A Palabras Sabias…

“-White serves as a beginning. White cloth may be dyed.
The white page can be overwritten; and the white light can be broken
.

-In which case it is no longer white, and he that breaks a thing to find out what it is
has left the path of wisdom.”

Por A. Cortés:

Leí en la introducción que Allan Bloom hace a su libro “Shakespeare on Love and Friendship” una de las justificaciones que más han llamado mi atención estos días. Él estudia algunas de las obras del poeta buscando lo que en ellas se deja ver sobre las uniones y las separaciones humanas, sobre el apego, la inclusión, la repulsión, y sobre lo que es “estar involucrado con alguien” para bien o para mal; y como a quien le preguntan por la importancia de su labor, escribe: “Es una necesidad urgente encontrar cómo vio todas estas cosas, porque es sabio y porque no comparte nuestros supuestos comunes”.

La sencillez de las dos razones me resultó tan sorprendente que no pude evitar detenerme un momento pensando cada una. Para empezar, no parece muy corriente que reconozcamos en alguien la sabiduría. Hay unos que dicen que ya no es parte de nuestros juicios (no a los que les damos importancia) aceptar que alguien es o no sabio, y que incluso creemos que éstos no existen inclinándonos más bien por los expertos. Ellos son seguramente especialistas, en contraste con el sabio que no lo es de una especie, sino de algo general. Lo que dicen acabó confirmado por mi experiencia, sencillamente porque cuando Bloom dijo que escribía sobre Shakeseare porque era sabio, me pareció sorprendente. No nos vendría mal hacer un poco de espacio en nuestros juicios para aquellos que consideramos mejores que nosotros para hablar bien, y para decir cosas de las que algo podemos aprender.

Definitivamente no puede venirnos mal de que lo consideremos, ¿y puede venirnos algún bien? Digo, es una pregunta justa, porque hacer las cosas sólo porque se pueden hacer es actuar como si fuéramos fenómenos naturales, dejar de elegir es como hacer de nuestras acciones simplemente “eventos”. No fue demasiado tiempo el que estuve buscando cómo responder, porque en frente tenemos la segunda razón de Bloom. Parece que en algo tendría que ser conveniente que alguien no compartiera nuestros supuestos comunes. Más aún si es el sabio al que vamos a escuchar con atención. Lo que nos es común no “salta” a la vista, porque estamos habituados a verlo. Lo que está fuera de lo común sí salta, y nos llama a que nos acerquemos con cuidado, atentos. Lo bueno de intentar combatir el prejuicio de que ya no hay sabios es que tenemos de nuevo la oportunidad de escuchar de alguien algo que cimbre nuestras bases y nos impulse a cuestionarlas. Saber qué prejuicios tenemos es ya el primer paso para combatirlos.

Bueno, pues en eso pensaba cuando leía la introducción de Bloom, pero olvidé algo muy importante. No es cierto que podamos tan sencillamente decidir que sí hay sabios y que sí hay razones para escucharlos. Primero, porque es un misterio cómo es que alguien que no es sabio puede ver en alguien más la sabiduría; y más aún, que si entonces tratamos de compensar nuestra ceguera y nos inclinamos a pensar que todos son sabios porque no podemos reconocerlo, entonces regresamos a confundirlos con los expertos. Éstos demuestran el área en la que saben algo por los resultados que obtienen con el ejercicio de sus técnicas y artes: no se necesita ser una autoridad en computación para notar cuando un experto en computación logró fraguar bien un programa. Finalmente no se trata de la admisión de la sabiduría como de una presencia constante y palpable, sino más bien de la apertura a escuchar y de la confianza en la palabra, que nos dan alguna luz sobre lo que consideramos bien dicho y su relación con nuestra propia vida.

En lo personal, no me gustan mucho las apuestas a la Pascal, pero parece que en este caso es mejor cuidarse del prejuicio de que es imposible ser sabio que andar por allí con él. Por mucho parece conveniente abrirse a la posibilidad de aprender algo de quien esté librado de nuestros supuestos comunes, si acaso nos percatamos de por qué son supuestos infundados. Si no aprendemos nada, nada perdimos estando dispuestos; y por el otro lado, ¿qué mejor que escuchar a alguien que sabe lo que dice?

Se Han Ido

Por A. Cortés:

No recuerdo cuándo comenzó, sólo sé que un instante de aquellos ya estaba yo inmerso en las palabras de la discusión como si fueran el cauce rapidísimo de un río furioso, y no tuviera tiempo ni fuerza de asirme de alguna rama salvadora. Esta conversación iba a terminar conmigo, ya podía escuchar entre las salvajes bocanadas de aire y agua cómo rompía cercana la cascada.

Creo que me gritó pidiendo respuesta, pero sólo resonaba el tono agudo con el que había pronunciado después: “¡Si no tenías ni idea entonces ¿por qué volteaste a verme como si supieras?! ¡¿No te das cuenta de lo que pude hacer?!” Pero no lo hizo. No entiendo ni nunca entendí de qué forma podía ser yo responsable por el fin de tan escabrosa escena, pero sé que si las cosas hubieran salido de otro modo habría sido yo a quien se le doblara la espalda de culpa. Él, Azahim, con la daga empuñada y el filo sediento bebiendo a escasas gotas de la tacaña piel, temblaba acaso más que el hombre que habíamos capturado. Un antiguo soldado de la Orden, debía de ser: su gesto grave y su porte orgulloso no eran de la estatura de un cobarde a quien se le acerca la muerte, y Azahim era exactamente el retrato opuesto, con su semblante quebradizo y sus brazos flacos tensándose como las sogas de un barco velero. El captor asediaba con el filo de su miedo al severo cautivo; pero algo tenía en sus ojos este extraño, algo como una confianza que se transparentaba dentro, más allá de los dos puntos negros quietos y pesados. El suelo terroso escondía con vergüenza las gotas del frío sudor que caían de la frente de Azahim.

“Calma, le dije, nadie dio la orden. Déjalo allí.” Con un retraso ceremonial, pero inútil, la hoja fue alejada del cuello por muy poco hendido, ¡y con un suspiro cortado por la mitad cayó al suelo! En un salto felino, el soldado asió por la boca la cara de Azahim, a quien no podían abrírsele más los ojos sin escaparse, y un crujido me conmovió; los nudos malhechos de las sogas que debían apretar las muñecas habían cedido y ahora yacían recostadas y revueltas, queriendo ocultar su fracaso. Corrí a salvar a mi amigo pero fue tarde. “Nikaff…” alcanzó a decir por último. El soldado repitió mi nombre con la puntería para decir el “kaff” con el cuerpo cayendo secamente al suelo. Estaba por irse sin prestarme ninguna atención, y le pregunté “¿por qué lo mataste si no era una verdadera amenaza?”

Volteó a verme resuelto, y por segunda vez me nombró. “Tu nombre me suena hueco, como todos los nombres del norte. Quizá debiste mentirle a tu amigo y salvarlo. Ahora en vez de ser yo, ustedes terminarán secos por el Sol y comidos por los perros.”

“¡No puedes hacerme daño, soy un hombre de fe!”, le dije mientras daba pocos pasos hacia atrás. “Soy lo mismo que un santuario, y tus amenazas son sacrilegio.”

La frase molestó profundamente al soldado. Del suelo recogió la daga pintada con su color y su gesto se torció con el disgusto. “No existe tal cosa como la fe, no eres nada.”, dijo.

“¡Te salvé la vida, es justo que respetes la mía y te vayas de aquí!”

“¡¿Acaso sabes lo que mereces mejor que lo sabía tu amigo, o mejor que lo sé yo?!” Cerró el puño con fuerza sosteniendo el arma.

Titubeé.

“Si tus supersticiones te van a servir de algo, más vale para ti que sea ahora mismo. Si hay vida después de la muerte, te probaré con la tuya que tus cuentos no salvan a nadie.” Y gozando su propio chiste, hizo una mueca que pronunció todas las líneas de su cara.

“¡Detente, no es mi ira la que provocas!” Escupió en el suelo. Como leche hirviente subió por mi espalda un cosquilleo violento que confundía la desesperación con la esperanza: tenía que sostenerme sabiendo que nada había que este hombre pudiera hacerme, y no habría protección más efectiva; pero cuando dije eso observé el velo negro en sus ojos que se divertían más con cada espasmo mío. Lo supe entonces: yo tampoco creía en los dioses.

Calcineo Monte (cont.)

El gélido abrazo veló un engaño:
la dulce mirada de Amor y su faz
con esa expresión reveláronme más
que el triste rumor que hizo tanto daño.

Me había equivocado pensando que el fin
en árido monte fue a hallarme helado,
que cuando mi aliento volvió delgado
ya nada del mundo quedaba ante mí.

Culpable fui de mi grande ceguera,
oculto me fue que ese frío no es
ni un poco, después de muerte postrera

Y ahora que quiero sentir en mi tez
el hielo gozando la vida entera,
no hay frío ni calor, ni lozana vejez.

 

http://ydiceasi.wordpress.com/2010/12/04/calcineo-monte/

La Belleza Indefensa

‘¿De dónde has venido, mi gran amigo, el sabio?’
Mas inconvencible como era, lo despidió:
tan cambiado como estaba no pudo por su voz reconocerlo.

-Wilhelm J. Murray, en Many a Humane Story

Por A. Cortés:

Hoy quiero hablar de algo de lo que con mucha inseguridad empiezo a decir mi opinión, y como me siento temeroso por no darme a entender, haré una pequeña desviación a modo de analogía, con la esperanza de que eso me envista de la claridad que sospecho me falta. Hace meses se estaba diciendo por todos lados (en los ambientes académicos, por lo menos) que había que defender a la filosofía, porque estaba amenazada por las reformas educativas que tenían como malévolo fin convertirnos en títeres esclavos de la máquina capitalista come-almas y escupe-dinero. Me pareció muy curiosa la forma predominante en la que se comprendía la posibilidad de hacer esta defensa, y esto tiene que ver con la comprensión que se tenía del ataque. Se decía que la filosofía estaba por ser quitada de todos los programas de educación, o de golpe, o de a poco, porque no era para nada productiva y la educación tenía que ser práctica. Los defensores decían de muchos modos diferentes: “¡No es cierto, la filosofía no es para nada impráctica ni inútil! ¡La filosofía es lo más útil que hay porque de ella se deriva toda la utilidad postrera! ¡La filosofía hace que nazcan las prácticas, ella es la más práctica!” Y me parecía que tal defensa estaba destinada al fracaso. Me pareció que era sencillo ver cómo fracasaría porque  decir que la filosofía sí es o puede ser práctica es mentira más o menos evidente:  la filosofía sí es inútil. Es inútil e impráctica. La defensa sólo la podría hacer quien mostrara bien por qué no es idéntico lo práctico a lo valioso, o a lo deseable, y por qué no basta con decir que algo es inútil para decir que no lo necesitamos o queremos. Ésa sí sería una defensa: claro, la filosofía es inútil, pero es valiosísima.

Ésta es mi analogía, porque algo así es lo que espero -aunque con esperanza ingenua- que suceda con los cambios que harán a la ortografía española. ¿Por qué la analogía, según yo? Porque los cambios que están por hacerse a nuestra orto-grafía están todos impulsados por un afán de hacer más sencilla la manera en la que escribimos, y todos (o la mayoría) son cuestiones prácticas. O se proponen para que la regla no vuelva a confundirnos, o porque muchos no la usan, o porque la mayoría lo hace de tal otro modo. Y hay “escritores” que dicen que no hay problema. Y bueno, si notando los cambios tratáramos de argumentar que nos van a meter en muchos conflictos, no lograríamos convencer más que a los que ya estaban convencidos desde antes. Por ejemplo, con esto de que serán removidas las tildes diacríticas de “este” y “esta”: si yo argumento para defenderlas que son muy necesarias y prácticas porque tenemos muchas ocasiones de ambigüedad en las que es imperativo saber si se trata de éste o de este asunto, estaría exagerando. Sí hay situaciones ambiguas, por supuesto, pero también las hay cuando decimos “Ven, para esto que quiero”, por decir algo (y aunque a mí me encantaría que “para” se escribiera tildado cuando se trata del verbo, como acento diacrítico, eso está ahora más lejos de pasar). También está quien dice: “Vine solo a verte”, que ahora no se distinguirá de “Vine sólo a verte”. Sin embargo, tienen razón cuando dicen que la mayoría de las ocasiones los podremos distinguir por el contexto.

No, la razón por la que son deleznables estos cambios ni siquiera pienso que alcance su profundidad en cada cambio particular que se hará. Va más allá: son repudiables por sus motivos, y son repudiables porque la práctica y la facilidad no deberían de ser criterios suficientes (tampoco los desacredito por completo) como para realizar un cambio ortográfico. ¡Si la ortografía es la manera correcta, no la manera mayoritaria-que-a-más-mensos-tiene-contentos! No sé si es muy visible por qué no tiene caso cambiar la ortografía por la práctica y la facilidad, pero por lo menos a mí me parece muy evidente que en el habla hay belleza. Las formas del bien escribir son una expresión de la belleza de la palabra, y las diferencias y los juegos con las posibilidades de la buena escritura son modos en los que se nutre, entre los lectores y escritores, ese sentido de lo bello en la palabra. Escribir y leer no son trámites. La voz es bella porque puede llegar a hablar bien de las cosas, y desdeñar la belleza del lenguaje, ignorándola como si fuera parte de un cuento de niños, es signo de gente decadente. La decadencia del latín no se vivió con los cambios tecnológicos que tenemos nosotros, pero separó con mucha evidencia al latín culto del latín echado a perder (y lo digo pensando bien la expresión). Nosotros, con la velocidad de nuestros cambios y nuestro amor por la innovación, ni siquiera nos quedaremos con español culto con qué contrastar: es la misma Academia la que puede decir sin tapujos que, como la computadora es ahora más utilizada que la pluma, ya no hay por qué ocuparnos de diferenciar la o del 0. Como dijo Platón que Sócrates recordaba que decían por allí: lo bello es difícil.

Esperaría me perdonasen los muy prácticos liberales que, con aqueste desenfreno airado en defendiendo al español que busca hablar con belleza, hubiera yo vulnerado sus orgullos -ya por ellos mismos rebajados-, si no supiera que por mucho yacen allende tal dignidad.