El movimiento y el reposo en la cosmología aristotélica: reflexión sobre el fenómeno de la muerte

Por: Raissa Pomposo

¿No será la muerte el cambio más radical que en la vida se presenta? En el presente escrito haremos un recorrido por los diferentes tipos de movimiento que propone Aristóteles en su obra Acerca del Cielo, y tomaremos su idea de corruptibilidad para llevarla al ámbito de lo biológico, en donde el fenómeno de la vida se ve cuartado por la muerte.

Así como el poeta busca la belleza en la palabra, nosotros somos empujados por la duda para seguir en el camino de la filosofía. Y es por ello que no podemos dejar de lado el mundo en el que estamos inmersos y la forma en la que nos desenvolvemos en él; no podemos dejar de observar. Cuando observamos la naturaleza y sus manifestaciones nos damos cuenta de que en ella las cosas se mueven y cambian. Es ahí cuando la física nos seduce a asomarnos en su mundo, pues al enfrentarnos a los fenómenos físicos, incluyendo los cosmológicos,  nos damos cuenta de que el gatillo que permite el estudio de dichos fenómenos, es la physis en movimiento y cambio. Esto es lo que permitió que Aristóteles se preguntara por el comportamiento de la naturaleza y de los astros.

Al notar esto, nos es imposible alejarnos de lo que observamos, es decir, nos vemos involucrados en los cambios que vemos en la naturaleza, pues resulta que nosotros como hombres también cambiamos. Tanto el observador como lo observado están inmersos en el tiempo: el movimiento y el cambio no se darían fuera del tiempo y nosotros no seríamos conscientes de ello si fuéramos atemporales. De esta manera, la finitud, tanto en los fenómenos exteriores a nosotros como en los que nos afectan directamente, representa el trazo perfecto de la irreversibilidad del tiempo.  El hecho de que seamos finitos junto con las cosas de la physis, hace posible la novedad y la creación tanto en nuestra concepción de la realidad, como en el conocimiento de nosotros mismos. Es por esto que nos proponemos analizar cómo afecta en nuestra concepción de la muerte la preocupación por el devenir de la naturaleza.

II

En vista de que Aristóteles fue hijo de un médico, podremos suponer que al estar en contacto con la corruptibilidad del cuerpo humano, fue más consciente de la contingencia de la materia y de la realidad evidente, desligándose de la visión únicamente mistérica del mundo. El paso del estado de vivo al estado de muerto, o de la salud a la enfermedad, fue tal vez una de las cosas que permitió que Aristóteles hablara del movimiento como un cambio. Pero esto también tuvo repercusiones fuertes en su visión del cosmos.

Para comenzar a hablar de qué es el movimiento, Aristóteles da por hecho que hay un todo ordenado, que el orden existe en la physis. Pero parece que nos encontramos frente a dos realidades: decimos que la naturaleza actúa a su manera, ordenadamente, y que los asuntos que a ella conciernen se manejan por sí solos como deben ser, pues sus propias leyes resultan permanentes: lo que la naturaleza hace no está sujeto a ser condenado. Y por otro lado, tenemos el mundo humano (el cual no está fuera de la naturaleza) que genera leyes para regir comunidades, y que a pesar de que su fin sea el bien común, se pueden poner en duda si se ve que éstas no son realmente justas: los actos humanos sí son condenables. Pero algo tienen en común estas dos realidades, y es que las dos tienden al orden, y son corruptibles.

Si revisamos la Física de Aristóteles, veremos que todo movimiento es un cambio. Para llegar a esto, debemos tomar en cuenta que para que haya movimiento debe haber un moviente, algo movido y algo hacia lo que es movido[1], ya que el cambio va a tomar su sentido a partir de lo que sea el destino de la cosa movida, del “hacia lo que”, no del punto de partida del movimiento.  Lo que esto deja ver es que todas las cosas del cosmos tienen un fin determinado, y todas las manifestaciones que nosotros percibimos son una búsqueda por el lugar natural de cada una de ellas. Si todo fuera inmóvil no habría nacimiento ni corrupción de nada y todo estaría en su lugar natural.

Así, lo más relevante ante el asunto del movimiento en Aristóteles es que se hace posible la corrupción de los cuerpos, es decir, que “una cosa previamente existente ya no existe o puede dejar de existir”[2], asunto del que nos hacemos conscientes llevándolo a nuestra propia existencia y ser en el tiempo como cuerpos finitos. Este “ser en el tiempo” lo mencionamos sin pretender usar la jerga heideggeriana, sino tal y como lo dice Aristóteles en la Física:

Mientras que para el tiempo y el movimiento hay una implicación necesaria: para lo que es “en el tiempo”, cuando existe tiene que haber necesariamente un tiempo, y para lo que es “en el movimiento”, cuando existe tiene que haber necesariamente un movimiento.[3]

Esto penetra profundamente en una concepción de la finitud no sólo de los fenómenos físicos en movimiento, sino también de nuestro propio cuerpo, de nuestra condición humana. Pero ¿Aristóteles, al hablar de la corrupción, rompe con toda posibilidad de eternidad? Si todo es absolutamente finito ¿por qué nuestro mundo sigue vivo? Para responder esto Aristóteles explica que el cosmos está dividido en dos mundos: el sublunar y el supralunar. El primero es corruptible y se constituye de cuatro elementos, a saber, fuego, agua, aire y tierra. Los movimientos en el mundo sublunar son rectilíneos, se mueven de arriba hacia abajo (en el caso de la tierra y el agua), o de abajo hacia arriba (en el caso del fuego y el aire) lo que quiere decir que tienden al centro. El hecho de que haya un centro nos habla de que no puede haber una multiplicidad de mundos, sino de que hay univocidad, pues hay una sola periferia. Sin embargo, al mundo supralunar lo rige otro elemento que no está presente en el sublunar:

Por ello, considerando que el primer cuerpo es uno distinto de la tierra, el fuego, el aire y el agua, llamaron éter al lugar más excelso, dándole esa denominación a partir del hecho de desplazarse siempre por tiempo interminable.[4]

La diferencia fundamental entre el mundo sublunar y el supralunar es que en éste no hay nada corruptible, es eterno y armonioso. El éter es incorruptible y sólo está sometido al movimiento circular. Movimiento que es perfecto, como también lo pretendía el modelo cosmológico de Timeo según Platón, pues implica pensar en una unidad, amén de ser un movimiento permanente. Esto no se aleja todavía de los fines pitagóricos de encontrar el orden  de la naturaleza en la geometría, pues en ella sigue viendo la armonía necesaria para que en el universo haya algo que permanezca.

Ahora bien, si pensamos que las cosas del cosmos tienden a su lugar natural, así como la tierra tiende hacia el centro, o el fuego tiende hacia arriba, vemos que no todo está completamente ordenado, y decimos esto cuando nos damos cuenta de que algo no está en su lugar. Pero si todo estuviera en su lugar natural todo estaría en orden. ¿Qué es entonces aquello que impide que no todo esté ordenado y estático por completo? El movimiento violento es el que sustrae a las cosas de su estado natural, es decir, del reposo:

[..] si uno considera que todo movimiento es, bien conforme a la naturaleza, bien contrario a ella, entonces también considerará que el movimiento que para un cuerpo es contrario, para otro es conforme a la naturaleza, como sucede, por ejemplo, con el movimiento hacia arriba y el movimiento hacia abajo.[5]

El regreso al orden es el movimiento natural de todas las cosas animadas del cosmos, pues “si tal o cual traslación es forzada, su contraria es natural”[6]. Finalmente se ejerce violencia sobre los cuerpos todo el tiempo manteniendo el desorden, pero cada uno de ellos tiene un único lugar natural al que tiende, y seguirá tendiendo hasta llegar a él. Cuando un cuerpo llega a su lugar natural y ahí permanece, llega al reposo. Por ello todo lo que conforma a la physis tiene un fin preciso y una razón de ser, esto es, que todo aquello que está en potencia es posible ponerlo en acto.

No conocemos las cosas que nunca nos han sido presentadas de alguna forma. Realizamos juicios sobre algún fenómeno una vez que el fenómeno se nos ha presentado, ya que antes no veíamos al juicio ni como posibilidad. Podemos decir que el fenómeno cambia en ese momento porque tenía la potencia de hacerlo, y esto le da un carácter distinto a lo que se mueve, pues el hecho de que el acto sea sólo porque tenía potencia, es ver al movimiento como un proceso que tiene un principio y un fin, en el cual nos realizamos todos los seres. En esto descansa una parte fundamental del destino de todos los seres vivientes: la muerte.

Conclusiones

Independientemente de que la física de Aristóteles haya sido falsa a causa de su concepción del lanzamiento de los proyectiles, el asunto del movimiento tanto en la Física como en el Acerca del cielo de Aristóteles, no sólo concierne al comportamiento de los astros, de la tierra, del fuego o del aire. Al ser nosotros parte del cosmos del que habla el filósofo, la corruptibilidad nos atañe profundamente. En una construcción constante de nuestra vida el movimiento resulta ser algo que se esfumará en algún momento: en el momento del reposo.

Es precisamente el devenir lo que ha hecho posible que la búsqueda por el conocimiento siga en pie, y que nuestro trabajo como filósofos no perezca aún, pues son los que mantienen la duda sobre lo que aparece los que harán violencia sobre ello, los que generarán desorden constantemente esperando que todo se conduzca a su verdadero lugar natural. Por ello, ante el devenir buscamos la permanencia, y la muerte resulta ser la manifestación absoluta del fin del movimiento y el cambio radical de la vida. Si el reposo no es un movimiento, y la muerte es el reposo por antonomasia, entonces la muerte en sí misma no es movimiento, pero sí lo es el cambio que la muerte provoca al truncar la vida. La muerte ya no tendrá necesidad de ser explicada como tal; en cambio el proceso y los cambios generados para llegar a ella sí. En el mundo corruptible, si la potencia deja de ser tal, desaparece con el acto también, pues nada que esté privado de movimiento puede actuar sobre nada, ni puede ser afectado por nada. Es así como nos preparamos para continuar alimentando todas las posibilidades que tenemos de ser como hombres, esto es, de construir una vida ética frente a la naturaleza de la que formamos parte.

Primero un aire tibio y lento que me ciña

Como la venda al brazo enfermo de un enfermo

y que me invada luego como el silencio frío

al cuerpo desvalido y muerto de algún muerto.

Después un ruido sordo, azul y numeroso,

Preso en el caracol de mi oreja dormida,

Y mi voz que se ahogue en ese mar de miedo

Cada vez más delgada y más enardecida.

¿Quién medirá el espacio, quién me dirá el momento

en que se funda el hielo de mi cuerpo y consuma

el corazón inmóvil como la llama fría?

La tierra hecha impalpable silencioso silencio,

La soledad opaca y la sombra ceniza

Caerán sobre mis ojos y afrentarán mi frente.[7]


[1] Cfr. Aristóteles, Física, Madrid, Gredos, 2002, libro V, 224b, p. 299.

[2] Aristóteles, Acerca del cielo, Madrid, Gredos, 2008, libro I, 280b, 20-25, p. 93.

[3] Física,, libro IV, 221a,  25, p. 279.

[4] Acerca del cielo, libro I, 270b, 20, p. 53.

[5] Ibídem, libro I, 269a, 30-35, p. 48.

[6] Íbidem, libroI, 276a, 25, p. 76.

[7] Villaurrutia, Xavier, Nostalgia de la muerte, Nocturno muerto, México, Ediciones Coyoacán, 2005, p. 41.