Familia y libertad.

Se dice que la familia es el fundamento de la comunidad, y esto sólo es cierto cuando la educación se recibe dentro del seno de la familia misma, es decir, cuando la valoración sobre lo bueno es común a un conjunto de sujetos que debido a ciertas circunstancias vitales comparten varios momentos de sus vidas.

Cuando aquellos que fundan una familia se ven a sí mismos como seres individuales que no tienen porque afectar o verse afectados por el modo de ser del otro, aquello a lo que formalmente podemos llamar familia fácticamente deja de serlo, pues ya no es posible tener una comprensión común sobre lo bueno.

Si lo que hace que una comunidad sea tal es una idea común respecto a lo bueno, podemos ver lo absurda que resulta la idea de fundar a una familia a partir de la unión entre individuos que defiendan su libertad y su individualidad por sobre todas las cosas. La incapacidad de trascender el propio ego característica de los sujetos que se unen defendiendo ante todo su individualidad, impide la fundación de una familia, y más aún de una comunidad.

Considerando que la libertad es lo más valorado a partir de la ilustración que todo lo racionalizó en el siglo XVIII, no tiene sentido pretender la conformación de una comunidad que se precie de ser tal, al mismo tiempo que se precia de tener individuos libres en todo momento de las influencias que se puedan ejercer sobre ellos, aún cuando estas sean en algún sentido benéficas, pues al pensar en la posibilidad de ser modificado por lo que otro hace, se pierde un tanto de la querida libertad.

Así pues, el precio que se paga por la preciosa libertad que nos permite ser individuos antes que otra cosa, es la formación de una comunidad fundada en lo familiar, es decir en el mutuo conocimiento y valoración respecto a lo bueno.

Maigo.