La idea de que la divinidad es sobornable, es muy socorrida. No es difícil ver a hombres ofreciendo sacrificios y favores a cambio de lo que piden. Por lo general dichos ofrecimientos comprenden algún acto que implica una humillación pública en reconocimiento de la superioridad de aquello que es más poderoso que los simples mortales que algo piden. Por desgracia ese reconocimiento hacia lo divino sólo dura un momento y es hasta cierto punto superfluo, pues lo ofrecido a modo de reconocimiento es la humillación corporal que pierde sentido una vez que se deja de lado la idea de la dignidad humana y de la importancia que tiene la caída del soberbio ante una instancia mucho más poderosa que él.
Para que el reconocimiento a lo divino vaya más allá de lo superflua que es la aparente humillación a la que se somete quien no tiene sentido de la dignidad, es necesario que dicho reconocimiento salga desde el fondo del alma consciente de la grandeza de lo aquello a lo que pretende, en un principio, ofrecer algo. Pero, esta conciencia respecto al carácter autosuficiente de lo que es más grande, deja ver no sólo lo intrascendente que resulta ofrecer algo a quien no necesita nada, también muestra la imposibilidad de sobornar a la divinidad, y de lograr mediante ciertos sacrificios y favores que los dioses hagan lo que se les pide.
Al reconocer que el intento de soborno cuando de la divinidad se trata, no es más que un absurdo, cometido por quien ofrece algo a quien todo lo tiene, y por ende todo lo da, nos preguntamos por qué motivo, y quiénes son aquellos hombres que intentan comprar los favores de lo divino. Estas preguntas no se responden con sólo señalar con el dedo a quienes hacen tal cosa, pues de alguna manera nos obligan a pensar en la naturaleza del soborno.
Si miramos fijamente lo que ocurre durante un soborno, nos percatamos inmediatamente de que éste se lleva a cabo con la finalidad de evitar una regla o una ley, de modo que vemos que quien pretende sobornar a los dioses, pretende que éstos lo libren de cumplir con un deber, o de aquello que merecen debido sus actos.
Además notamos que el soborno se lleva a cabo entre seres finitos y limitados, es decir, que viven en el ámbito de la necesidad[1], con un dios omnipotente que es capaz de satisfacerse a sí mismo no hay posibilidad alguna de llevar a cabo un intercambio de bienes que sea exitoso, en cambio con un ser limitado, sea humano o divino, sí es posible que de el interés que sustenta al soborno como posible.
Otro aspecto que sale a la luz cuando examinamos lo que ocurre durante un soborno, es la igualdad que se entabla entre el sobornante y el sobornado, ambos tienen algo que al otro le interesa, uno quiere obtener el favor ofrecido por quien soborna, y el otro quiere faltar al deber mediante la entrega de un regalo. Este aspecto del soborno, nos muestra que entre los hombres y lo divino no es posible este comercio toda vez que lo ofrecido es un sincero reconocimiento de la superioridad del otro a cambio de un bien.
Así pues, quien ofrece algo a la divinidad a cambio de otra cosa, lo que pretende es comerciar con los favores que concede la propia divinidad, y en tanto que comerciante se coloca a la par con lo divino, sólo si lo divino concede lo pedido se entrega lo ofrecido a modo de manda, si no hay tal favor, entonces no se hace el reconocimiento que se supone fundamenta a la petición original.
Además si vemos que quien pretende sobornar a la divinidad ve a los dioses como iguales, en tanto que sólo es posible el comercio entre iguales, no podemos dejar de notar que el intento de soborno a lo divino con tal de evitar algún deber o de recibir algo inmerecido, en buena medida es reflejo de la relación que se da entre los hombres, entre mayor sea el número de mandas ofrecidas en el seno una sociedad religiosa, mayor es el número de sobornos aceptados en esa misma sociedad cuando se ve a sí misma como sociedad civil.
Maigo.
[1] Para que un soborno funcione es necesario que el sobornado sienta interés en tener lo que el sobornador le ofrece, y ese interés proviene, generalmente de una carencia.