De un tiempo para acá Oriente se metió en mis escritos. Poco a poco fue introduciéndose en mis pensamientos, luego en mi vida y finalmente en mis escritos, que no son muchos, pero resultan un intento por darle sentido y orden al caótico mundo espiritual que a últimas fechas me atormenta… Corrijo, Oriente siempre ha estado en mis escritos – y en mis afectos -, pero no el Oriente del que ahora quiero hablar y del que surgió todo lo bueno y lo malo de esta última etapa de mi vida, sino ese Oriente que me llegó de oídas a muy temprana edad y del cual no pude dar cuenta en ese momento, pero que transformó profundamente mis ideas y convicciones, aunque éstas se basaran en meros cuentos infantiles y supersticiones religiosas; ese oriente sobre-estilizado de colores chocantes y chillones – como su música – y en donde la gente tiene el color del limo que se forma en el delta del Ganges a donde van a lavar sus impurezas; ese Oriente de dioses multiformes y terribles y de mil brazos que como arañas se le meten a uno en la imaginación sobresaltándola y llenándola de las maravillas que Occidente constantemente le va negando; ese Oriente pacifista y profundamente espiritual de mahatmas y monjes y budas que enseñan caminos de renuncia y meditación y serenidad, cuyo incienso perfuma el alma y la incita con su penetrante látigo a adormecerse en mil ensueños con turbantes y enromes bestias de orejas grandes y terribles colmillos; ese Oriente que sólo puede existir en la imaginación de un niño y del cual la vida poco a poco lo fue apartando… para mostrarle aquel otro Oriente del que jamás tuvo ni la más remota idea.
Como algunas de las más bellas historias, todo comenzó con un libro. Un libro que por los azares de la casualidad llegó a mis manos a través de la persona que más amaba en ese entonces. Ni ella ni yo sabíamos las consecuencias que dicha obra tendría en nuestras vidas, sobre todo en la mía. El libro del té, dejábase ver en la portada, junto con un hombre de aspecto oriental y mal talante que parecía estar revolviendo algo dentro de un enorme caldero.
A lo largo de sus páginas me fui enterando, de manera breve y sucinta, de cómo vivía y pensaba ese Oriente al que nunca había prestado atención y que, francamente, poco me importaba. Ese Oriente del que proviene el té y donde nace el sol y que le rinde culto a lo simple, a lo sencillo, al detalle. Esto fue lo que me cautivó en un principio: la sencilla y profunda reverencia a lo cotidiano, en contraste con la caótica complejidad sobre la que había edificado mi vida hasta ese momento. Tal vez fue por eso mismo que comencé a escribir Haikús, escribirlos más que leerlos, tratando de captar con el menor número de palabras la vitalidad de un instante, su belleza, aunque imperfecta. Vaciar la mente de tal modo que se pueda estar verdaderamente en dicho instante, y más que describirlo, señalarlo: “eso es así”, tathata, sin valoración alguna.
El camino del haikú me condujo por el sendero de la sobriedad que lleva hacia el té; sendero que se fue bifurcando en toda una serie de doctrinas y prácticas, ora yóguicas, ora marciales, que buscaban la armonía y la serenidad. Sin embargo algo faltaba. Un dejo de artificialidad impregnaba todo lo que hacía, así como artificial nos resulta el camino previamente trazado por otros. Y el sendero se bifurcó de tal forma que extravié el camino. Perdí la dirección.
Comencé a estar a la deriva de todo lo que hacía. Dejé el yoga y el aikido y poco a poco fui regresando a mis hábitos occidentales, que de alguna forma me parecían a la vez más enraizados como heterónomos. Hacía las cosas en automático sin siquiera cuestionar el porqué. Un malestar se apoderaba de mí con gran fuerza y llegó un momento en el que el caos resultó ser tal que perdí el control y, con él, cualquier punto de apoyo que pudiera sostenerme. Me encontraba desquiciado. Sólo esperaba el momento en el que el suelo detuviera mi caída terminándolo todo. Pero el suelo nunca llegó y en su lugar apareció otra cosa.
Gazmogno
Me gustó mucho la narración, Gazmogno. Lograste que me dieran muchas ganas de conocer cómo continúa este relato.
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No quiero adelantar comentario hasta no leer la serie completa, pero entre las muchas bellas imágenes que nos das en tu escrito de hoy quiero resaltar la siguiente, fiel descripción de la fascinación por Oriente. «ese Oriente de dioses multiformes y terribles y de mil brazos que como arañas se le meten a uno en la imaginación sobresaltándola y llenándola de las maravillas que Occidente constantemente le va negando». Gracias
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Hasta ahora tu narración me parece bella, fascinante y me atrapa como para que con ansias espere la continuación de la misma. Gracias
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