Fantasma de noche

En la alcoba de un viejo amigo desenterrábamos tesoros suyos: cartas, papeles y notas que más valor tenían por la nostalgia y la memoria que por la gracia de la letra. Entre ellos encontramos un cuadernillo en el que transcribía sus sueños hacía unos diez o doce años, y después de leerme varios, dio con el párrafo que aquí transcribo y que fue el último de sus recuerdos que esa noche desvelamos.

«¡Desgraciado, terrible sueño! ¡Tanto más cuanto acosa al día que lo sigue! No necesitaría consuelo si las visiones de los sueños fueran pinturas, paisajes, contemplaciones de escenarios que descansan la mirada; incluso me conformaría con los arrebatos inverosímiles de aventuras obscuras que escapan a la trama del relato; pero ¿quién sueña preguntas? He de ser, a veces pienso, hazmerreír en los Cielos de dioses y demonios que me hablan a propósito en lenguas que no entiendo. La noche nos sorprende con lo que ya sabíamos y nos enseña por qué no lo sabíamos como pensábamos, los sueños a veces acechan y creyendo confiados que conocemos a qué nos enfrentamos somos de todas formas tomados con la guardia baja. Somos nosotros mismos, pero nos asaltamos. Y me pregunto si somos nosotros mismos, viéndonos desde lejos como observamos a los otros. Caminando me vi como antes, y luego me emboscó la pregunta. Una sola pregunta: ¿puede el amor ser eterno? No hay peor ridiculez que preguntarle eso a un durmiente. No es una sola la respuesta, y no son livianos los pasos de quien la busca por risible que sea. ¿Cómo podría ser eterno? ¿Cómo, por lo menos, de nosotros, mortales y finitos? Si me lo digo a mí mismo, el amor es fugaz o constante, efímero o duradero; pero ¿eterno? Se imagina uno que el mundo entero y una sola vida están ambos tejidos con la misma tela, y que ésta resuena como cuerda tensada con el eco de una voz eterna que hace mucho sonó o sigue sonando, o que nunca deja de sonar; pero poco entendemos de eso, y al querer nombrar el amor eterno nos referimos a algo diferente. Más bien queremos decir que nos dura toda la vida, que la muerte lo extermina. ¿Vendrá en esa voz incomprensible algo así como el amor? Respondí, grande mi miseria, que no. Que se necesita cuidarlo para preservarlo y que se mantiene mientras vivan amante y amado, y mi caminante sabía que no estaba seguro de lo que decía. Pero si el amor es maltratado o ignorado se marchita, se seca y se pudre torcido. Se hace cenizas. Mi caminante me miraba acusando mentiras. No puede el amor mantenerse sin celo. ¿Verdad? Eso me lo digo a mí mismo, pero éste es diente de león que burla al buen sentido y no pide atenciones, ríe de la negligencia entre la que crece y sin testigos se dispersa. Es vilano al viento, Cielo gris, y mi desgracia.»

1 comentario

  1. Maigo dice:

    La imagen del amor como diente de león que no pide atenciones y se dispersa me ha parecido bellisima. Gracias.

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