“…hago lo que puedo para olvidarme,
mejor que se vaya borrando de nuevo hasta otro sueño”
J. C.
Aquellos fueron los días. Eran tiempos felices. Días que olían a jazmín y a vainilla. Días en que el pasado no pesaba y el futuro sonreía. Amarillos. Aquellos días no se le olvidaba saborear cada momento, eran días en que se tomaba su tiempo. Cuando la decisión no era un problema: sabía lo que quería, cómo y a dónde iba. Días buenos en que a él no le dolía la soledad ni la ignorancia. No faltaba ni sobraba tiempo; sin aburridas ni prisas. Días del perfecto justo medio, sin excesos ni defectos. Eran días de plantar árboles y cuidar los frutos y flores. Días que parecían inútiles pero se sentían riquísimos. Días en que el cielo era del azul extinto y las nubes querían historias contar. Días con noches estrelladas, noches calladas que dejaban que la música del universo se volviera a escuchar. Aquéllos eran días en que las noticias, el gobierno y las letras no cantaban sangre ni tristezas. Días en que su madre lo creía bueno. Días claros en que comprendía la justicia, era bueno en la música y también en geometría. Días de leer la Biblia, cuando Dios le regalaba cada tarde una nueva interpretación sacada del fondo de su corazón. Días sin vacíos ni espantos peores. Días en que entendía y además lo entendían, pero el asombro seguía. Días no sólo de inteligencia, sino de sabiduría. Sabía siempre qué decir, pero más aún, se comprendía muy bien a sí. Aquellos días fue el hombre que siempre quiso y que nunca había sabido ser. Pero llegó un día nuevo que ya no era como aquéllos, ese día despertó y supo que aquellos días fueron una noche y en un sueño. Esa noche había soñado los colores, los olores, las palabras, las figuras, la virtud y las ideas. Fue la noche que cruzó fronteras. Navegó todos los vientos y todas las olas. Esa noche, lo supo, fue la noche que soñó todas las cosas. Este nuevo día despertó y otra vez se llamaba Pedro. Pero este día nuevo y más gris comprendió algo nuevo. Este día que ya no era como aquéllos; por vez primera, con una lágrima, comprendió de qué se trataba eso que llamaban nostalgia.
PARA APUNTARLE BIEN: Esto es de Juan Ramón Jiménez
¡QUÉ TRISTEZA DE OLOR A JAZMÍN!
¡Qué tristeza de olor de jazmín! El verano
torna a encender las calles y a oscurecer las casas,
y, en las noches, regueros descendidos de estrellas
pesan sobre los ojos cargados de nostalgia.
En los balcones, a las altas horas, siguen
blancas mujeres mudas, que parecen fantasmas;
el río manda, a veces, una cansada brisa,
el ocaso, una música imposible y romántica.
La penumbra reluce de suspiros; el mundo
se viene, en un olvido mágico, a flor de alma;
y se cogen libélulas con las manos caídas,
y, entre constelaciones, la alta luna se estanca.
¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos
están abiertos; hay en todas partes miradas
calientes… Por el fondo de cada sombra azul,
se esfuma una visión apasionada y lánguida.
MISERERES: El ataque a diplomáticos estadounidenses revela tratos “secretos” con Estados Unidos -dicen expertos. Sin embargo el incidente se sigue investigando –dicen las autoridades. “México, espiral de la barbarie” –así habla de nosotros el periódico Le monde. http://www.proceso.com.mx/?p=317830. El pleito MVS-Gobierno sigue. Carmen Aristegui escribió el viernes sobre esto: http://www.mediatelecom.com.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=27937&catid=9&Itemid=35. También sigue el problema del huevo mexicano, sigue hasta 45 pesos el kilo. Con él han subido todos los precios, de alimentos y gasolina, la inflación subió de 3.49% el año pasado a 4.45% este año.
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