Esperanza

Dedicado con mucho cariño a O. G. M

 

El monje, en completa y humillante soledad, exhaló su último aliento. Cuando encontraron su cuerpo no era más que despojos apenas reconocibles de lo que alguna vez fuera un ser espiritual. Ni un discípulo, ni un amigo estuvo a su lado en el último momento –ni siquiera cuando fue arrojado a la fosa común. Nadie le lloró.

 

Años después floreció un pequeño manzano justo en el lugar donde murió el monje. Reverdeció durante pocos años pues parecía no dar frutos ni dejar descendencia alguna a su alrededor. Cuando se marchitó lo cortaron de raíz y lo hicieron leña. Nadie supo nunca que lejos de ahí, en otra comarca relativamente lejana, habían ido a parar todas sus semillas, convirtiendo una agreste estepa en un hermoso bosquecillo.

 

Gazmogno

Callados a la Fuerza

Hace poco conversaba con alguien sobre la dignidad, y éste me dijo que era exagerado decir que un hombre podría llegar a vivir como un perro. Implícitamente él me preguntaba cómo podría yo saber que alguien no debería ser considerado humano como el resto. Si su apariencia se transformara sería fácil de identificar, pero no lo hace; ni siquiera los más cínicos viven estrictamente en los modos de los perros. La transformación lenta de un pueblo hacia lo más vil ocurre en el fondo de los corazones y su apariencia sólo son sus actos. Es verdad, ningún hombre se convierte en perro realmente; pero el perro es sólo una imagen poética que acentúa algo que hace mucho tiempo dijo un hombre sabio: el ser humano puede ser el mejor de los animales, pero también el peor de ellos. ¿Y cómo sabemos hoy, en un país podrido de crimen, que esto es cierto? La negra indignación que poco a poco me cierra la garganta responde a la pregunta, junto con la frustración de todos los demás que la sentimos. Maldita ola de odio que nos hace a todos enemigos de todos y nos arrebata toda esperanza de vivir bien. El hombre es el ser que habla, que nombra y platica, que cuenta y comunica. Sin embargo, ante la violencia ciega, la violencia imbécil sin sentido que destruye lo que más queremos sin razón ni concierto, nada hay que decir. Todo esto sobra ante esa violencia. La violencia nos calla y, por eso, nos hace bárbaros. No nos hace perros, nos hace peores que perros.

Silencio impuesto.

La experiencia del silencio que se impone es muy basta, aunque remite al mismo resultado, y quizá esto se deba en primer lugar a los diversos modos en que nos imponemos silencio. Podemos imponernos el silencio después de una petición, ya sea porque alguien lo solicita como signo de respeto o porque alguien lo exige mediante lo más lejano que tenemos al silencio, que bien puede ser la emisión de un sonoro y lapidario ¡cállate! Pero, también podemos imponernos silencio de una manera menos sonora, más discreta, tanto que ni pensamos en una palabra que así nos lo solicite, simplemente sentimos cómo nuestra lengua se pega al paladar y cómo el mutismo se apodera de nosotros y cambia los ruidosos pensamientos por algo más clamado, que bien puede ser apacible o terrible, eso depende de aquello a lo que responda el silencio.

El silencio se impone… y más no puedo y no debo decir. Veo que si lo hace hoy es para evitar los males que la palabra emitida sin cuidado traería consigo, haciendo de este silencio algo sagrado que como tal he de guardar.

Maigo.

Nostalgia amarilla

“…hago lo que puedo para olvidarme,

mejor que se vaya borrando de nuevo hasta otro sueño”

J. C.

Aquellos fueron los días. Eran tiempos felices. Días que olían a jazmín y a vainilla. Días en que el pasado no pesaba y el futuro sonreía. Amarillos. Aquellos días no se le olvidaba saborear cada momento, eran días en que se tomaba su tiempo. Cuando la decisión no era un problema: sabía lo que quería, cómo y a dónde iba. Días buenos en que a él no le dolía la soledad ni la ignorancia. No faltaba ni sobraba tiempo; sin aburridas ni prisas. Días del perfecto justo medio, sin excesos ni defectos. Eran días de plantar árboles y cuidar los frutos y flores. Días que parecían inútiles pero se sentían riquísimos. Días en que el cielo era del azul extinto y las nubes querían historias contar. Días con noches estrelladas, noches calladas que dejaban que la música del universo se volviera a escuchar. Aquéllos eran días en que las noticias, el gobierno y las letras no cantaban sangre ni tristezas. Días en que su madre lo creía bueno. Días claros en que comprendía la justicia, era bueno en la música y también en geometría.  Días de leer la Biblia, cuando Dios le regalaba cada tarde una nueva interpretación sacada del fondo de su corazón. Días sin vacíos ni espantos peores. Días en que entendía y además lo entendían, pero el asombro seguía. Días no sólo de inteligencia, sino de sabiduría. Sabía siempre qué decir, pero más aún, se comprendía muy bien a sí.  Aquellos días fue el hombre que siempre quiso y que nunca había sabido ser. Pero llegó un día nuevo que ya no era como aquéllos, ese día despertó y supo que aquellos días fueron una noche y en un sueño.  Esa noche había soñado los colores, los olores, las palabras, las figuras, la virtud y las ideas.  Fue la noche que cruzó fronteras. Navegó todos los vientos y todas las olas. Esa noche, lo supo, fue la noche que soñó todas las cosas.  Este nuevo día despertó y otra vez se llamaba Pedro. Pero este día nuevo y más gris comprendió algo nuevo. Este día que ya no era como aquéllos; por vez primera, con una lágrima,  comprendió de qué se trataba eso que llamaban nostalgia.

PARA APUNTARLE BIEN:   Esto es de Juan Ramón Jiménez

¡QUÉ TRISTEZA DE OLOR A JAZMÍN!

¡Qué tristeza de olor de jazmín! El verano
torna a encender las calles y a oscurecer las casas,
y, en las noches, regueros descendidos de estrellas
pesan sobre los ojos cargados de nostalgia.

En los balcones, a las altas horas, siguen
blancas mujeres mudas, que parecen fantasmas;
el río manda, a veces, una cansada brisa,
el ocaso, una música imposible y romántica.

La penumbra reluce de suspiros; el mundo
se viene, en un olvido mágico, a flor de alma;
y se cogen libélulas con las manos caídas,
y, entre constelaciones, la alta luna se estanca.

¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos
están abiertos; hay en todas partes miradas
calientes… Por el fondo de cada sombra azul,
se esfuma una visión apasionada y lánguida.

 

MISERERES: El ataque a diplomáticos estadounidenses revela tratos “secretos” con Estados Unidos -dicen expertos. Sin embargo el incidente se sigue investigando –dicen las autoridades. “México, espiral de la barbarie” –así habla de nosotros el periódico Le monde. http://www.proceso.com.mx/?p=317830.  El pleito MVS-Gobierno sigue. Carmen Aristegui escribió el viernes sobre esto: http://www.mediatelecom.com.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=27937&catid=9&Itemid=35.  También sigue el problema del huevo mexicano, sigue hasta 45 pesos el kilo. Con él han subido todos los precios, de alimentos y gasolina, la inflación subió de 3.49% el año pasado a 4.45% este año.

Entre otros

Negamos la comunidad en el momento en que la dejamos de lado por el bienestar individual; negamos la comunidad una vez que aceptamos que el otro sólo sirve para alcanzar nuestros fines; negamos la comunidad una vez que creemos poder ser felices sin el otro; lo hacemos cuando, de alguna u otra manera, sentimos que el otro nos estorba y no nos permite el “crecimiento individual”. Somos hombres en un constante cambio, que olvidan lo que realmente son al ocultarse en lo que quisieran ser; fabricamos imágenes de lo que quisiéramos ser, y nos esforzamos por lograr aquello que creemos nos dará la felicidad; nos acompañamos de otro mientras éste caminan por el mismo lugar, pero en cuanto creemos que no conduce a nuestra felicidad, abandonamos al “compañero andante”, tomando la mano de otro que nos acompañará por algún tiempo en un distinto camino (durante algún tiempo, mientras no se cruce una mano que parezca extenderse hacia nosotros y prometa mayor felicidad). En cuanto el compañero de viaje frena para ver que camino es mejor, y vemos una mano que parece darnos mayor bienestar, cambiamos de compañero. En el nuevo rumbo, nos deja de importar que sea del compañero anterior, pues el otro es importante sólo mientras nos acompaña en el camino; es importante que esté para no caminar solo, y no para caminar con un amigo. Así, se usa y se abandona a las personas, por compañías que parecen prometer entregar la felicidad. Nos hemos olvidado del otro por el miedo que nos causa olvidarnos de nosotros mismos. Es distinto caminar con otro que hacerlo junto a otro. La sobrevaloración del crecimiento individual, nos hace andar junto a otros que buscan su crecimiento individual, pero no caminar con ellos. De esta manera, si vamos hacia la misma dirección, es por accidente, pues, aunque se tiene el mismo fin, no se tiene un fin común. Cada uno busca lograr su progreso individual sin importar si el otro logra su fin, muchos comparten el mismo fin (su progreso individual), pero el fin no es común (ya que lo único común, ante los fines particulares, es la idea crecimiento individual).

Tirana cazadora

Anoche volvió a visitarme. Su ataque me tomó por sorpresa, como siempre, y aunque quise defenderme, fue inevitable rendirme. No soy su única víctima, mucho menos la primera ni la última; bien lo sé. Ataca a cualquiera que encuentre a su paso, sin importarle si se trata de un animal o un humano, de un varón o una mujer, de un joven o un viejo, si es alto o chaparro, gordo o flaco, peludo o calvo… Simplemente, no hay quien de ella pueda salvarse.

Todo lo tiene fríamente calculado. Lleva tanto tiempo robándole la paz y la calma al mundo entero que sabe a la perfección cuál es el momento idóneo para atacar a su presa; sólo es cuestión de esperar. La paciencia es su virtud y su aliada en todas y cada una de las batallas. Una vez que ha elegido a la víctima, ya no la suelta, está acechándola de cerca, muy de cerca, esperando ese momento propicio en el cual aquélla se encuentre completamente desprevenida para entonces abordarla y asestarle el golpe fatal que la dejará indefensa. Lo único imprevisible de ella es el blanco de su ataque. Nunca sabes si será uno o serán varios ni cuál o cuáles serán, pues aunque prefiere los sitios más recónditos y de difícil acceso de tu cuerpo, bien puede optar un día por el cinismo y atacarte justo frente a tus ojos sin que tú puedas siquiera verla; así de escurridiza es. Por más que uno intenta estar atento y en guardia, siempre encuentra la forma de evadirlo y una tras otra sus victorias se acumulan, dejándolo a uno sumido en su derrota perenne y con las nuevas heridas del mortal enfrentamiento.

Quien ha sufrido su ataque, no ha de olvidarlo jamás. Comienza con un pequeño cosquilleo, casi imperceptible, que de tan inocente uno termina por ignorarlo. Poco a poco nos dirige a su trampa y una vez que hemos caído, no hay vuelta atrás. La intensidad del cosquilleo aumenta hasta convertirse en algo insoportable y, en ocasiones, hasta doloroso. Es entonces cuando cedemos ante el ataque y no hay bandera blanca que valga; no nos queda más que tallar y rascar la zona afectada, ese blanco elegido, para eliminar todo rastro que haya quedado de su vil ataque. Es aquí cuando nos sabemos vencidos y la reconocemos vencedora, aunque sea a regañadientes.

¡Maldita! ¡Mil veces maldita, ella y su nombre legendario! Ése que empieza con “c” de cazadora, de canija, de cruel… Comezón se hace llamar la muy tirana.

Hiro postal

El amor que va y viene

 

Revisitando tres poemas de la Antología Griega

 

De Calímaco de Cirene (con dedicatoria)

Sé que en mis manos no hay riqueza,

pero ya no me recuerdes, Menipo,

¡por las Gracias!, a mi propia tristeza.

Pues es doloroso oír, querido,

día tras día la misma pieza.

De todo lo que de ti yo recibo,

es la menos amable destreza.

 

 

De Asclepiades de Samos

Dulce para el sediento

es la nieve en verano.

Dulce para un marino

ver la Corona al viento.

Pero es mucho más dulce

una cobija que cubre

a un bello par de amantes

de Afrodita honrantes.

Nota: El poeta se refiere a la Corona de Ariadna, que marca el inicio de la temporada de navegación.

 

 

De Dioscórides Epigramático

Céfiro, entre los vientos suave,

devuélveme lo que te llevaste,

a Eufrágoras el peregrino,

tan bello como tú lo tomaste.

Y no me lo devuelvas muy tarde,

pues para un amante tan fino

hasta mil años un instante valen.

 

 

Parte de guerra 2012. 664 ejecutados al 24 de agosto.

Voces de la caravana. “Alguna vez una persona que se enteró de que me habían matado a cuatro hermanos me dio un libro del Dalai Lama. Lo empecé a leer y aprendí muchas cosas. Pero todo lo que aprendía se me borraba cuando iba a las procuradurías de mi país a buscar justicia. Ahí no puede ni el Dalai Lama”. Rafael Trujillo, miembro de la Caravana por la Paz, 20 de agosto de 2012.

Coletilla. “La vida no es más que un olvido perpetuo”. Maximiliano de Habsburgo