Ensayo sobre la traición. III

Y no te injieras en guerras civiles.

Ovidio. Met., III.117.

Podríamos pensar que con ver la miserable situación en que se quedan el traidor y el traicionado, es suficiente para tener una idea más o menos clara de lo que es la traición misma, pero aún falta un aspecto a contemplar si es que no queremos sumergirnos en el dolor de los individuos que son afectados por el acto traidor, me refiero a la comunidad en la que viven estos individuos y que no puede quedar exenta de lo que con ellos acontece.

Que la traición que involucra le pérdida de una ciudad es un acto que afecta en mucho a la comunidad que en ella habita, es muy claro. Por causa de un traidor todos aquellos que vivían en determinadas ciudades se vieron reducidos a la condición de esclavos, lo que significa que del seno de la comunidad misma salió aquello que la destrozaría.

Ver que el traidor que destina a sus familiares y amigos a la más humillante de las vidas es aquel que ha salido de entre esos familiares y amigos, nos invita a preguntar si lo acontecido a dicha ciudad no es algo merecido, es decir, buscado, quizá, de manera no voluntaria por aquellos ciudadanos que se relacionaron desde siempre con el traidor y que le mostraron el valor de obtener lo que deseaba a costa de lo que fuera.

Suponer que un traidor es un ciudadano mal educado, es hasta cierto punto fácil cuando hablamos sólo de aquellos traidores que como Alcibiades pretenden que todos cumplan sus caprichos y deseos más volubles.

Pero qué pasa con el que traiciona a un amigo, ¿acaso podemos afirmar como en el caso del ciudadano mal educado que éste es un amigo mal educado por el amigo? La pregunta que salta tiene tintes de ser ridícula, pues supone que el traicionado es quien educa bien o mal al amigo, lo cual choca bastante con la idea que regularmente tenemos de la amistad, es decir, con la idea de que amigos son aquellos que se atraen entre sí debido a que concuerdan, a que sus corazones ya laten al mismo ritmo sin que uno tenga la necesidad de guiar al otro. Aunque también puede darse el caso de que el preceptor y el discípulo puedan relacionarse de manera amistosa.

En la entrada anterior apuntaba hacia el traidor como aquel que se ve en la penosa necesidad de elegir entre lo valioso, es decir, entre el camino que le dicta el corazón con sus latidos y el apoyo al amigo con el que ya no se concuerda en ciertos aspectos, que no todos, porque aquel con el que ya no se está de acuerdo no ha dejado de ser amigo. Recordando esta pena supuesta en la elección del traidor es que la idea del traicionado como guiando al traidor, como educador del mismo, se torna bastante risible, al menos en lo que respecta a la amistad entre iguales.

El corazón del traidor que traiciona al amigo, ciertamente es un corazón dividido, ha de elegir entre dos valores que le son muy caros, el corazón del traicionado también se divide, se rompe por el dolor padecido y a raíz de esta ruptura oscila entre la tristeza y el enojo, tristeza por el amigo que se fue, y enojo por los planes que se perdieron.

De entre esos dos sentimientos que pretenden gobernar al corazón, y a las acciones del traicionado el más peligroso es el enojo, pues éste siempre conduce a la venganza y es capaz de arrastrar consigo a algunos de los que rodeaban a los que antes fueron amigos. Así entre venganzas y justificaciones por parte de aquellos que son más afines al traidor o al traicionado, la comunidad en la que floreció su amistad se ve afectada por la división que los separa.

Esta primera separación trae consigo muchas otras, al grado de que se pierde algo de común en la comunidad, lo cual no deja de ser un peligro toda vez que tales separaciones pueden desembocar en el mayor de los males para una ciudad, es decir, en la guerra civil que tan nociva es para todos.

Viendo esto se aprecia con más claridad el gran peligro que significa la traición, pues depende de un corazón lastimado y oscilante perdonar y mantener con ello a la comunidad o vengarse y sumergir a sus otros amigos en lo destructivo de la guerra civil.

Maigo.