Sin palabras

Han oído alguna vez eso de: “… ya no tengo nada por decir…”, “… no hay palabras  para esto…” o “… me dejaste sin palabras…” Seguro tanto que ya es un lugar común, de lo que no estoy segura es de si en verdad lo entendemos o podemos dar cuenta de lo que se quiere decir, cuando se dice. La cuestión primera es ¿por qué a veces alguien puede quedarse sin palabras? Claro que hay modos de quedarse sin ellas, es decir, es diferente el silencio ante lo que no puede decirse –cuando es mejor (idóneo) no decir nada porque no puede ser dicho–  a cuando ya no hay nada por decir –no queda nada por agregar puesto todo ya ha sido dicho– y es diferente también a no sé qué decir – reconozco que existe aún algo por ser dicho, pero no sé qué o, peor aún, sé del contenido pero no sé cómo decirlo–, además de que todo lo anterior es desigual a quedarse sin palabras dado que se oyó o se supo algo de magnitud tal que no se sabe qué responder, cómo replicar –escuchar algo para lo que no se estaba listo y quedarse, llanamente, acallado–. Al menos ahora he distinguido entre los tipos de guardar silencio.

Lejano queda pues, de todo lo anterior, el saber qué decir y quizá hasta cómo decirlo,  pero no tener a  nadie quien quiera escucharlo. Claro que este silencio implica que de lo dicho se sigue el ser oído necesariamente. ¿Siempre que se dice es para que se oiga? A lo poco que llegan mis elucubraciones parece que sí, porque a lo que se teme de no decir correctamente o de decir boberas, es al juicio del escucha, sin importar que éste sea uno mismo. Ya lo decía el genial Demócrito “… hay que aprender a avergonzarse, primero, ante uno mismo”.

La cosa es que justo ahora, me he quedado en silencio. Por ver queda de qué tipo.

La cigarra

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s