Para G., que sufre…
Una mirada desdeñosa junto con una sonrisa irónica acompañan las sentencias despectivas de los realistas que aleccionan sobre la banalidad del pacifismo. Ante el complicado panorama de la violencia de nuestros días, las opciones esperanzadoras, aunque sean fugazmente esperanzadoras, son acechadas con sorna por los panegiristas del egoísmo: “estás fantaseando, pues la única opción es la praxis revolucionaria”, “trazar el camino de la paz con abrazos, poemas y rosarios es tan ridículo como rezar en medio de una balacera”, “si nada se puede hacer, es mejor ser realistas y no hacer nada”. Como si el pacifismo fuese objeto de desdén por su inefectividad. Sin embargo, la manera en que podría medirse la efectividad del pacifismo dista mucho de los criterios tradicionales en que suele considerarse a la efectividad en general. Lo dijo con claridad, el pasado jueves, Javier Sicilia: “hemos recorrido el país abrazándonos para romper la soledad y el dolor que los criminales y un Estado omiso, cooptado y corrupto nos han impuesto contra la verdad de nuestros corazones”. O en otras palabras, si acaso en algún momento llega a ser efectivo el pacifismo que se va formando en el país, será porque ese pacifismo nos permitiría el consuelo del dolor y la compañía amorosa; o en otros términos: nos permitirá reavivar el amor al prójimo. Siendo esa la propuesta del pacifismo que se va formando en el país, es indispensable reconocernos con las palabras que expresan los acechados por el inmenso dolor que la violencia está generando. Buena oportunidad de reconocimiento encontramos en las palabras que Gabriela Cadena, madre de uno de los jóvenes asesinados junto a Juan Francisco Sicilia, dirigió a los legisladores federales, y a través de los medios de comunicación dirigió también a la nación, en una jornada más por la paz con justicia y dignidad en el país, sus palabras fueron: “No hay un día en que no piense en el sufrimiento y el dolor de mi hijo y sus amigos, en sus últimos momentos, cuando conocieron una maldad que no habían imaginado, una maldad que no tiene nombre; cuando los iban matando uno por uno, a ellos, a quienes les sobraba la amistad y la vida. No hay extensión más grande que esta herida, no hay palabras para nombrar este dolor”. ¿En verdad hay alguien tan obtuso para no ver nada en esas palabras? ¿O acaso hay alguien tan cínico para reírse con sorna de la inocente madre que no sabe sobrellevar su daño colateral?
Nadie con un ápice de decencia puede evitar inquietarse ante las palabras citadas. A su manera, y no sólo dichas en su contexto, esas palabras son perfectas para acercarnos al ideal pacifista. Cualquiera que tenga un amigo, y entonces sea genuinamente humano, reconocerá en las palabras de la madre angustiada el pesado origen de su dolor: nada da tanto sentido a la vida como la amistad, nada arruina tanto una vida como ver al amigo sufriendo, ¿habrá peor manera de terminar la vida que contemplando el asesinato de un amigo?
De pronto, parece que esos siete amigos asesinados en Cuernavaca descubrieron la maldad en su expresión más cruel: la maldad que carcome las amistades. Esa maldad cruel que tortura al país es la que nos aleja del otro, la que nos decolora la vida, la que nos borra al prójimo y nos hace celebrar –ya sea con la confianza de la teoría política- que son muertes merecidas y necesarias o bien -con la seguridad del nihilista ahogado por el tufo de cantina- que son muertes tan vanas como todo lo demás, sólo que exageradas por los inocentes. Quien no vea ahí la urgente necesidad del amor al prójimo, del arrepentimiento y el perdón, quizá no pueda verlo nunca más; quizá nunca más pueda enfrentar el misterio del mal; quizá no tenga una vida digna de ser vivida.
Námaste Heptákis
Ejecutómetro 2011. 7677 ejecutados hasta el 29 de julio.
Sabiduría contemporánea. “No soy Dios, he cometido muchos errores”. Elba Esther Gordillo. Maestra de la Humanidad y líder sindical.
Ideas en vuelo. Versos de Alberto Blanco.
Gracias al corazón colmado de toda clase
de resentimientos porque a pesar de todo
sigue latiendo en la mitad de la noche
alentando nuestra absurda esperanza
de un nuevo y distinto amanecer!