro, aprendiendo de sus virtudes y no sólo buscando destrozar lo que el otro consigue mediante las mismas, de modo que aquel que pone frente a nosotros las vidas de hombres ilustres que consiguen grandes bienes para sus almas mediante su actuar virtuoso, no busca despertar en los que ven tales vidas la envidia, es decir la tristeza y el pesar en el corazón por no tener lo que el virtuoso sí posee o llegó a tener, sino el deseo de emular a tan grandes hombres en lo que se refiere a llevar una vida virtuosa. Conforme a lo anterior, resulta más claro que la envidia no puede llegar a ser tomada como una actitud virtuosa pues ésta no permite al envidioso ser feliz o trabajar por serlo, al contrario, lo conduce a destrozar todo aquello que es resultado del buen trabajo de los demás, de modo que para la vida de una comunidad no hay nada tan nocivo como la presencia de quienes se dedican a poner piedritas, o rocas de Sísifo, en el camino de los virtuosos. Así pues, a modo de conclusión. Sólo podemos decir que la envidia es un mezquino vicio, es miopía del alma, al grado de que nos lleva a confundir las cosas envidiables con aquellas que son admirables, es decir, dignas de ser emuladas.
[1] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica. §2539. [2] Cfr. La entrada del DRAE para la palabra envidia.