Lo canta el poeta, encantados nosotros
oímos los versos fluyendo encendidos,
deseamos que el fuego se esparza en el mundo
así como ya se ha esparcido mil veces,
cual yesca azuzada por lenguas ardientes
de viejos cantores que en suelos fecundos
preñaron de nombres y escenas la mente
de cientos de pueblos; y ahora, del nuestro,
deseamos hacer crepitante brasero
queriendo el honor que acompaña su nombre
que es Nadie y es Fuego, y es pobre mendigo
Rey entre los nobles y sabio entre hombres,
odiado entre dioses y amado entre amigos:
deseamos que brille el famoso Odiseo.
¿No es honda traición abrazar el deseo
que al fondo del alma confunde nobleza
con esa herramienta sutil, misteriosa,
que opera el poeta mostrando lo bello?
¿No es necio esperar que se obtenga lo mismo
que en versos se otorga al guerrero imbatible
habiendo tan sólo vencido en aquellos
combates que se han ensoñado en un trance?
Con todo y el ronco carbón encendido
al centro del horno asentado en el pecho,
refresca la voz como viento sonoro
de aquel viejo sabio que habló con cuidado
mudando la gloria y templando a Odiseo
y dándole opción de elegir hado nuevo,
lo hizo vivir de la guerra alejado.
Ay, esto me gustó un montón. Qué maravilla: «…es Nadie y es Fuego, y es pobre mendigo».
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Gracias por comentar, me da mucho gusto que te guste (un montón).
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