Año de elección

Comienza el año 2012 y con él, en México, el año electoral que permitirá elegir a más de 120 millones de mexicanos quién será su próximo presidente. La antedicha decisión no deberá tomarse a la ligera pues el susodicho, al menos en tan insigne país, conserva privilegios que bien podrían volver loco a cualquiera. Entre tanto dinero, poder y –contrariamente– la problemática que en la actualidad inunda todo espacio del territorio nacional, elegir correcta y oportunamente podría hacer la diferencia en el número de panteones que deberían ser abiertos en los años venideros. Ahora, al decir “correcta y oportunamente” quiero decir obviamente que aquella decisión no debe basarse en el peinado de cierto precandidato, ni en el género de aquella otra, ni en la experiencia de mover masas de otro más, sino que para hacer una buena elección hay que enterarse de muchas más cosas que las que se empeñan en mostrar en el noticiario del mediodía.

Cosa difícil, pues muchos no sabemos más que aquello que se escucha comúnmente en el transporte público o los cuentos de política que cuentan los abuelos o lo que sale en algún periódico tendencioso, pero quizá ayude hacer un poco de memoria histórica, no de aquella que nos fue enseñada en las aulas de primaria sino de esa que al paso del tiempo, de una manera u otra, fue sacada a la luz pública. Por ejemplo, quiénes estaban en el poder cuando pasó la matanza del ’68 o quiénes organizaron los fraudes electorales de las pasadas elecciones presidenciales o quiénes se vieron involucrados en el fraude del FOBAPROA o cuál fue el libro más exitoso que publicó la que ahora se jacta de tan profunda erudición o quién tomó la principal avenida del país en un berrinche (algunos lo llamaron: levantamiento justo) épico o quién es sobrino de quién o padrino de quién. A la postre, no es tan necesario saber los secretos más sucios de la clase política –aunque seguramente mucho ayudaría– sino solamente tener un poco de memoria y trabajarla. Lo cual ya es problema, porque si de algo carece el pueblo mexicano es de buena memoria –y eso sin aludir a los resultados de la afamada Prueba Enlace– pues prontamente se olvida quién hizo qué, sin importar que ello haya dejado al país en una de sus peores crisis o haya devaluado la moneda o haya ascendido a miles las muertes relacionadas con el narcotráfico. Hay quienes afirman que eso se debe al buen corazón que tienen los mexicanos: olvidan y perdonan, pero en realidad se debe a la desidia por de veras informarse o por llanamente recordar, entre tanto fútbol, puentes vacacionales, programas exitosos y récords de comida, se hace más difícil tener centrado el recuerdo en una sola cosa.

Lo más fácil ahora sería llamar a todo el país a un profundo cambio de información que permitiese que el voto fuese emitido con cabalidad y responsabilidad (lo fácil sería el llamado, no la realización)  e imaginando el perfecto caso en que eso pasara, no es todo, aún queda por ver qué se hará con la boleta cruzada. Si no mal sé, al ciudadano sólo le corresponde ir a la urna, el resto es trabajo del IFE. Institución ésta en la que se ha vuelto difícil confiar –pese a que las estadísticas dicen que el 55% de la población dice tenerle “mucha o algo” de confianza (de ‘mucha’ a ‘algo’ la brecha es enorme)– pues eso de que el sistema se cae cada seis años justo en el momento más decisivo del asunto, es inverosímil. Además, quiénes están en el IFE, quiénes se encargan de que funcione, quiénes lo crearon, es cuestión de hacer un poco de memoria. Con esto no quiero decir que todo esté perdido y que el hecho de hacer democracia sea apenas la fachada de todo un movimiento asqueroso, pero vaya que entra la desazón. Con razón en México el abstencionismo se lleva tantos votos.

Como sea, es año de tomar decisiones serias que repercutirán en el futuro de esta nación. Si a alguien le importa –aunque sea un poco– qué será de este país, favor de recurrir a la urna (si esa es la elección) con algo más en la cabeza que votar por la belleza, el acentito, el género, la escolaridad o la experiencia, un país como éste tiene necesidades muy graves, mismas que no se verán saciadas ni resueltas tan fácilmente como pretenden que lo creamos.

La cigarra