La Portentosa Cuchara Azucarera

Ésta es la portentosa cuchara azucarera. Nadie sabe de dónde proviene, pero probablemente la creó hace mucho alguno de los dioses nórdicos con su incomprensible magia. No desaparece de la vista de pronto, no flota, no brilla espontáneamente. No hace ninguna de esas cosas vistosas; pero lo que hace es un poco mejor. Podrían decir que más útil, por lo menos. Azucara. Jamás hay que tomar el azúcar de ningún recipiente, ni hay tampoco que preguntar al que beberá el café cuántas cucharadas quiere: se introduce la cuchara vacía en el café, se revuelve como si se le hubiera endulzado, y al sacarla el café está azucarado. Y nunca más de lo conveniente ni menos de lo que quiera quien vaya a beber. Extrañamente, no puede endulzar ni tés, ni agua sola, ni ningún líquido salvo el café. Su función es suficiente para sorprender a todos los científicos del mundo, pero si no lo fuera, los sorprendería entonces su grado sumo de especialización. Eso sí, sirve en cualquier café, sea chiapaneco, chileno, colombiano, o de cualquier lugar; y sirve en concentraciones de americano, expreso, capuchino o el que sea (siempre y cuando sepa a café). Pocos meses después de su descubrimiento, investigadores de todo el mundo aspiraron a reproducirla en laboratorios, pero las terribles mutaciones producto de tales empresas están mejor confinadas al olvido. No obstante, no toda experimentación con ella ha sido menoscabo. Se ha comprobado hasta ahora que la cuchara puede azucarar una tina de 80 litros de café con el sabor de aproximadamente dos cucharadas por taza, pero no se conoce su límite (ni si lo tiene), y se han usado exitosamente piletas cafeteras así endulzadas en eventos importantes como dinámicas de psicología, de pedagogía, y pláticas de superación personal. Otros experimentos no han sido ni devastadores ni gloriosos, como la vez en que el Dr. Heisenhöhner trató de azucarar una mezcla de café con sal para corroborar si la cuchara añadía suficiente dulzor como para desaparecer el dejo salado, y acabó comprobando en su lugar los efectos vomitivos de la mezcla; o cuando se la llevaron al espacio en transbordador para comprobar su actividad, y no hizo nada que no hubiera hecho una cuchara normal, según dijeron los de la NASA, porque el café que flota no es café. Es más, una vez se intentó montar una planta extractora de azúcar que solidificara el café endulzado milagrosamente para obtener azúcar infinita y terminar con todos los problemas del mundo; y era un noble ideal, pero salía más caro mantenerla que lo que se ganaba con azúcar, así que cerró y fue abandonada. Es una lástima que de todos los artificios sorprendentes que la fortuna pudo haber depositado en nuestro camino para sacarles provecho, hayamos encontrado éste, de tan estrecho alcance; pero lo peor de su hallazgo, por lo menos para mí, es que yo no le pongo azúcar al café.