Pensadores liberales como Montesquieu critican duramente al despotismo. Y su crítica se fundamenta principalmente en la falta de libertad y de seguridad que tienen los gobernados por el déspota. Quien rechaza al despotismo señala que los constantes cambios de parecer del gobernante impiden al gobernado saber qué esperar, seguridad que es indispensable cuando se pretende trabajar toda una vida en aras de pasar una vejez cómoda y lo más prolongada posible
Si nos conformamos con tales señalamientos en contra de los regímenes despóticos, seguramente veremos en ellos los peores de los males, en especial porque impiden un libre desarrollo de los intereses de cada uno de los individuos que son gobernados por un ser que al cambiar de parecer impida que lo que bien marchaba hasta el momento continúe por la misma vía.
Nuestro tiempo y nuestras sociedades actuales dicen estar en contra del despotismo, y por ende a favor del individuo y de la felicidad del mismo, a veces con limitantes que comienzan en cuanto se toma en cuenta la individualidad del otro, y en otras ocasiones procurando que todos los individuos sean felices obteniendo las mismas cosas y siguiendo los mismos senderos para encontrar la tan anhelada felicidad, de la que bien a bien ya no se sabe nada.
La crítica que modernamente se hace al despotismo y la loa, que implica esa crítica, en favor de la democracia, nos muestra que lo que actualmente hace del despotismo un mal régimen es la imposibilidad de ser estar seguro de llegar a viejo con los menores malestares posibles, que es lo que parece se entiende ahora como felicidad individual.
Lo terrible de esa crítica no es que mueva naciones a liberar a otras de gobernantes déspotas, sino que deja de lado que un Estado déspota es un Estado sumamente injusto en el que todo depende de los caprichos y cambios de humor de un solo hombre, o de un mínimo grupo de ellos, los cuales impiden que los gobernados y hasta los mismos gobernantes se unan entre sí mediante lazos amistosos como aquellos que mantienen en las mejores condiciones a las más sanas comunidades humanas, como aquellas en las que un soberano puede confiar en sus súbditos y estos en él en tanto que todos nsometidos por los designios de una instancia superior al poder terrenal.
Maigo.