¿Cuándo nos dará tiempo para asomar la cabeza y ver los astros? Mientras las grandes tecnologías y los principales sectores de producción ocupan buena parte de las vidas de los individuos, aún siguen en pie las humanidades. Una luz esclarecedora se voltea hacia nosotros cuando vemos que todavía hay un espacio para pensar sobre asuntos humanos, sobre asuntos que se preocupan por la realidad concreta del hombre. No obstante, con reformas educativas como las del Plan de Bolonia que pasó también a México, se deja ver claramente la visión que el actual sistema tiene frente a la educación: si no produce, no sirve. Esto parece ser producto de todo un ideal que se ha venido construyendo por siglos, incluso desde la Ilustración, pero tomando todo su auge con el sistema capitalista: el progreso. Después de que en el siglo XVI y XVII se había abusado del poder por parte de la Iglesia, con supersticiones que velaban el conocimiento, y una actitud ambiciosa por parte del clero, surge en el siglo XVIII un fuerte deseo por parte de los intelectuales de unirse a las ideas de la revolución científica, en donde el único método que prevalecía era el uso de la razón. Así, la Ilustración también se dejó abrazar por Kant para llegar a hablar de una razón pura. Al romperse con la idea de que los actos humanos eran únicamente producto de la voluntad divina, gracias a la Ilustración, se piensa que es el hombre el que es dueño de su propio destino, el que puede procurar, como individuo, el progreso para él mismo y para su sociedad. Pero nos parece que el proyecto de la Ilustración se ha llevado hasta un extremo que se sale de la intención de los mismos ilustrados. Esto es, ¿no es esa idea de progreso lo que ha sido explotado y vendido por el sistema capitalista? Vemos que la gran promesa de este sistema es que el progreso es posible, y que la historia no es lo que el individuo construye concibiendo de una manera crítica su temporalidad, sino una evolución en donde el pasado es peor que el presente. De esta manera, se busca que el progreso consista en que obtener ganancias. La tradición del intercambio de bienes se ha perdido con la entrada del capitalismo. Ahora lo que importa es el producir ya no para intercambiar, sino producir por el mero producir. El dinero es lo único que puede ser intercambiable. Marx nos dice en su Teoría económica que: La naturaleza de la producción capitalista exige que el capitalista individual, aumente constantemente su capital. Diversas fuerzas exteriores le obligan a acumular, a conquistar el mundo de la riqueza social y a extender su control sobre la sociedad con el aumento de la explotación de la gran masa de los seres humanos. Esto se ve claramente con el fordismo. La llegada del fordismo en el siglo XIX modificó la forma de ver la producción. Lo que antes era una producción moderada para cubrir las necesidades primarias más elementales y donde el trabajador era reconocido, ahora es una producción en serie en donde se acumula la riqueza a costa del trabajador, pues los precios se reducen considerablemente para que la posibilidad de consumo sea mayor, dando como resultado un pago desproporcionado al trabajo del individuo. El trabajador ya no es dueño de lo que produce, sino que queda alienado por la cantidad de horas de producción y el medio por el que se organizan los sistemas no tiene mucha importancia, lo principal aquí son las ganancias y cómo maximizarlas. En el sistema fordista hay una gran esperanza en el desarrollo de lo técnico, y se ve con mucho más auge en el sistema post fordista, en donde la industria crece y por lo tanto el consumo también. La sociedad es una sociedad consumista que tiene su lugar todavía en nuestros días. Ahora la industria hablará en términos de reproductividad técnica, en donde se reproducirá absolutamente todo lo que esté al alcance de nosotros. Pero estas acciones son realizadas por una persona que es vista como capital personificado, y su relación con los demás será una relación de avaricia. Si dicha persona pierde el capital, se pierde entre la colectividad que define a las masas, pero si ella acumula cada vez más capital, entonces se dirá que la sociedad está en un progreso importante. Sin embargo, incluso el intercambio se pierde, pues las ganancias son acumuladas por la persona y son gastadas sólo por él. Es por esto que Marx nos dice que “Acumular es conquistar el mundo de la riqueza social, aumentar la masa de los seres humanos explotados por él y extender, así, el dominio directo e indirecto del capitalismo” . Pero ¿hasta qué grado ha llegado la búsqueda por el control de las masas? La cultura, por ejemplo, es vista como mercancía y como entretenimiento, pues para vender algo tiene que reducirse su nivel de complejidad, y de esta manera se engaña a las masas de que al usar su tiempo “libre” realmente se están “cultivando”, cuando para el capitalista las masas consumen. Así es como Adorno y Horkheimer critican el concepto de Ilustración llevado a este engaño: La cultura marca hoy todo con un rasgo de semejanza. Cine, radio y revistas construyen un sistema. […] Los tersos y colosales palacios que se alzan por todas partes representan la ingeniosa regularidad de los grandes monopolios internacionales a la que ya tendía la desatada iniciativa privada, cuyos monumentos son los sombríos edificios de viviendas y comerciales de las ciudades desoladas. Analicemos el caso del cine y la televisión. A lo largo de nuestro camino filosófico nos hemos encontrado con múltiples preguntas sobre lo que somos, sobre lo que nos hace ser hombres. De esta manera nos atañe reflexionar sobre aquello que construye nuestra propia vida y nuestro desarrollo con la realidad del otro. Pero si nos concebimos como seres finitos, entonces la muerte será un punto determinante sobre nuestra forma de vida. Este interés no nace de la nada: nosotros construimos nuestra vida a partir de la concepción de lo que es mejor o peor para nosotros, pero esto nos es dado al mismo tiempo por el medio en el que nos desarrollamos. Así, en nuestra época los medios de comunicación son los que se han dedicado a determinar la totalidad de toda esa construcción de lo humano, diciendo cuál es la mejor manera de vivir e incluso de concebir a la muerte. Con la llegada del capitalismo se ha visto que vencer a la muerte es cosa fácil, pues el hombre en tanto único productor, es el que puede perfeccionar su naturaleza sin necesidad de preguntarse por la verdadera aura de su creación: Día a día se hace vigente de manera cada vez más irresistible, la necesidad de apoderarse del objeto en su más próxima cercanía, pero en imagen, y más aún en copia, en reproducción. [..] La orientación de la realidad hacia las masas y de las masas hacia ella es un proceso de alcances ilimitados lo mismo para el pensar que para el mirar. Este es el caso del cine, en donde, a excepción de algunos directores, el fin principal es reproducir series interminables de copias para que el mayor número de personas puedan tener la producción al alcance y consumirla. La realidad que se le presenta a las masas es que ellas pueden tener el derecho a ser filmadas de igual manera que los actores que aparecen en la pantalla, cuando en la industria capitalista del cine en Occidente está prohibida la entrada a cualquier persona común. Se vuelve entonces un monopolio que determina a las mismas masas. Hollywood ha sido un gran ejemplo de eso. En el cine y en la televisión notamos que se manejan por completo el valor de exhibición, modificando la personalidad del espectador. Por ejemplo, hay películas o series de televisión que se han vuelto un material pedagógico para el que los ve, pues crecen creyendo que realmente conviven con los personajes de la película a tal grado que ellos se involucran en la historia asumiendo la personalidad de los personajes y no la propia. De esta manera, el cine de Hollywood, al producir películas en donde el tiempo es reversible, hay superhéroes en las ciudades y la belleza idónea para el hombre y la mujer es marcada por el modelo de personas que realmente son la minoría del mundo, se crea un temor y escape a la realidad que lejos está de ser una disertación seria sobre lo que somos como hombres. Así, el individuo se cosifica quedando diluido en la niebla de la reproductibilidad por la reproductibilidad misma, tal y como nos lo dice Horkheimer: Reducidos a material estadístico, los consumidores son distribuidos sobre el mapa geográfico de las oficinas de investigación de mercado, que ya no se diferencian prácticamente de las de propaganda, en grupos según ingresos, en campos rojos, verdes y azules. El esquematismo del procedimiento se manifiesta en que, finalmente, los productos mecánicamente diferenciados se revelan como lo mismo. El enlace entre le capitalismo y la masa se da gracias a la técnica, pues se desarrolla frente aparatos y medios de comunicación que pretenden construir al mismo ser humano, sin que por eso se preocupe verdaderamente por su “humanidad”. De esta manera, la idea de progreso como racionalización y el tecnologismo ha llevado al individuo, por un lado a diluirse frente a los ojos del capitalismo, y por otro lado ha sido clasificado como alguien solitario. La alteridad se pone en juego cuando se promete complacer el placer de uno mismo cueste lo que cueste. En la película “Tiempos modernos”, Chaplin muestra a modo de comedia crítica cómo es que el trabajador cae en una alienación por el ritmo de trabajo, rompiendo así sus relaciones interpersonales. Podemos pensar en la industria del iPod como un ejemplo de progreso, en donde “científicamente” (usando el lenguaje de los promotores de estos aparatos) se ha investigado que una manera de escuchar música el mayor tiempo posible sin interrupción, es reducir el peso de las pistas musicales para que en un aparato igualmente pequeño y portátil sea más fácil de transportar. Pero ¿no es esto una invitación al aislamiento? Cada día que pasa es más común ver a personas caminando por las calles, en las escuelas, en los salones de clase, en el transporte, etc., que portan sus audífonos para disfrutar de la música, pero esto lejos de ser una verdadera apreciación de la música es más bien una barrera al diálogo con el otro. Un ejemplo más es el de la nueva propaganda que se emite en los medios de comunicación en México sobre la prevención del virus de la influenza. El mensaje es: “La mejor manera de demostrar que nos queremos es no tocándonos, no dándonos besos, no tomarle la mano a otra persona, usando cubre bocas…” Si pensamos que esta propaganda es un mensaje del propio gobierno, nos damos cuenta de que la pérdida de la individualidad como consecuencia de sometimiento de las masas del sistema capitalista, es una búsqueda ferviente de los mismos mandatarios de la sociedad mexicana. Nos hacemos y nacemos ya en una comunidad, cuya base es la convivencia con los otros, viendo precisamente por el bien común. Cuando esto se rompe, es cuando la comunidad entra en crisis y se encuentra en peligro de disolverse, parece que la relación con los otros traerá consigo rupturas que cambien incluso la realidad en la que estamos inmersos (tan solo pensemos en la fractura que resulta ser una guerra para la percepción de una realidad). Así, las rupturas en la vida comunitaria se ven inmersas en la vida política misma, desde la familia hasta el gobierno que rige en ese momento. Pero ¿todos los cambios y rupturas dentro de las comunidades generan un cambio progresivo? La época moderna, en específico el capitalismo, promete el progreso en las sociedades a través de cambios, es decir, el ser humano y su entorno pueden evolucionar de tal manera que se supere el pasado, negando el sentido de la historia, o tal vez construyéndolo de tal manera que se ridiculizan los actos humanos de la llamada “antigüedad”. Ahora el llamado “progreso” (como fin de todo acto) ha resultado ser un gatillo perfecto para la enajenación del ser humano y su sentido frente a su vida, pues ahora su libertad consiste en trabajar para producir ganancias y material que sustituya la mano humana, importando siempre mucho más el saber cómo hacerlo que el por qué y sus consecuencias, como vimos en nuestra exposición anterior. Vemos que uno de los argumentos que defienden aquellos que buscan el progreso como meta es el de que sí somos creadores y capaces de adueñarnos y superar la naturaleza, pues entre más fuerza tecnológica haya, más posibilidades hay de superar el orden natural. No obstante, dicha creación no promueve la responsabilidad frente a ella misma, ni el aceptar y reconocer nuestra posición en la naturaleza como seres también naturales, no fuera de ella. No hay manera en que la lucha por el progreso involucre la visión de nosotros mismos como seres que viviendo en una comunidad nos desarrollemos cara a cara con el otro, sino sólo como seres que “obedecen y viven al día”. Con esto, no criticamos a la ciencia por entero ni su beneficio, sino su uso. Tan sólo hacemos hincapié en el hecho de cómo es que hoy en día se persigue el progreso con la promesa de tener una tecnología más avanzada para facilitar la vida humana. Sin embargo, dicha promesa lo único que ha hecho es limitar la poiesis que caracteriza la obra del ser humano, pues es en la acción donde imprimimos la huella de nuestra libertad.