Soñando manos

“Que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.”

Pedro Calderón de la Barca

Como la mayoría de lo que entraña nuestro ser, el sueño sigue siendo un misterio para el hombre. No es que éste le haya dedicado pocos esfuerzos a tal asunto, pues mucho es lo que se ha dicho en torno al tema, desde mitos hasta teorías, pasando por datos curiosos y tesis de licenciatura (como la del buen Namasté Heptákis); simplemente todavía no se ha llegado –y dudo que algún día se haga– a pronunciar la última palabra.

Dicen los que saben que todo el mundo sueña, aunque de ello no se tenga recuerdo o se tenga muy poco. Que algunos lo hacen a color y otros en blanco y negro; de qué dependa esto es otra de las cuestiones que se mantienen sin respuesta. Que tenemos varios sueños por noche y no sólo uno, como luego pensamos. Pero, en realidad, ¿para qué nos sirve el sueño? Entre toda la clase de preguntas que se hacen los que estudian dicho fenómeno, tal parece que ésta es la que más problemas les da. Lo único que se ha podido hacer respecto a ella es barajar muchas teorías y ponerlas sobre la mesa, para que cada quien agarre la mano que más le guste –o quizá la que más le convenga– y se dé por bien servido con el juego que ha elegido.

Pues bien, yo no seré especialista en eso de los sueños –y dicho sea de paso, tal vez no lo sea en nada–, pero en mi experiencia, los sueños luego sirven para no dejarle dormir a uno. ¿A quién no le ha pasado que, debido a lo que está soñando, sólo se la pasa dando vueltas en la cama? Y al día siguiente está peor que zombi porque el mentado sueño no lo dejó descansar como era debido. Asimismo, a veces sirven para encontrar la respuesta que uno anda buscando, como loco desesperado, para algún problema cotidiano, ya sea de la escuela, del trabajo o de índole sentimental; lo malo de ello es cuando el sueño decide tomar sus maletas e irse de viaje a “donde habita el olvido”, en cuyo caso no sirve de nada. En ocasiones, me parece que puede servir para experimentar cosas o situaciones que, de otro modo, no nos serían posibles “vivir” como cuando soñamos que volamos –o morimos–. Tal vez el sueño también sirva para conocernos mejor, al plantear ciertos escenarios y ver qué decisión tomaríamos en caso de que se diera tal situación, o para decirnos que sólo nos estamos haciendo “guajes” y negamos lo que realmente estamos sintiendo en la vida real. O quizá, en el más remoto –y acaso el más certero– de los casos, nos complicamos la vida buscándole una utilidad al sueño cuando simplemente se trata de algo recreativo y de mera diversión.

Esta es, pues, la mano que yo he elegido: la de vivir en el mundo al revés, “que bailar es soñar con los pies”. Y tú, amable lector, ¿qué mano has escogido?

Hiro postal