Mi tapón roto

Veía nuestros momentos juntos, veía tu camisa beige que me volvía loca, veía tu sonrisa, te veía a ti, nos veía juntos. Desde mi agujero podía verlo todo y confieso que verlo, desde aquella situación, dolía demasiado. Lo que dolía era solamente ver y saber que todo eso no era más, no era más que ver. Dolía estar a merced de lo que mi pequeño hoyo me mostraba.

Un día, profundamente dolida de mirar, fui a buscarme un tapón. Hubo necesidad de él porque pese al dolor, mi fuerza de voluntad no era lo suficientemente fuerte como para esquivar la mirada ni como para concentrar mi atención en otra cosa que no fuese aquella mirilla, que no fueses tú. En realidad un amigo me recomendó este utensilio para remediar mi mal pues se sentía conmovido de que yo, aun con mi edad y algunas cosas que algunos pueden entender como virtudes, estuviese allí sentada, empeñada en asomarme; esperando sólo a que mis visiones se hiciesen realidad. Así que con no mucho convencimiento, salí y conseguí un tapón. Lo puse sobre el agujero y entonces dejé de verte. Debo aceptar que ese tapón era hermoso, así que no sólo cumplío con éxito el encargo de apartarme de aquellas imágenes, sino que me causaba placer por méritos propios. Y es que éste no era un tapón cualquiera, era uno de esos pocos que están adornados con mil cualidades, de esos que llevan su papel mucho más allá de lo que esperas, en fin, uno de aquellos que no te arrepientes ni te cansas de poseer. Así que en poco tiempo desarrollé un algo especial por él, había hecho planes y sí, definitivamente sentía un amor más fresco y más puro por mi tapón –que para entonces ya era mío–. Había dejado de verte y comenzaba olvidarte. Todo era únicamente mi tapón.

Claro que las cosas por servir al fin se acaban. Mi tapón se rompió y con él mi corazón entero. Ver caer al piso las trizas de lo que en algún momento representó mi vida toda, fue sumamente lastimoso. Lloré y lo hice durante un largo tiempo, lloré mientras intenté recomponer aquellas piececillas para recuperarlo y lloré aun más cuando tuve que aceptar que aquello que tenía con él, había terminado. Sí, lloré… mucho. Derrotada, decepcionada y con lágrimas todavía sobre el rostro, me levanté de donde estaba aferrada a mi tapón y entonces sorpresivamente vi de nuevo la mirilla, allí seguía el agujero, entonces caí en cuenta de que allí seguías tú. Ahí estaban nuestros momentos, tu camisa y tu sonrisa. Medio limpié mis ojos, me apreté fuerte el corazón y volví a asomarme. Pero verte  de nuevo destrozaba los ya trozos de mi antiguo corazón, y tu presencia –tu cuasi presencia– no hacía sino exacerbar mi dolor…

Aquí me tienes de vuelta en la mirilla, viéndote a través de mi agujero, sentada, esperando. Te veo y no te tengo y todo volvió a ser exactamente  igual que antes. Sólo que ahora, esporádicamente, también le lanzo un suspiro a mi querido tapón. ¿Que qué va a pasar? No lo sé, buscarme algún otro utensilio que venga a cubrirte no está entre mis planes, muchas cosas han cambiado desde que mi tapón te descubrió. Creo que lo mejor será aprender a vivir aun teniéndote de frente, porque bien lo sé ahora: aunque estés allí, no eres sino la imagen  vaga de algo que nunca podrá ser.

La cigarra