El amor es misterioso, en él se unen lo terrenal y lo divino, lo visible y lo invisible, lo doloroso y lo placentero. Debido a que su naturaleza le hace estar entre lo comprensible y lo inalcanzable, vemos que no hay manera más clara para hablar sobre él que atendiendo a la experiencia amorosa que tenemos, de la cual podemos articular algo y a la cual atendemos cuando las palabras se encentran con sus propios límites.
Esta necesidad de atender a la experiencia para hablar sobre algo que se le escapa al discurso con tal facilidad, nos indica que un ser sin eros no puede hablar sobre el mismo, pedir a alguien anerótico que nos diga lo que es el amor, es como pedir a alguien sin sensibilidad que nos hable de las cosquillas que sentimos al tener contacto con una pluma de avestruz.
Así pues, sólo aquellos que aman y que reflexionan sobre sí mismos como seres amorosos, son capaces de decirnos con una claridad asombrosa aquello que llegamos a sentir cuando Eros llega y nos toma sin que sepamos si lo hace para hacernos mejores, o si lo hace sólo para jugar. Entre aquellos pocos que aman y que se piensan como seres amorosos se encuentra Platón, cuya capacidad para hacernos reflexionar sobre las diversas experiencias eróticas que podemos tener en la vida es asombrosa.
En una conversación como la presentada en el Banquete, podemos encontrar diversos discursos formados desde varias maneras de abordar a lo erótico, desde la que es propia del médico que pretende mediante el logos atender al mal de amores, hasta la de aquellos que incapaces de hablar sobre Eros debido al dominio que éste ejerce sobre ellos, no logran hacer algo que no sea un discurso en el que se hable de lo amado; discurso que los lleva a enredarse más entre las redes de lo amoroso. La imagen perfecta de ello se presenta en la incapacidad de Alcibíades para hablar de otro asunto que no sea Sócrates.
El amor es contradictorio, y esto se aprecia con claridad en cada experiencia amorosa que tenemos y en cada discurso que sobre ellas articulamos, en ocasiones lo que nos causa dolor nos atrae más que lo que a primera vista resulta placentero. No hay ser más dispuesto a soportar los dolores más desagradables que aquel que está enamorado.
Si el amor no fuera tan contradictorio entre sí, dejaría de ser un misterio y se podría hablar sobre el mismo mediante definiciones claras y distintas capaces de abarcarlo, pero no es así, el amor es misterioso y sólo las imágenes capaces de apelar a nuestra experiencia con lo misterioso son capaces de decirnos algo que nos deje medianamente satisfechos.
Platón se percata de la naturaleza misteriosa de lo erótico y decide abordarlo mediante imágenes, a veces míticas como las que conforman el discurso ofrecido por Aristófanes, a veces lejanas como las concernientes a los recuerdos que tiene Sócrates de lo aprendido con Diótima, que son más lejanas cuando recordamos que el diálogo presentado al lector se funda en los recuerdos que tiene alguien que escuchó sobre él, y que no estuvo presente.
Aceptando todo lo anterior, no nos damos cuenta del peligro que nos acecha cuando pretendemos articular algo sobre el amor, si damos por hecho todo lo hasta ahora dicho podemos quedar atrapados en las redes de lo erótico y olvidar que lo que vemos en el Banquete es una imagen, que como tal apunta hacia lo real sin serlo ella misma.
Cayendo en cuenta que lo que tenemos en frente como lectores es una imagen de aquello que como seres amorosos somos, no podemos dejar de preguntar qué tan verdadera es ésta, y si no hay manera de acceder a lo erótico mediante un discurso que no requiera de la imaginación y del peligro que trae consigo pensar en quimeras.
Pero, pretender hablar sobre aquello en lo que se une lo visible y lo invisible, acudiendo sólo a lo visible y olvidando lo que no se ve con claridad, es olvidar que el amor es misterioso y que somos seres que si bien lo sentimos, no por ello lo agotamos.
Maigo.