El derecho a la indiferencia

Said the Homophobe skeleton

Gay folk suck

Said the Heritage Policy skeleton

Blacks’re outa luck

No cabe duda que la legalización de las uniones gay es un progreso hacia la igualdad; por desgracia tampoco se duda sobre lo bueno de la igualdad, tan sólo se le supone como evidentemente bueno y ocioso por preguntarse. Las discusiones, tanto en las trincheras liberales como en las conservadoras, se han ceñido o bien a la legalidad o bien a la naturalidad; si a la primera, las palabras se han empantanado en la interpretación de las leyes; si a la segunda, los discursos serpentean en medio de las tribulaciones del placer y la reproducción; de un lado y otro, por tanto, se ha evadido lo que quizás es más elemental: la legalización de las uniones gay exhibe la indeterminación formal que caracteriza a la noción contemporánea del matrimonio.

Detrás de la igualdad sexual mentada por nuestros legisladores se encuentra un largo proceso de confusión y degeneración de los conceptos acordes a las manifestaciones naturales de la actividad humana. Por un lado, en cuanto a la historia de la palabra, el matrimonio ha pasado a ser de una unión sacramental orientada a la propagación de la especie [DRAE de 1734] a una unión concertada de acuerdo a ritos o formalidades [DRAE de 1956 a la fecha], perdiendo, por una parte, su función social, y por otra, su carácter sacro. Ambas pérdidas permiten ver que los términos actuales de definición matrimonial son definitivamente asexuados y carentes de fines. La radicalidad implicada en este cambio se puede notar con mayor claridad distinguiendo el uso de los conceptos.

En su Política, Aristóteles afirma que a la unión entre un hombre y una mujer no es en sí misma la familia, y que de hecho esa unión carece de nombre, además de que la familia en cuanto tal es una relación más compleja que la sola unidad de dos personas [1253b 3-11], en su complejidad, la familia se caracteriza como un núcleo de la actividad social. Quizá por ello, siglos más tarde, allá en la Europa medieval, el matrimonio era principalmente un modo económico de producción para cumplir con los tributos al señor feudal, unidad económica en la que hombre y mujer eran miembros accionarios igualitarios en el proceso productivo, y que por ello mismo tomó importancia aquel insaciable alimento de literaturas que es el tejido de alianzas para emparentar a dos familias. Posteriormente, cuando el hogar dejó de ser centro de producción y el paterfamilias fue emplazado al trabajo asalariado, mientras que la materfamilias lo fue al trabajo fantasma (según mostró Iván Illich), el matrimonio abandonó los linderos del género y comenzó a pensarse entre los confines del sexo. Originalmente el sexo remarcaba la diferencia entre hombres y mujeres, pues sexus deriva de secare: cortar, separar, distinguir. Sin embargo, de la Ilustración en adelante, cuando el hombre dejó de ser hombre para ser simplemente humano, el sexo comenzó a usarse para nombrar directamente a los individuos -así en la Enciclopedia-, y un poco después para nombrar una relación de canalización energética agenérica, con entropía incluida, que será llamada libido. En tanto el dogma contemporáneo predica que todos necesitan canalizar su libido, y en tanto que la canalización puede ser productiva dentro del sistema económico del progreso, la legalización de las uniones gay es un paso indiscutible a la igualdad, o lo que es lo mismo a la indiferencia de quienes sólo ven sujetos productivos u objetos de consumación de la libido. De otro lado, y en otra historia, queda el amor, el que nunca deja en la indiferencia a lo amado.

Námaste Heptákis