Con la esperanza de que las palabras quepan

Después de varios intentos y muchas palabras tiradas, me doy cuenta de lo complicado que se vuelve hacer el intento de elogiar los logros de alguien que por mucho es superior a uno. Las palabras pierden fuerza pues, aunque algunas por su sonoridad o significado son bellas, mucho de su belleza se encuentra comprometida por las palabras que a un lado se encuentran. La palabra es bella cuando cabe en el lugar que le es propio; cuando las palabras anteriores a ella preparan el lugar que ésta tomará y las que vienen después de ella mantienen el eco de su presencia (hago un paréntesis para aclarar una pequeña cosa, y es que me gusta creer que cuando algo cabe, es porque ahí donde cabe está dispuesto para él; que si cabe es porque ese ahí le pertenece). Es complicado hacer esto con una palabra (preparar su llegada y mantener su presencia, mientras cabe con las otras), pero es más complicado cuando no se trata de una palabra en el centro de lo dicho, sino, cuando cada una de las palabras prepara el lugar de la que viene después de ella y mantiene su presencia en las siguientes.

Las palabras no se acomodan por sí solas; pues no por ser palabras es que pretenda caber donde las demás han preparado su lugar (si es que por ser palabras preparan un lugar) y una vez ahí mantenga su grandeza. Alguien las pone ahí, de manera similar a la de un músico que le da su lugar a cada una de las notas que conforman su obra. No es cosa fácil poner cada una de las palabras donde cabe, tampoco es común encontrar a alguien que tiene el dón para hacerlo. El dón no es sólo de acomodar las palabras de manera que se escuchen bonito, es hacer que con las palabras acomodadas de tal manera que se escuchan bonito se hable de la mejor manera sobre las cosas más nobles  y en el mejor momento posible.

Mucho más difícil que encontrar a alguien que tenga dicho dón, es hacer intento sincero de elogiarlo cuando uno quizá no se encuentre a su nivel. Ya que las palabras dichas, casi siempre están a la altura de quien las dice; de tal modo que cuanto alguien de poca talla pretende elogiar a quien por mucho es mayor que él, sus palabras se muestran pequeñas ante la grandeza del otro. Debería haber la posibilidad de comparar la grandeza de las palabras de quien es grande con la cantidad de palabras que el de poca talla pudiera escribir, y así, al escribir muchas palabras –millones de ellas-, haber una posibilidad de estar a buena altura con frente a quien se elogia. Y si no es con palabras grandes, por lo menos con una gran cantidad de palabras poder elogiar a quien con las palabras necesarias dice lo que uno jamás podrá decir. Lo malo es que yo ni tengo una gran talla y soy algo perezoso. Las grandes palabras quizá no son para mi talla y aún no creo que por decir muchas pueda expresar lo que siento, y menos ponerme a la altura de quien pretendo elogiar, así que cuando quiero felicitar a un amigo grande por sus grandes logros, sólo puedo decir de manera efusiva, ¡felicidades!