Sin palabras.

Nos quedamos sin palabras. Bella expresión que señala al lapidario peso que impone el silencio en nuestros labios cuando parece que ya no queda nada por decir, cuando hablar está de más y cuando cualquier voz emitida en ese momento rompe con la armonía entre lo que sentimos y lo que pretendemos expresar.

Es difícil quedarse sin palabras sin sentir el deseo de hablar, de decir algo más allá de lo que ya está comunicándonos el silencio, ya sea cuando tratamos de hablar con otro o cuando hablamos con nosotros mimos como otro. Esto nos muestra el aspecto aterrador de quedarnos mudos, de no poder hablar más respecto a algo que efectivamente nos preocupa, de no habernos encontrado con los límites de nuestro discurso y de nuestra capacidad para decir lo que somos y lo que hacemos.

Quedarse sin palabras, no es quedarse mudo, no es no hablar por no tener la posibilidad de hacerlo, es no hablar sabiendo que lo que se hable no alcanzará a decir lo que deseamos. Es una imposibilidad diferente de aquella que padecen los hombres con afasia, pues no es imposibilidad física, sino anímica.

Si bien el acto de hablar nos puede enseñar de nosotros que somos seres pensantes y capaces de relacionar una cosa con otra, quedarnos sin palabras corrobora que también somos seres que al pensar nos percatamos de los límites de nuestro propio pensamiento, es decir que vemos que hablamos al ver que callamos.

Maigo.