«Que no se tome lo ajeno,
así está determinado
lo decretó el mismo Dios,
como precepto sagrado,
mas los doctores opinan
y aun los que no usan del don,
que el ladrón que al ladrón roba
ha cien años de perdón.»«Un mexicano» en
Libro para el Pueblo: 1010 Proverbios en Verso, 1864.
Cien años de perdón son muchísimos. No me imagino ni siquiera un año completo de perdón asegurado sin hacer del beneficiado un peligro para toda persona que se le acerque. Habrá pocos muy decentes que no harían nada malo voluntariamente aun si les dijeran que por un año les perdonarán cualesquiera de sus maldades, pero ¿quién se va a querer arriesgar? Mucho menos se aventuraría uno a otorgarle a alguien cien años de perdón. ¿Y quiénes están tan mal de la cabeza como para perdonar por tanto tiempo a un ladrón? Parece que, en realidad, no son pocos: todos los que suponen que los ladrones de ladrones son tolerables, que se les puede comprender, o que son mejores en general que los ladrones sin más. Y eso que este tipo más sofisticado de pillo a la vileza del robo le suma la infidelidad (bueno, que ser muy leal a la cofradía de bandidos no es mucha «lealtad» de todas formas). Si al ladrón que roba al ladrón se le perdona para siempre -porque en este caso decir ‘cien años’ y decir ‘para siempre’ es lo mismo-, todos los rateros del mundo intentarán aprovechar la indulgencia y justificarán su hurto con la más mínima prueba de que su víctima antes también robó.
El ejemplo heroico y brillante de esta inclinación a perdonar al ladrón está en Robin Hood. Todo mundo lo admira como un hombre de noble corazón y férreos principios que no dejará que los suyos sufran a cuenta de la insaciable codicia del Rey y su cohorte de estafadores. No hay quien no deteste a los prepotentes abusadores y simpatice con las víctimas del abuso; lo malo es que esto es cierto también para los prepotentes abusadores. Nadie se juzga como si él mismo fuera el malvado Rey de negras ambiciones inagotables, porque siempre hay ocasión para pensar que uno ha sido víctima de alguien más y que no es uno enteramente deleznable. Entonces, cuando translada este juicio a su propia situación, ahora resulta que siempre -sea uno quien sea- hay a quienes se vale robar porque ellos mismos han robado. Pero no para allí, porque el fenómeno se amplifica casi sin esfuerzo: si al ladrón le puedo robar mereciendo el perdón de mis conciudadanos, al injusto le puedo hacer injusticias. De allí ya se pasa bien fácilmente a trazar el plano de un villano de caricatura: éste se da cuenta de que el mundo está lleno de injusticia y entonces concluye que toda maldad está permitida. Los principios de Robin Hood son los mismos que los de la Mafia.
La venganza nace cuando alguien que es injuriado actúa con el vivo deseo de convertir en una segunda víctima a quien lo agravió. En el corazón del dicho que perdona al ladrón está la idea de que la justicia y la venganza son lo mismo. Pero entonces la justicia es sólo un nombre bastante absurdo de un equilibrio de males: a una injusticia hay que responder con otra, y ésa es la justicia. No sólo la justicia se envilece cuando se le equipara con el deseo de hacer un mal, sino también el perdón cuando se le enmarca como la tolerancia del malhechor. Porque el perdón -sea como sea que se pueda dar tal cosa- nace de responder un mal con bien, y de reconocer al arrepentido y confiar de nuevo en él. El justiciero por su propia mano es, o un dios que no puede equivocarse en su examen de quién merece qué castigos, o un injusto que cree que merece perdón. El ladrón, y el que le roba al ladrón, son en realidad lo mismo.
¿Y por ejemplo, quien denuncia al ladrón con el deseo de que se le castigue, no espera cobrar con ello venganza?
¿No crees que quien denunca con esa finalidad es tan vil como el ladrón que roba a ladrón? Porque parece que supones que la única manera de pensar a la justicia punitiva es lejos del deseo de venganza, no sé, igual y buscando el bienestar de quien ha hecho daño y esto me parece un tanto idealista.
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El que denuncia puede querer muchas cosas, Maigo, desde venganza hasta seguridad. Quizá, pero es poco probable, quiere que el infractor de la ley aprenda por qué es malo lo que hizo para que en adelante viva más feliz siguiendo la ley. En cualquier caso, no creo que el que denuncia por venganza es igual de vil que el ladrón, porque él se pone debajo de la ley y espera que se haga justicia con el transgresor sin transgredirla él mismo.
Sobre que yo pienso que «la única manera de pensar la justicia punitiva es lejos del deseo de venganza», te puedo decir que dista mucho de eso. Por eso mismo hablo de la confusión, porque pienso que sí suelen pensarse cerca, y no con poca frecuencia.
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Me es más claro pensar el asunto con lo de la sujeción de la ley, y muchas gracias por la segunda aclaración. Disculpa que te pusiera pensamientos en la boca.
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