Pensando el futuro

…in nocte sic palpabunt in meridie

Supongamos por un momento, por sólo un momento y aunque no tengamos razones creíbles para hacerlo, que el gobierno mexicano saldrá victorioso de la guerra contra el narcotráfico –sí, ya sé, como si las guerras se ganaran; pero es suposición, recuérdalo-, que todos los delincuentes ilegales y quizás algunos de los legales serán enjuiciados y la sociedad recibirá justicia. Supongámonos en la época en que la guerra contra el narco terminó hace tiempo y en la que nuestro país vive en paz y justicia, librado de los grandes problemas y concentrado en atender los pequeños. ¿Qué ves en esa suposición? ¿Acaso ves a esa sociedad “feliz” que saca la cara tras cada guerra? ¿Ves al México lindo y querido que han cantado los más entusiastas de los compatriotas? ¿Los ves? Yo no. Pienso en el futuro del país y sólo veo sangre coagulada en los pliegues de mi mano, huelo el rancio tufo a sangre de esa mano que quisiera ya no fuera mía y que tengo frente a mí. Acabe como acabe la guerra, parece que la sangre no se limpia y que su aceda impureza permeará en nuestro ambiente por mucho tiempo más. Lo dijo mejor Elsa Cross:

No se lava la sangre.

El agua que la toca se vuelve roja,

el aire esparce sus sueros ácidos.

No se lava la sangre.

Si se juntara toda

correría escalones abajo,

iría como un río

entre sus cauces negros,

ensordeciendo,

anegando,

empañando la vida.

Estamos ante un poema de reflexión en tres tiempos. En el primer tiempo nos percatamos de la sangre como mancha, la sangre nos impacta y nos sorprende, somos nosotros queriendo limpiar la sangre. En el segundo tiempo, cuando nos damos cuenta de la imposibilidad –o mejor, la inutilidad- de limpiar la sangre, pues al limpiarla sólo esparcimos la mancha, nos manchamos y manchamos aquello con que intentamos limpiar, no repetimos nuestra visión de la mancha, sino que nos sabemos manchados. Entre el primer y el cuarto verso hay una diferencia notable en la comprensión de la presencia de la sangre: la mancha de sangre no me incomoda porque afea el paisaje, sino que me incomoda porque permea el ambiente y me descubre manchado. El tercer tiempo del poema es hipotético: una vez que me sé parte de la mancha de sangre, cómo me explico lo que soy, qué es de mí y qué podría ser. La poeta es precisa: cuando pensamos el problema de nuestra violencia y nos descubrimos partícipes de la violencia misma, entonces nos encontramos inmersos en el problema, en una inmersión que nos rebasa, nos empequeñece, nos niega la palabra –nos ensordece- y la acción –nos anega-, que –como el río- nos lleva. El final del tercer tiempo coincide con el final del poema. La reflexión sobre mis posibilidades tras reconocer al problema ha mostrado inesperados resultados: la violencia empaña la vida. Dialéctica de la tristeza: hemos de seguir limpiando la sangre, manchándonos, sin esperanza alguna de que las cosas mejoren: Sísifo en el río revuelto de la sangre.

¿Será eterna nuestra condena de sangre? ¿Acaso hay modo, ya no de evitarlo, sino de superarlo? ¿Inevitablemente nuestro futuro será de sangre, muerte y peste?

Si acaso algo tiene de posible aquello de que nuestro futuro será especialmente sangriento, especialmente anegado en sangre, que se ha de escribir nuestra historia futura sobre la reseca sangre de nuestros demasiados muertos, algo tendríamos que comenzar a pensar para vivir –sobrevivir- entre la sangre. De un lado siempre está la opción de mirar a otro lado, acostumbrarse, alzar los hombros y decir con ligereza “así son las cosas, brindémonos una buena copa de sangre, ¡salud!”. De otro, algunos miran la sangre, se deleitan en ella y ansían verter la sangre de los culpables en algún rito propiciatorio. Como si fuéramos un país que vaga entre el fanático confort y la frenética venganza. Ante esto, quizá convendría comenzar a tomar en serio que el perdón y el arrepentimiento son una opción, quizá la única que queda a nuestras manos.

 

Námaste Heptákis

 

Ejecutómetro 2011. 7459 ejecutados hasta el 22 de julio.

 

Ideas en vuelo. “Un país que deja de sentir, que ya no sabe cuidar a los suyos, que se hiere a sí mismo una y otra vez, qué puede dar. ¿Al hombre más rico del mundo por uno años más? ¿Al goleador de tres, cuatro temporadas? Qué crueldad y simulación habitan este paisaje de la normalidad donde millones nos acomodamos”. Tomás Calvillo.

 

Coletilla. Circula en la red este documental sobre la confesión de un sicario.