Moliendo y Respondiendo

Es curioso que a esas cosas, muchas veces chuecas, que todo dentista recomienda extraer para evitar dolores y movimientos innecesarios en el resto de la boca, las llamemos muelas del juicio. Aún otra curiosidad resalta excavando el diccionario de la RAE, buscando «muela», y yendo hasta el final del relato donde le platican a uno que «haberle salido a alguien la muela del juicio» significa que es prudente y mirado en sus acciones. Su otro nombre es muela cordal, que viene de cordura, nada menos. Es bastante llamativa la relación entre los nombres de este pedacito de hueso y la calidad de las acciones de la gente cuerda, prudente y de buen juicio. ¿Y qué tiene de diferencia con el resto de los dientes?

Los demás dientes tienen nombres notorios, no se piense que estoy sacándolos nomás por moler. Por ejemplo, la primera fila de corto aguante que tenemos en la vida: los dientes de leche. Grandotes, blancos y brillantes, muchas veces son la primera gran causa de comezón, y tienen la blandura que nos hace pensar que no están aún hechos de hueso, sino de la leche endurecida que se ha estado bebiendo todo el tiempo en lo que uno crece en tamaño y en amor por la comida. Tampoco se quedan atrás los colmillos, llamados así naciendo del latín columella que quiere decir columnita, y que se usaba también para nombrar al pivote sobre el que giraba el molino de aceites, al poste blanquecino con el que se fijaba una catapulta, o a las lápidas (por si se preguntaba por qué el olor a muerto de algunas bocas).

Las muelas del juicio, sin embargo, tienen un modo muy peculiar de nacer: nacen tarde. Para cuando salen, ya mudamos las hileras de leche completitas, ya de tanto usar los fuertes y nuevos dientes que habían nacido serrados hasta les erosionamos el tope, muchos ya pasamos por tortuosos procesos de cirugía o corrección ortodóntica con horrendos aparatos (que antes eran mucho peores), y es después de todo eso que se asoman. Sacan una punta blanca, además con mucha cautela, como si tuvieran primero que echar una buena mirada al rededor y asegurarse de que no hay mayores peligros, y van saliendo haciendo como que no pasa nada (aunque pocas veces tengan éxito eludiéndonos).

Es obvio que estas muelas se llaman así porque para cuando salen, se supone que ya se tiene juicio (el juicio también se asoma tarde). Lo que no es tan obvio es qué cosa nos hace pensar que los adultos jóvenes, como solemos decir, ya tienen juicio a diferencia de sus pequeñas contrapartes. Más aún cuando las películas estadounidenses nos harían pensar que sobre la tierra no hay seres más sabios que los niños. Sea como sea, una cosa llamativa de los niños es que son tremendamente mutables. Claro, tienen su carácter y hay cosas que visiblemente los diferencian, pero son de temperamentos volubles, de caprichos fogosos, y de un poderoso sentido para la imitación y el veloz aprendizaje. Son más suaves, y se modelan más fácilmente. Cuando uno les pregunta por qué hicieron algo, o no tienen respuesta, o tienen varias aunque se contradigan. Y que sean así es perfectamente normal. Responder por lo que se hace requiere de un modo de ser ya mejor formado y endurecido, por así decir, porque la elección parece ser un movimiento voluntario hacia lo que uno quiere. ¿Y cómo un niño va a responder por lo que hizo, si ni está seguro de qué quiere ni tampoco pasa tiempo pensándolo? ¿Cómo va a responder si muchas de las decisiones importantes de su vida las toman por él? No lo digo como escarnio, pues tan absurdo sería molestarse con un niño por no responder por sus actos como reprocharle que no tuviera muelas del juicio: así es como son los niños y ya.

Así que una de las señales que incidentalmente (¿coincidentalmente?) acompaña al momento en la vida humana en el que se afrenta lo hecho y lo dicho, son las muelas cordales. Uno que ya puede responder por lo que hace y elige lo que quiere para él está demostrando que puede pensar en lo que le conviene (lo haga bien o mal). Y, obviamente, lo que le conviene también les va a convenir a los suyos, porque a menos de que sea un dios o una bestia solitaria no podrá encontrar muchas cosas ventajosas allende a los que lo rodean. Es más, puede ser que lo que le convenga no sea sólo por buena suerte bueno para alguien más, sino que en el hecho de que sea bueno para alguien más esté su bien. Puede ser. Pero hay algo más que nos dice este maravilloso evento: es cosa suficientemente común y corriente que las personas vean en la edad de alguien que ya puede ser responsable, como para que las últimas muelas se hayan ganado semejante nombre. Y este hecho solo ya es suficiente maravilla, porque los hay muchos que repelan sobre si es o no es experiencia cotidiana que hay buen juicio, y más necedades. Y sí son necedades, pues aunque se probara que en el fondo no existe tal cosa como el buen juicio y la cordura, eso no prueba que no sea parte de la experiencia común que hay tales cosas.

Ser responsable de lo que se hace y se dice quiere decir que se puede responder por ello, y que en caso de error se dará la cara y se enfrentarán las consecuencias ominosas que hayan acarreado las acciones. Si alguien tiene la disposición para juzgar bien lo que le conviene, cuando le preguntemos qué hizo, qué dijo, o qué omitió, y por qué, seguramente nos dirá sin sentir vergüenza que era, en cierto sentido, lo mejor. En la de malas, nos dirá que era lo que le parecía mejor y aceptará si no lo es. Normalmente se piensa que responsable es el nombre de quien causó algo, pero ser causa no es lo mismo siendo humano que siendo piedra, porque aunque la piedra causa el descalabro, el gandul que avienta la pedrada se merece otro tipo de tratamiento. Él también es causa del perjuicio. Entre jueces y juzgados, por ejemplo, se habla de quien fue responsable de tal o cual barbaridad, porque acostumbramos que quien sea que la haya causado sea tratado como persona con sus muelas del juicio bien salidas: como adulto. Por eso el responsable es el que puede acarrear la pena que el juez dictamine, pues se enfrenta a las consecuencias de sus acciones. No hay sitio en el que sea bien visto que se castigue a un bebé del mismo modo en que se castiga a un hombre maduro por alguna falta (imaginen si les parecería justo que se encerrara en la cárcel a un niño de 7 años por robar). Entonces, la responsabilidad no está en las consecuencias, sino en el temple para actuar sabiendo que las consecuencias que derivarán dependen de la elección, y que tan malo es para un adulto andar haciendo y diciendo cuanto sea sin pensar en lo que puede pasar, como para un niño lo es estar dejado del cuidado de sus padres y familiares teniendo que tomar sus decisiones solo sin ninguna clase de auxilio. No importa si lo llamamos responsable, prudente, cuerdo, o de buen juicio, ni importa tampoco si no logra ser ninguna de estas cosas, un humano normal intenta ser así, porque es tan natural para el hombre proponerse decir bien las cosas y hacerlas bien, como es natural que salgan las muelas del juicio.