Casablanca

Y así regresamos a Casablanca, una y otra vez, como si viéramos el filme una y otra vez mientras el tiempo pasa, siempre Rick e Ilsa, y siempre Lazlo una y otra vez; siempre en África y siempre con la difuminación del destino en la amistad de Louis, una y otra vez. Vivimos la misma historia como vemos la misma película, una y otra vez, y ansiamos que el final sea distinto, que Rick no deje a Ilsa, que Lazlo se vaya al demonio como se estaba yendo el mundo de aquellos entonces – dos años antes de que terminara la guerra, la maldita guerra, y quién sabe si Rick volviera a ver a Ilsa en el nuevo mundo que otra vez era libre, en el nuevo y maldito mundo que no se fue al carajo (pues Rick mata a Strasser como Estados Unidos somete a Alemania imponiéndole el muro que Lazlo le impuso a Rick en su amor por Ilsa) pero que en cierto modo sí se fue al carajo, y se sigue yendo al carajo –, pero entonces viene la neblina y lo único que queda es la amistad, una hermosa amistad que comienza en Casablanca y se dirige al nuevo mundo, mientras la canción se queda, el amor se queda, el pianista se queda y su color – que es el color del porvenir que tiene cada uno de los personajes inmiscuidos en esa tragedia – es el color mismo del celuloide que nos repite una y otra vez que Casablanca siempre estará en nuestros corazones, siempre tendremos Casablanca, pero no podemos vivir en ella y nos difuminamos junto con la niebla que borra la silueta de Humphrey Bogart dirigiéndose hacia su oscuro destino con una nueva y hermosa amistad.

Gazmogno