Ahora que Dios ha muerto…

Si preguntamos a una persona, de aquellas que suelen acudir a misa los domingos y cuyas lecturas no salen de las biografías que nos relatan las vidas de los Santos, qué es lo bueno seguramente nos responderá que bueno es aquello que se apega a la ley de Dios y que va conforme a las enseñanzas de Jesucristo, refiriéndose con ello al hecho de que bueno es ser justo. Siempre que justicia sea hacer el bien a los que son amigos y no hacer caso de lo que hacen en contra nuestra los enemigos.

Preguntando nuevamente qué tan en serio toman que el reino de los cielos no sea de este mundo, las personas cuestionadas contestarán que es precisamente por ello que Cristo nació entre los pobres y que murió por nuestros pecados.

Hasta este punto, las personas interrogadas nos dan la apariencia de ser seres piadosos y dispuestos a sacrificar lo que es propio de este mundo con tal de alcanzar el cielo.

Pero, si dentro de este grupo de personas, que afirma la no mundanidad del reino de los cielos, preguntáramos sólo a aquellos que se han esforzado en la vida como para alcanzar el éxito mundano que posee quien trabaja por poseer lo que todos desean y casi nadie alcanza, qué tan dispuestos estarían a renunciar a los frutos de su éxito para beneficiar a la comunidad a la que pertenecen, seguramente pocos dirían que sí, y actuarían conforme a lo afirmado.

Seguramente la gran mayoría de las personas que asiste a los ritos religiosos, se encuentra en el caso de que con la boca afirma lo que con el corazón niega, y esto no quiere decir necesariamente que sean hipócritas, más bien, nos indica que la idea de bien conforme a la que ellos viven es confusa, quizá debido a que la jerarquización de bienes conforme a la que responden ante las interrogantes planteadas tiene como prioridad el confort, tanto espiritual como físico.

La fe, ya no se hace presente más que en los actos públicos, pues quien trabaja demasiado con tal de tener éxito en la vida, no cree que haya un reino de los cielos que se pueda conformar con una vida comunitaria en la que todos los miembros de una sociedad vivan compitiendo sólo por aventajar en virtud a los demás.

Y es muy probable que esta ausencia de fe, y este modo de vida confuso sea lo único con lo que quizá podamos hacer algo por nosotros y la comunidad en la que vivimos una vez que Dios ha muerto.

Maigo