Dedicado con mucho cariño a O. G. M
El monje, en completa y humillante soledad, exhaló su último aliento. Cuando encontraron su cuerpo no era más que despojos apenas reconocibles de lo que alguna vez fuera un ser espiritual. Ni un discípulo, ni un amigo estuvo a su lado en el último momento –ni siquiera cuando fue arrojado a la fosa común. Nadie le lloró.
Años después floreció un pequeño manzano justo en el lugar donde murió el monje. Reverdeció durante pocos años pues parecía no dar frutos ni dejar descendencia alguna a su alrededor. Cuando se marchitó lo cortaron de raíz y lo hicieron leña. Nadie supo nunca que lejos de ahí, en otra comarca relativamente lejana, habían ido a parar todas sus semillas, convirtiendo una agreste estepa en un hermoso bosquecillo.
Gazmogno