El «Comehombres»

Se cuenta por ahí, como se cuentan muchos de los mitos más inverosímiles por  escuchar, que en el metro de la Ciudad de México habita el Comehombres.

Era una madrugada como cualquier otra de día laboral, iban a dar apenas las 4:30 am por lo que la mañana aún no clareaba; los trabajadores comenzaban a llegar a sus puestos así que las taquillas, las entradas, los comercios  y los andenes intentaban despertar. Las cámaras eran reiniciadas, la radio encendida y el aire artificial comenzaba a circular penosamente; los operadores, bromeando según costumbre, se dirigían caminando por entre las vías hacia su respectivo tren. Súbitamente, desde el límite del puerto de la línea 1 en donde se paran los trenes por la noche, se comenzó a despedir un aroma nauseabundo; uno de los maquinistas que ya había emprendido la marcha hacia la cabina del tren que estaba más alejado, percibió este aroma y se le revolvió el estómago (más tarde dijo que –el olor era una combinación terrible… a azufre y putrefacción). Estaba conteniendo su náusea cuando escuchó unos pasos tras de sí, al voltear para hacer un chiste acerca del aroma, se topó con una mirada confusa y desconocida que entreveían lejanamente unos ojos perturbados; no tuvo tiempo de reconocer a alguien cuando notó que los pies de aquellos ojos, volvían hacia el túnel apresuradamente y se confundían con la oscuridad de éste y de la todavía noche. Al maquinista le extrañó que alguno de sus compañeros corriese hacia allá, pues ya era hora de echar a andar los trenes, además de que cerca no había otra cabina aparte que la que él ocuparía y más aun, qué cosa era aquélla que mantenía al hombre agachado y en silencio. Intrigado por saber quién había sido o qué era eso  que yacía inmóvil en el suelo, se volvió exactamente hasta el lugar de donde surgió aquel bulto acelerado; por lo que dubitativo y extrañado comenzó a acercarse…  Recuerdo que hacía frío y el viento no dejaba mi cabello en su lugar –narraba después. Llegó hasta el punto y su sorpresa aumentó cuando vio a un hombre ahí  tirado. La ropa de ese hombre estaba harapienta y sucia, lo movió un poco a ver si  reaccionaba, pero nada; estaba el hombre boca abajo así que el maquinista creyó que era un borracho que había sido abandonado por su “compadre”  al ser descubiertos y no poder despertarle. Lo giró con el pie, ya algo inquieto, y se sobrecogió al descubrir que sangraba abundantemente de la cara, que tenía muchas mordidas que le habían dejado el rostro desfigurado: la mandíbula inferior le había sido casi arrancada; era como si un perro furioso o algún animal con colmillos lo hubiese lastimado. También le faltaban varios dedos de su mano izquierda –los cuales nunca fueron hallados– lucía aquel residuo de piel y gran parte de su brazo roído, desgarrado. Asqueado y aterrado, el maquinista retrocedió un par de pasos mientras se trataba de explicar qué era eso y cómo había ocurrido. No atinó sino a llamar a la estación y pedir ayuda policiaca, definitivamente aquel hombre… había sido brutalmente mordido. Estaba muerto.

Durante las investigaciones, el operador fue interrogado acerca de lo que vio aquella mañana en medio del puerto. Dijo lo que sabía y lo que había visto, nada más. La policía llegó a la conclusión de que ese hombre había sido atacado por otro hombre, de acuerdo a las secreciones de saliva que le fueron encontradas al cadáver; éste presentaba mordidas en varias partes de su cuerpo y los trozos de carne que ya no tenía, se presume que fueron comidos. Se trataba de un antropófago. Salió a la luz –no pública, poco se supo de este acontecimiento– que no había sido el único caso de hombres que encontraban por las mañanas antes de iniciar el servicio, muertos con diversas laceraciones por su cuerpo, no todas coincidían respecto al lugar o a la magnitud, pero todos habían sido intentados comer o al menos eso parecía; la cosa en común: el fétido aroma.

Muchos –por no decir: todos– de los trabajadores del metro, desde los policías hasta los encargados de la limpieza, saben de estos sucesos. La línea 1 (y muchas otras) siempre ha contando con historias de esta índole, todos temen a que llegue la noche o que la oscuridad invada los pasillos. Sea como sea, nunca te quedes dormido en el vagón… dice uno de los tenderos de una farmacia naturista– así empieza todo, despiertas en el puerto de trenes por la noche, solo, detectas el intimidante olor y es  cuestión de segundos para que el Comehombres quiera hacerte su platillo principal.

La cigarra