Las huellas

“Videmus nunc per speculum in aegnigmate:

tuc autem facie ad faciem. Nunc cognosco ex parte:

 tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum”

San Pablo (I, Corintios, XIII, 12)

 

Mi nombre es Hilario Domínguez.  No recuerdo mi edad pero mi cansancio, canas, arrugas y hasta el olvido me anuncian ya que el final está cerca. Estoy viejo y enfermo. Mis articulaciones me duelen mucho menos de lo que me duele el alma. No me queda mucho tiempo y sin embargo todo el que me queda es libre. Repaso mi vida, al menos lo que se ha quedado. Mi infancia es aun más gris que mi mirada; sólo quedan pedazos rotos y desordenados. No recuerdo bien a mi padre, no recuerdo sus manos ni su cara, aunque sí sus enseñanzas y su mano dura. Me habló del mundo y de sus habitantes. Me enseñó que “el que no tranza no avanza”, que para ser alguien en la vida primero iba yo, luego yo y siempre yo. Que vivir bien era vivir con dinero. Que sólo el poder nos hacía fuertes, nos hacía hombres. Y nada más. Por suerte de mi madre queda mucho más. A ella la recuerdo mejor: su cara, sus manos, esos ojos y aquella sonrisa que iluminaba todo, que alegraba hasta a mi papá. Ella también me hablaba del mundo; me enseñó a sentir el pasto en mis pies y el agua en mis manos. Me repitió y repitió que gracias a la gracia divina era el mundo y nosotros en él. Sólo siendo como Él, como el Padre, regresaríamos a Él. Sólo dando, igual que Él lo hizo con nosotros, nuestro ser a otros y al mundo seríamos felices. Pero decidí no escucharla. Olvidé sus palabras y me quedé con las de mi padre,  no porque lo prefiriera, sino porque me di cuenta (o al menos eso creí) que él tenía razón: que el mundo no estaba hecho de buenas intenciones. Aprendí bien. Me hice como él y lo superé. Fui exitoso y rico. Tal vez nunca nada me faltó: tuve dinero, mujeres e hijos. Comí y bebí. Me amaron. Quisiera poder decir que yo también amé, pero ya no me acuerdo. Quisiera poder afirmar que cuando me vaya seré recordado, pero mejor no me atrevo. Fui un gran filántropo aunque ojalá afirmara que fui un gran hombre.  Ojalá afirmara que fui feliz…Si regresara el tiempo, si volviera a comenzar todo, hubiera escuchado a mi madre con más atención: viviría mi vida como ella lo hizo (porque sospecho que fue feliz). Hoy me doy cuenta que sí había otra opción, que todo siempre estuvo en mis manos y no era cosa del mundo. Pero hoy ya es tarde para las segundas oportunidades, hoy mejor prefiero ir a dormir.

Las segundas oportunidades están en boca del mundo, en boca del hombre. Las pedimos y las damos porque desde siempre, y hasta siempre, nos equivocamos. Porque con cada paso que damos vamos dejando huellas que a veces  queremos borrar. Yo he dado segundas oportunidades, de muchas me arrepiento, pero de otras nunca lo haré. También las he pedido, a veces se han arrepentido, de otras –espero-no tanto.  Hoy a los mexicanos nos piden otra oportunidad los viejos dinosaurios, los partidos de antaño y los que están del poder. También lo hace aquél que no lo alcanzó (el poder). Nosotros también pedimos una oportunidad al mundo. Dicen, decimos, que ahora va en serio, que ahora es la buena. ¿Será?…

PARA APUNTARLE BIEN: Al presente no vemos a Dios sino como en un espejo, y bajo imágenes oscuras: pero entonces le veremos cara a cara. Yo no le conozco ahora sino imperfectamente: mas entonces le conoceré con una visión clara, a la manera que soy yo conocido.”

MISERERES: A pesar de tanto miserere –en videos, restaurantes y twitter– Josefina no declinará, armará y rearmará su campaña; el Sr. Roberto Gil sigue siendo el rey. Listas las candidaturas al D.F.: Paredes, Mancera y Wallace. Siguen las sequías, las pérdidas y el pleito nuclear. Y las campañas también (los turistas de las playas veracruzanas fueron recibidos con bombo y platillo por el PRI).