Paz y tranquilidad.

  En el discurso cotidiano solemos hablar de la paz y la tranquilidad como algo sumamente deseado y en cierto modo inalcanzable. Sólo unos cuantos parecen ser merecedores de tener paz y tranquilidad, y de entre esos merecedores pocos son los que logran conseguir el bien tan deseado sin morir en el intento  y descansar para siempre, o al menos eso es lo que cotidianamente se cree; también se piensa que muchos seres indignos son los que consiguen tener paz y vivir tranquilamente sólo porque la Fortuna les ha sonreído, y de ellos se espera que pronto pierdan eso que los demás no tenemos.

Se habla descuidadamente de la paz y la tranquilidad, estas palabras son tan comunes que ya no reparamos en ellas y en la manera como las entendemos, de modo que al pedir o rechazar las propuestas de quienes se dicen pacifistas ni siquiera nos fijamos en lo que ellos proponen ni en lo que nosotros queremos.

Por lo general, he escuchado que nos referimos a la paz y a la tranquilidad como si el destino de la humanidad fuera buscar constantemente algo que no alcanzará sino hasta que aprenda a dejar de buscar inútilmente, y se ocupe de lo que es verdaderamente importante, pero al preguntar por lo que es verdaderamente importante es muy sencillo toparse con un largo e incómodo silencio.

La idea de dejar lo fútil y ocuparse de lo que importa no suena tan mala para quienes gozan de aprovechar el tiempo y siempre hacer algo útil, y menos aún para aquellos que consideran que la paz y la tranquilidad es un estado al que se accede como premio después de haber trabajado y padecido lo suficiente.

Pero, si vemos con detenimiento la comprensión de paz y tranquilidad, que subyace en el habla cotidiana, veremos algo más que los problemas apenas señalados unas líneas antes, nos daremos cuenta de que esa obscura comprensión que se tiene respecto a la paz y tranquilidad está alejada de una idea de bien que vaya más allá de la ausencia de trabajo y ejercicio constante de lo que implica ser un animal que habla, y que por lo mismo es político. La paz y tranquilidad anhelada por quien se ocupa de lo útil, son la paz del inmóvil y la tranquilidad de quien ya no se preocupa ni por malentendidos, ni por los buenos o malos efectos de sus pasiones.

Así pues lo que se busca cuando no se piensa con cuidado en la paz y tanquilidad que tanto se piden,  es una paz sin bien, la cual no deja de ser una paz malentendida, pues requiere de la deshumanización del hombre que anhela la paz,  ya sea convirtiéndolo en un dios libre de pasiones, o bien animalizándolo al procurar anular lo más posible la polisemia de nuestro modo de comunicarnos.

Viendo este problema, quizá nos convenga pensar con cuidado en qué paz  piden los pacifistas, y en qué tranquilidad buscamos nosotros,  antes de apoyar o rechazar a quien venga trayendo la buena nueva de paz y tranquilidad para el hombre.

 

Maigo.