Diferenciar a los buenos de los malos en las películas es cosa más que sencilla. Los buenos son los que son abandonados, engañados, golpeados, sobajados, estafados, perseguidos o pueden ser también los que compran dulces a los niños u organizan
partidos de basquetbol en barrios negros, son además pobres, enviados de Dios,
huérfanos o enfermos crónicos. Del otro lado, los malos son todos los que no comienzan acciones parecidas o no padecen tales males, peor aún, son quienes acometen algo en contra de los buenos por razones inexplicables hasta cierto punto del filme, ya bien venganza, envidia o solamente mala fe. Los buenos son pues, un grupo de personas que quieren hacer algo para cambiar el mundo, es decir, hacer el bien, mientras que los malos sólo quieren perjudicar a los buenos, sin importar qué o a quién se lleven en el camino. Los buenos, de entre los malos, saltan a la vista.
Ahora, he dicho que la (o las) diferencia (s) de los buenos y los malos resulta obvia en
las películas porque no creo que sea así en la vida real. Hasta donde veo, los huérfanos no son tan filantrópicos ni los matones son del todo malvados. Las diferencias se descomponen en una gama impresionante que va desde la más bondadosa del mundo hasta la persona más desalmada y los cambios de un matiz a otro, por más grande que sea el paso, es verdaderamente imperceptible. Cual degradación de color, la opinión sobre el epíteto estricto que se atañerá a alguien se deshace ante nuestro más severo juicio por volverse inasequible o poco distinguible del resto de los colores. ¿Quién es y quién no, bondadoso? Parecería o debería ser fácil juzgarlo puesto que todos tenemos una noción medianamente similar entre lo que se entiende por bueno y por malo, pero no ocurre así. Los buenos en la vida real a veces pasan por malos y viceversa, cosa que no acontece en las películas. Los buenos son buenos hasta el final (sin contar esos filmes de giro inesperado) y es todo. Y a los buenos les va bien y a los malos les acaba todo mal, el final es justo y viven felices para siempre, claro, los que así lo merecen.
Basándonos en la idea de las películas, si somos buenos nos irá finalmente bien y nuestros sueños se realizarán y el bien triunfará sobre el mal. Los malos acabarán en la cárcel o muertos y sus planes malvados se arruinarán. Así pues, la vida debería ser sencilla y agradable para los buenos y llena de tropiezos para los malos. De este modo, lo fácil para todos será pensar que así sucede en la vida real. El problema aquí es que si creyésemos esto, caeríamos en el lugar común de quien hace bien, se le vuelve el bien y quien no, el mal. Pero insisto, eso no es más que un lugar común. Además en ese caso, los pobres son malos o están pagando algo que hicieron mal, mientras que los millonarios cobran lo que han cosechado, que definitivamente tuvo que ser algo muy bueno, lo cual es contradictorio con lo que antes sosteníamos, a menos que pensásemos que ser pobre es bueno. Como sea, el punto aquí es que el hecho simple de intentar separar entre buenos y malos es ya comprar la idea holliwoodense de que hay verdaderamente dos clases de humanos y unos son convenientes y los otros no y que la vida simplemente es buena o mala y que las cosas son también buenas o malas, y que todo se entiende a partir de estos dos únicos adjetivos. En este juego ventajoso, el ganador es el bueno. Lo bueno es bueno, pues. Sin embargo creería yo que en la vida, las personas hacen cosas malas pensando en algo verdaderamente bueno, mienten, roban o matan con un fin noble, así como también pueden alimentar pobres, regalar cosas o sonreír con un fin perverso. Ni los buenos son enteramente buenos ni los malos completamente malos. Al fin, las personas son lo que son sin ninguna etiqueta.
La cigarra