Directo de la Biblia

“¡Sigan ustedes siendo estúpidos!

¡Sigan siendo ciegos, sin ver nada!

¡Sigan tambaleándose como borrachos,

aunque no hayan tomado

bebidas embriagantes!”

Isaías 29, 9.

Mientras me disponía a pensar sobre qué escribir para el blog, en mi indecisión tomé la Biblia y me topé con esta cita al abrirla espontáneamente. No sé, al leerla me causó una sensación rara recordar aquello que dicen los católicos acerca de que cualquier respuesta está en este libro y que la indicada llega justo al momento en que ha de leerla quien la encontró. Considere, lector, que para entonces usted también la ha leído. Interesante será pensar a qué pregunta responde ésta. ¡Qué cosas!

La cigarra

Vivencia y recuerdo

¿Alguna vez han imaginado la posibilidad de aprehender un momento vivido, guardarlo en algún lugar y revivirlo cada ocasión que así se desee? Yo lo he pensado más de una vez y más de una vez he imaginado cómo sería. A distintas personas he realizado esta pregunta y tres diferentes respuestas he recibido. Me han respondido que eso es lo que hace la fotografía (principalmente personas que se dedican a tomar fotografías), captura momentos, (lo diré de esta manera pues siento que el lenguaje no me alcanza) representa los momentos en un cuadro sin movimiento. Con una relativa facilidad entiendo cuando me dicen que, al tomar una fotografía, el momento de aquello observado con el ojo queda reproducido para poder ser visto y revivido después. Y hasta cierto punto estoy dispuesto a aceptar esto.

Una fotografía puede generarnos algún sentimiento al verla y si es una fotografía muy buena puede hacer que sintamos a través de ella lo que el fotógrafo quiso hacernos sentir. Podemos pensar que, al revivir el sentimiento transmitido por la persona que tomó la fotografía revivimos el momento; pues sin mayor problema podemos aceptar que, en la mayoría de las ocasiones, una fotografía es tomada es para hacer que perdure eso que se está percibiendo. De tal modo que, si la fotografía es buena, al verla uno podrá adentrarse en ella y revivir ese momento.

Pero, ¿si la intención no es tomar una fotografía que los demás puedan vivir junto con el fotógrafo, sino una fotografía de algo que la persona está viviendo, algo que hace para recordar tal cómo fue aquel momento? Me viene a la mente una  fotografía tomada en la calle de mí con quienes en ese entonces eran mis grandes amigos; o de aquella chica que me volvía loco, a quien por sorpresa le tomé una foto en la cafetería de la universidad con la esperanza de conservar ese instante efímero como mi relación con ella, un momento que pretendí guardar con una pequeña cámara de celular.

Éstos que acabo de mencionar, son momentos muy claros en mi vida, no tengo duda de sentir lo que sentí. Mas con algo de tristeza debo confesar que no cumplí con mi cometido; no guardé el momento, se fue. No puedo evitar siempre que veo una fotografía que llama mucho mi atención pensar en la posibilidad de aprehender un momento. De alguna manera entiendo qué quiere mostrarme la gente al decir que, con la fotografía se conserva un momento que queda en representado; que es posible revivirlo, que es posible hacerlo presente. Pero esto no es posible aunque me gustaría creer sí –pues como ya mencioné me agrada la idea de poder poseer un momento-, mas sé que no será posible (aunque de algún modo pudiera tener mi momento, nunca sería igual que el vivido por primera vez, siempre le faltará la espontaneidad, la sorpresa, lo propio con que se presenta aquel primer momento), un momento pasado nunca es presente en su totalidad.

Rotundamente me opongo a pensar que la fotografía pueda tener en ella todo un momento. En el momento uno ve, oye, huele, siente, piensa… Un momento está lleno de elementos que no pueden ser aprehendidos por completo en una foto; me cuesta trabajo ver la posibilidad de aprehender un momento en el recuerdo, que está más –aunque siempre siento que algo se me escapa, que el recuerdo no esta completo-, con mucha más razón en la fotografía.  Aunque el recuerdo tiene más elementos de la totalidad del momento que la fotografía, siempre se perderá el instante del momento (muchos recuerdos son más largos que la vivencia). Vivir el momento de algo, se queda en lo efímero de estar viviéndolo; nosotros, jamás nos quedamos con la posibilidad de revivir el momento de algo, por mucho, sólo con un buen recuerdo; el momento pasa. Sólo se vive la totalidad del momento en el instante en que se está viviendo lo que un segundo más tarde será vivencia.

Una mañana lejos del mar

En mi cama de franela,

me caliento yo los pies

con ayuda de calcetas;

así duermo más que bien.

 

Si a la mañana siguiente

hace frío como hoy,

evito si es conveniente

salir y ni el paso doy;

 

y como evitarlo puedo,

en cama me he de quedar

cual barco anclado en el puerto,

lejos de lo hondo del mar.

Hiro postal

Revisitando a Cavafis V

Traslado al español del poema “He mirado fijamente” (Έτσι πολύ ατένισα) de Cavafis

Para D.

He mirado fijamente la belleza

y ahora mis ojos son su presa.

En su cuerpo las sutiles líneas,

sus lujosos labios carmesí,

son partes de sensualidad alígera.

Adorable, arreglada o desaliñada,

su rauda cabellera vi,

de estatua griega robada,

cayendo sutil sobre su frente.

Noté las figuras del amor

que para la poesía pedí

… y que encontré secretamente

en una noche juvenil.

Parte de guerra 2012. 743 ejecutados al 27 de enero.

Garita. Adivina adivinador, ¿quién dijo, al referirse a sus procedimientos internos, que “en política se premia y reconoce la lealtad”? No, lector, no fue ningún líder de un grupo criminal ilegal, tampoco un mafioso sin licencia, sino el legal dirigente nacional del nuevo PRI.

Coletilla. Un obispo ha pedido tregua al narco durante la visita de Benedicto XVI. ¿No sería mejor aprovechar los buenos sentimientos y pedir la deposición de las armas?

Como una patada en los huevos

No hay nada parecido a la sensación de una patada en los huevos. Uno está tan tranquilo, ocupándose de lo suyo – tal vez recitando un piropo o descansando la vista en el escote (porque un escote es justamente para eso, para descansar la vista del ajetreo citadino y de tanta polución visual que aqueja en especial a los nobles caballeros) que alguna impúdica delineó sobre sus tetas para incitar las rabietas de tanto moralista callejero –, cuando de repente, ¡rájale!, un empeine o una rodilla traicionera viene a perturbar el orden del cosmos, como un asteroide colisionando contra algún pacífico planeta sacándolo de su orbita habitual. Y es que los huevos – o testículos, como les dicen los letrados y la gente que no soporta las analogías avícolas – se encuentran en órbita, girando en pequeños círculos sobre su eje escrotal o simplemente descansando entre las colinas ingladas siempre uno por encima del otro – generalmente es el izquierdo el que, con su natural disidencia, se encuentra relativamente más alejado del perineo -, pero siempre en un orbitar constante que no debe ser perturbado so pena de uno de los dolores más terribles de que el hombre es capaz – nótese Hombre y no Mujer, y esto sencillamente por un machismo explícito de nuestro creador.

Cuando el choque resulta inminente, hay un pequeño instante en el que pareciera que no pasó absolutamente nada, un instante en el que uno dice “ah caray, esto ni lo sentí”, mientras que los huevos dicen “ya valió verga”, dando lugar a un doblamiento espinal en el que el cuerpo se transforma en un ángulo agudo – cada vez más agudo como agudo va siendo el dolor. Así, el empeine o la rodilla – o incluso puede ser algo tan insignificante como un ligero rozón de los dedos de la mano al dejarlos caer para tomar el jabón o el shampoo mientras uno se ducha (mejor conocido como el pericazo involuntario) – se han insertado violentamente en la cavidad pélvica violando la inviolable ley de la impenetrabilidad de la materia – pues en ese instante pareciera que el huevo izquierdo y el huevo derecho han ocupado al mismo tiempo el mismo espacio, a saber, la garganta – y dando lugar a un dolor que se ramifica por toda la parte baja de la pelvis, pasando por los intestinos y llegando al estómago en un calambre que no hace sino arrugar el asterisco más de lo que ya está arrugado. El aliento se pierde, la respiración se dificulta, la vista se nubla y uno no puede sino concentrarse en ese dolor, vivir ese dolor… uno se vuelve el dolor mismo.

Lo más común es terminar de rodillas o en posición fetal agarrándose – o más bien apretujándose – el paquete en un vano intento de controlar la agonía. Pero la agonía no puede ser controlada y lo único que uno puede hacer es dejar que el dolor pase, poco a poco, y la conciencia se reestablezca mientras se yace en el piso como un buda caído meditando sobre el dolor de tener los cojones destrozados.

Gazmogno

La Pena de Robar

«Pena: robar y que te cachen» es un refrán recurrido por los que intentan quitarle de encima la vergüenza a quien está impedido de hacer algo por el adormecimiento que le produce. Es un ejemplo de un momento en el que de plano no sería posible sacudirse el feo sentimiento de que uno está siendo observado al hacer algo muy feo, y me imagino que la idea es que con el contraste se dé uno cuenta de lo trivial de su propia situación embarazosa. Mientras menos se parezca la situación a la del hurto, menos justificable es a su vez la causa del sentimiento. Así como entre los más jóvenes los refranes son menos y menos usados, así también me parece que vamos creyendo que no son tantas las cosas que merecen que sintamos pena por ellas; al fin, vivimos en un país libre, ¿no es cierto? ¿Por qué me voy a andar avergonzando de lo que hago si es lo que sinceramente quiero hacer?[1] Ese refrán pretende recordar a los pocos que ahora lo escuchan el mejor ejemplo de lo vergonzoso, la imagen que se ha colado en nuestra sabiduría popular de lo que quiere decir en serio sentirse apenado.

Es una triste imagen, sin embargo. Es un refrán rodeado de fealdad. No sé qué está peor: que ahora no se recite casi nunca, o que se haya recitado alguna vez. Cuando los ojos fantasiosos miran el pasado buscando con añoranza mejores tiempos pueden fácilmente engañarse, y no es raro que veamos lo que antes era como mejor que lo que ahora es, sin que estemos siquiera seguros de que no es nuestra imagen de lo que anhelamos, y nada más. Es muy sugerente que el bastión de nuestros días sea un descaro combinado con un aire soberbio, porque parece indicarnos que se ha dejado de citar este refrán porque no dice ya nada: muchos sin ser ladrones sin embargo no tienen vergüenza, y a los ladrones que se la aguantan no les sirve para nada. Pero esto tiene otra cara, y es que quienes sí lo recitan no cuidan lo que dicen. «Pena: robar y que te cachen» es una imagen que nos invita a fundirnos en la noche para no ser vistos, para evitar la vergüenza de que se nos vea. Antes de conmovernos por la infamia del robo y la comparación con nuestras acciones, nos enseña (que juzgue el lector si bien o mal) que el perjuicio está en el incómodo escozor de la vergüenza que nos enrojece haciéndonos evidencia caminante. Eso era verdad también el día en que este dicho se dijo por primera vez. La verdadera pena, sin embargo, no está en que te cachen al robar, sino en que robes.


[1] Digo de paso: que aquí le digamos ‘pena’ a la vergüenza como si aquésta fuera la pena por antonomasia me hace pensar que en el fondo somos menos desvergonzados de lo que parece.

Memorias desde la cama.

Rousseau tenía mucha razón cuando decía que una vida trascurrida entre ungüentos tatarretes y jarabes no es propiamente una vida.

 

 

 

Maigo.