El Lujo del Detalle

«Dios está en los detalles»

Dicen por allí.

Nuestras vidas, si no estuvieran inmersas en palabras y conversaciones, no serían humanas. Muy buena parte de nuestros días estamos escuchando algo que nos cuentan, proponiendo que nos cuenten, o contando nosotros mismos. Y de las muchas maneras en que pedimos a alguien que nos platique algo que sabe –por ejemplo que a veces tenemos que detenerlo porque va muy rápido y mientras imaginamos con penas unas siluetas ya nos tiene abandonándolas por la nueva descripción; o como otras veces en que le indicamos con impaciencia que vaya a lo que va, sin hacer paradas en escalas–, de esas maneras, brilla peculiarmente que cuando queremos que nos cuenten todo lo posible de lo que hay que decir, digamos que queremos escucharlo con lujo de detalle. Resulta curioso que siendo algo tan pequeñito, el detalle, reconozcamos que tiene una importante parte en el cuento de los eventos (o recuento, si les sonó demasiado fantasioso) como para que lo consideremos un lujo. El detalle en su peculiar pequeñez se ensancha mientras lo enfocamos para mirar con más agudeza. Porque resulta que siempre que podemos, nos damos el lujo de investigar a detalle.

Suele ser así: darnos el lujo de preguntar a fondo es signo de lo que consideramos importante. Claro que hay varias maneras de entender que algo es importante. La forma en la que un lujo lo es resulta peculiar. No es importante como las causas de algo que pasó, ni tampoco como la base de un argumento. Éstas cosas son importantes porque son indispensables (sin ellas no se entiende lo dicho); en cambio, el lujo es algo prescindible de lo que no queremos prescindir. Y esto puede querer decir que no estamos por completo de acuerdo en que podamos dejarlo de lado, o sea, que quizá no creamos en verdad que es prescindible. Un lujo no sobra como lo hace un estorbo porque complace sobrando, y cuando nos complace lo que sobra, luego ya lo echaríamos en falta si no estuviera. Es permisible buscarlo cuando lo necesario está asegurado, pues solamente estando enfermos preferiríamos los lujos en vez de lo indispensable para sobrevivir, pero desde otro lado, puede decirse que solamente estando enfermos preferiríamos nada más lo indispensable para sobrevivir cuando además de ello podemos tener lujos (aunque los haya benéficos y maléficos).

Hay una fórmula un poco popular que expresa el límite tras el cual aparece el atractivo brillo del lujo: «lo mínimo indispensable», que equivale a lo estrictamente suficiente. Quiere decir que, para lo que se refiere, se tiene nada más y nada menos que lo que es necesario, y de allí en más ya es puro lujo. ¡Qué fácil sería entender con plenitud dónde se encuentra esta frontera si estuviésemos todos de acuerdo en qué necesitamos! Pero como no es el caso, los lujos nos hechizan y sólo cuando llegan al extremo del adorno y el estruendo nos parecen a todos, bien evidentemente, excesivos. Eso no pasa con tanta frecuencia, así que también está abierta la puerta a que algunos de los que así llamamos «lujos» en realidad los necesitemos más de lo que admitimos (aunque sea a cierto nivel).

Los detalles son lujos que no podemos simplemente ignorar. En las conversaciones los detalles se hacen importantes en la medida en la que nos abrimos a esta posibilidad: que no son un lujo en el mal sentido, sino una necesidad más allá de lo mínimo. Son a la vez indispensables para que abarquemos lo más que podamos lo que se nos dice, pero se encuentran más allá de lo «indispensable». Por eso es que queremos lo que nos importa con lujo de detalle, porque la minucia con la que se nos contará pide que vayamos mucho más allá para comprender (¿qué querrá decir que podamos encontrar este tipo de necesidades?). Queremos que se nos diga no sólo qué pasó, sino exactamente cómo, y si los detalles faltan en lo que juzgamos más importante, dejan el cuento yermo y estéril. De ellos nos viene conocer lo dicho con el cuidado de las descripciones, de las sucesiones, de la perspectiva de quien cuenta, y de muchas cosas que fácilmente podrían ausentarse en una plática-ráfaga. Parece que en este tipo de asuntos humanos como las conversaciones y los estudios se da que sea posible examinar algo con sólo un poquito de tosquedad, y en ello perder más que lo que gana una gran sutileza. Lo importante no es sólo lo que queremos saber, también nos importa mucho cómo. Y así como se aprecia mejor la totalidad de una sinfonía mientras más se reconoce cada pequeña parte en su justo lugar, así también es más aguda la mirada sobre la palabra cuando se le cuida con esmero en su detalle y  en su plena magnitud.