La Pena de Robar

«Pena: robar y que te cachen» es un refrán recurrido por los que intentan quitarle de encima la vergüenza a quien está impedido de hacer algo por el adormecimiento que le produce. Es un ejemplo de un momento en el que de plano no sería posible sacudirse el feo sentimiento de que uno está siendo observado al hacer algo muy feo, y me imagino que la idea es que con el contraste se dé uno cuenta de lo trivial de su propia situación embarazosa. Mientras menos se parezca la situación a la del hurto, menos justificable es a su vez la causa del sentimiento. Así como entre los más jóvenes los refranes son menos y menos usados, así también me parece que vamos creyendo que no son tantas las cosas que merecen que sintamos pena por ellas; al fin, vivimos en un país libre, ¿no es cierto? ¿Por qué me voy a andar avergonzando de lo que hago si es lo que sinceramente quiero hacer?[1] Ese refrán pretende recordar a los pocos que ahora lo escuchan el mejor ejemplo de lo vergonzoso, la imagen que se ha colado en nuestra sabiduría popular de lo que quiere decir en serio sentirse apenado.

Es una triste imagen, sin embargo. Es un refrán rodeado de fealdad. No sé qué está peor: que ahora no se recite casi nunca, o que se haya recitado alguna vez. Cuando los ojos fantasiosos miran el pasado buscando con añoranza mejores tiempos pueden fácilmente engañarse, y no es raro que veamos lo que antes era como mejor que lo que ahora es, sin que estemos siquiera seguros de que no es nuestra imagen de lo que anhelamos, y nada más. Es muy sugerente que el bastión de nuestros días sea un descaro combinado con un aire soberbio, porque parece indicarnos que se ha dejado de citar este refrán porque no dice ya nada: muchos sin ser ladrones sin embargo no tienen vergüenza, y a los ladrones que se la aguantan no les sirve para nada. Pero esto tiene otra cara, y es que quienes sí lo recitan no cuidan lo que dicen. «Pena: robar y que te cachen» es una imagen que nos invita a fundirnos en la noche para no ser vistos, para evitar la vergüenza de que se nos vea. Antes de conmovernos por la infamia del robo y la comparación con nuestras acciones, nos enseña (que juzgue el lector si bien o mal) que el perjuicio está en el incómodo escozor de la vergüenza que nos enrojece haciéndonos evidencia caminante. Eso era verdad también el día en que este dicho se dijo por primera vez. La verdadera pena, sin embargo, no está en que te cachen al robar, sino en que robes.


[1] Digo de paso: que aquí le digamos ‘pena’ a la vergüenza como si aquésta fuera la pena por antonomasia me hace pensar que en el fondo somos menos desvergonzados de lo que parece.