La Fuente de los Deseos

Siento la necesidad de justificarme. Y es que nunca he sido del tipo que uno piense que tiene visiones, o que hace cosas fantásticas; digo: de niño creía ver fantasmas, o que mis juguetes se movían, pero nada más. Sin embargo, esto fue diferente, y no estoy seguro de cómo.

Normalmente salgo de mi casa a trabajar, y como soy tendero de medio tiempo en la esquina de mi calle, no tengo más que caminar. No es largo el trayecto, ni suficientemente peligroso en las mañanas como para que necesite otra cosa que mis piernas para llegar. De camino para allá está la fuente, en un parquecito pequeño en el que apenas penden dos columpios y hay una mesa para jugar ajedrez de aquellas que tienen el tablero integrado por cuadritos de piedra de colores en el cemento. Nunca la había visto hasta hace mes y medio, en que me molesté por una estupidez con Miguel, mi jefe. No importa realmente el pleito, sino que habiendo pasado diario junto, hasta ese día fui a dar allí para tranquilizarme. Una vez sentado en la banca de metal (que también había en el parque), me pareció bien curioso que la fuente estuviera funcionando. Una fuente con agua corriente en un parque público, y además de corriente, cristalina, diáfana.

Ya en casa, horas después, me pareció recordar vaporosamente un tintineo en el tope del chorro; pero no estaba seguro ni de si lo había visto, ni de por qué ese difuso recuerdo me hacía sentir tal incomodidad. Era como si se me colgara la presencia de algo que está fuera de lugar, pero no pudiera ni voltear a verlo, ni quitármelo de encima tampoco. Y se me hizo costumbre ir a verla. Me encantaba que me arrullara con el sonido del golpe de agua, y que me regalara tanto brillo. Me dejaba a su cuidado por unos minutos, y parecía que tomaba pequeños paseos diferentes en cada ocasión: a veces me veía pescando o corriendo, a veces me veía renunciando a mi trabajo, a veces inventando maravillas para la humanidad. Pero cada noche volvía a sentir que había visto algo, que sin embargo, no recordaba haber visto.

No tengo ninguna explicación, pero hoy la fuente se detuvo de súbito. Acongojado me levanté de la banca rápidamente, como quien mira a su hijo que apenas aprende a caminar caer de cara al suelo, y de pronto todo ocurrió en sincronía: llegué a tocar la piedra rosada de la fuente cuando el chorro expulsó por la cima algo dorado brillante que había obstruido la salida del agua que veloz y precipitada se reestableció. El objeto giró emitiendo un tonito agudo seco y repartiendo su pequeño reflejo del Sol mientras caía, y aterrizó justo en la palma abierta de la mano que usé para balancearme. Vi entonces que era una moneda de oro sólido. Tenía el tallado de árboles y flores en su cara como nunca había visto yo, y al reverso una silueta humana adornada con diminutas grecas (¿o eran letras?). Y cuando miré el ojuelo de plástico negro por el que la fuente libera el agua, ¡era por mucho más pequeño que la moneda! No encuentro el modo en el que pudo caber allí. Me detuve a intentar explicarlo, pero hasta ahora no entiendo. No es posible, pero la lanzó, de eso estoy seguro. Aún paso diario a mirarla inventando sin éxito situaciones que expliquen lo que pasó. No sé qué haré con ella, ni si la conservaré (pues me atemoriza un poco, a decir verdad), pero espero que quien sea que haya pedido con esta moneda su deseo, no haya pedido nada demasiado importante.