Ciega escritura.

Borges mencionó en alguna ocasión que el trabajo del escritor es un trabajo en solitario. Lo que significa que escribir es algo que hacemos sólo en compañía de nuestros pensamientos. Si no fuera así, dejaríamos de sentirnos incómodos cuando otro observa sobre nuestro hombro lo que pretendemos escribir sobre una hoja en blanco. La curiosa mirada del otro sobre aquello que sale de nosotros y expresa lo que veníamos pensando nos desconcentra al grado de que ya no logramos articular discurso alguno y optamos por mejor dejar a un lado la tarea de escribir aquello que habíamos pensado.

Al ver en esto cuan celosa es la escritura, vemos que no podemos escribir en público, quien pretende hacerlo necesita abstraerse del mundo y verse solo para escribir con cuidado y sin inhibiciones. Sin embargo, esto no impide que lo escrito pueda salir en algún momento a la luz pública y comunicar algo a quien lee lo que otro ha escrito en la soledad más celosamente guardada.

La capacidad comunicativa que posee un texto cuando éste ha sido bien escrito y ha caído en las manos de un atento lector, es algo que no puede ponerse en duda, aún cuando se tache a la escritura de ser mucho más fría que la oralidad debido a que el tono de la voz no se ve con tanta claridad en la primera como en la segunda.

Juzgar a quien escribe en solitario como si fuera un ser desdeñoso y frío supone que la palabra escrita, es decir, aquella que sólo se asoma después de haber sido sopesada en la soledad, no dice tanto como las atropelladas palabras con las que luego pretendemos decir algo en medio de los lugares públicos como el mercado. Pero, juzgar de bien cuidado todo lo que se escribe, como para hacerlo público, sólo muestra que ya no prestamos atención a lo que leemos ni distinguimos al buen escrito del escrito descuidado.

De igual manera, puede pensarse que así como todo lo escrito tiene valor por el simple hecho de ser escrito y quizá publicado, todo lo que se dice sea o no un balbuceo tiene el mismo valor ante los oídos abiertos para recibir, sin prestar la más mínima atención a lo que reciben.

Sin embargo, si regresamos a la mención que hizo Borges respecto al trabajo del escritor como aquello que se hace en solitario y termina por rodearnos de amigos que son sombras difusas ante los ojos de los demás; podemos ver que la palabra escrita bien cuidada, celosamente guardada por el escritor que no la deja salir al tun tun, no es tan fría como la llegan a juzgar quienes no ven en ella las emociones expresadas en la oralidad, más bien es mucho más cálida toda vez que resulta del encuentro del escritor consigo mismo.

Maigo.

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