Sentí que en este espasmo de violencia
el Sol enfriaba un día que había perdido.
Sin fe ya y sin haber reconocido
ni un gesto inmerso en toda esta indolencia
que me trajera paz, o algún alivio,
deseando que hasta un negro corazón
-si aún humano- sienta que el tizón
del duelo de los otros no es más tibio
que el fuego con que obraban sacrificios
las gentes que creían que existe bien.
Mas cuando hablé, templado más mi juicio,
conmigo preguntándome qué hacer
hallé que sólo puedo hacer lo mismo:
tratar de ser mejor que quien fui ayer.