Plegaria

El peregrino se detuvo a mitad del bosque y se sentó a esperar la muerte. Sabía que ese era el último lugar, el punto que le pondría fin a la plegaria que había estado escribiendo durante tantos años con su andar.

 

Gazmogno

El Camarote

Good readers, know this: Hades is wet. Hades is lonely.

-El personaje sin nombre en Marooned, de Max Shea

El viento sopla tan fuerte que la madera se queja desde fuera. Estando dentro de la casa de mi padre el sonido será menor. Casi no lo recuerdo. Sólo tengo por seguro que siempre le gustó escribir historias de piratas. Cuentos sobre cuevas encantadas en islas cuyos senderos no habían sido nunca explorados, sobre barcos de espantosos marinos condenados que surcaban el mar buscando el camino de vuelta al mundo humano, sobre hermosas mujeres en cuyos ojos se veían las puertas del Infierno, sobre callos filosos como garras, sobre torbellinos más hondos que el Cielo, sobre iras divinas.

Nadie sabe a dónde fue después de la noche en que desapareció, y yo no tenía idea de que se había perdido porque desde muy chico decidí no volver a saber nada sobre él. Pero ahora ha pasado mucho. He venido de vuelta a casa, y sus muros me reciben con faces tan torvas que no puedo despegar de mi piel el miedo de ser enemigo. Los muebles me miran desaprobando mis pasos, las alfombras escupen su polvo a mis pies, siento el rechazo tan cerca como mi propio sudor. Llego por fin al macabro cuarto en el que las sombras se hacían chicas y grandes y chicas de nuevo teniendo allí dentro a mi padre aprisionado en su anhelo secreto. «El Camarote», lo llamaba; nosotros le decíamos estudio. Entro a él con solemne cuidado, encendiendo una vela -pues no hay electricidad en la casa, ni habitación más obscura que ésta-. Y entonces veo que allí están: las piezas de la complicada vida de este sencillo hombre. Los miles de papeles agolpados en pilas y tirados por doquier reciben al odioso forastero en que me he convertido con los años. Dios mío, ¿cuándo tuvo tiempo de escribir tanto? ¡No se ve nada más que papeles! ¿Por qué llamaban tanto su atención estas historias? ¿Cuál podría ser su encanto? ¿Por qué navegantes, por qué?

No conocía ninguna de las páginas, ni de los dibujos, ni de los diseños de estos cuentos de sal. Tan sólo darme cuenta de que es imposible saber cuántos son me marea. Me pregunto con palpitante insistencia: ¿por qué escribía todo esto, por qué?, y mientras, hago un montón de hojas amarillentas a un lado para hacer base por fin en la vieja silla de terciopelo arruinado. La vela la acerco a mi hallazgo y con su baile de luz enfoco un trozo de papel. Luego el siguiente. Y el que viene, con más desconcierto cada vez. ¡No tiene sentido! Una frase empezada quién sabe dónde y un recuento que no termina aquí. Sólo fugaces fantasmas que ondean a lo lejos. El nombre de alguien que se pierde en la siguiente frase, el galeón hundido sin nada que lo hunda, el botín que no da cuenta de qué contiene. ¿Cuántas historias habría aquí mezcladas, confundidas, interpuestas e indistinguibles? ¿Cómo podría encontrar la página que le seguía a alguna otra entre este incontable caudal de imaginación náutica? ¿No habrá números, o marcas de algún tipo? ¿No habrá guías? Tomo una nueva hoja, tomo otra, y otra más. He superado los ásperos tratos de la casa hostil, sus insultos ya no me ofenden. Afuera el viento parece apurarme, pero el apremio lo siento bien dentro. Parece cada pliego ser su propia historia y desesperar más mi búsqueda, cada palabra es su propio idioma, cada letra un conjunto distinto de grafías. Parece inconquistable, pero no me cansaré. Tengo que encontrar el sentido. Hasta que se consuma el filo último del pabilo seguiré buscando y leyendo una a una. Hasta que sepa qué silente hilo conecta estas vidas al mundo. Hasta que sepa qué mueve a un hombre a entregarse al hondo numen del mar.

Una comunidad de ladrones.

Aristóteles señala que toda actividad humana tiende hacia una idea de bien, lo que significa que no actuamos sin la esperanza de que de lo hecho en cada instante se desprenda algo bueno. Sin embargo, esta esperanza puede ser ciega, pues no siempre, por no decir casi nunca, tenemos conocimiento de las consecuencias de nuestros actos. Lo que significa que la mayor parte del tiempo actuamos con los ojos aclarados o cegados por una idea de lo bueno, claridad u obscuridad que depende de lo clara que sea nuestra idea de lo que aceptamos como bueno, pues bien puede darse el caso de que veamos como bueno lo que sólo es útil, o lo que terminará por perjudicarnos.

Teniendo esto en mente resulta interesante el acercamiento que podemos tener con el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones exterminados por una esclava, en el cual se maravilla al lector con la posibilidad de que exista una comunidad de ladrones que ha sobrevivido desde antaño al paso de muchas generaciones, las suficientes como para que se llene una cueva con monedas de oro pertenecientes a reinados de príncipes de los que ya no se recuerda el nombre

Veamos a grandes rasgos los pormenores de este relato que lleva a Scherezada varias noches de continua narración, hasta donde todos sabemos Alí Babá es un pobre leñador que se encuentra por azares del destino con una horda de ladrones, la cual es comandada por uno de ellos, lo que nos habla ya de cierta organización que permite a esta comunidad subsistir al paso del tiempo y a la actividad propia de cada uno de los miembros que forman tal comunidad. Este singular grupo de bandidos, se dedica a asaltar caravanas que transitan en el desierto y guardar lo robado en una cueva a la que sólo se tiene acceso mediante palabras mágicas. Sin dejarnos llevar por la maravilla que supone encontrar una cueva que abre ante el poder de cierta fórmula, quedémonos en el examen de la comunidad de ladrones.

Esta comunidad es necesaria para la subsistencia de los mismos, pues absurdo sería que cada uno de los individuos que la conforman se dedique por su propia cuenta a asaltar caravanas bien resguardadas y armadas, lo peculiar de tal organización humana es que ésta no se disuelva una vez que se realice el reparto del botín, prueba de ello es lo viejo y cuantioso de los tesoros contenidos en la cueva, que es de uso común. Esta peculiaridad nos indica que lo buscado por los ladrones con su actividad constante no es sólo la obtención de riquezas para vivir, es un bien mayor y diferente del mero disfrute de la riqueza obtenida.

Viendo tal, podemos preguntar ¿qué es lo que motiva a estos cuarenta hombres a permanecer juntos y a condenarse a muerte en caso de no encontrar al ladrón que furtivamente a entrado a robar a su cueva, del cual les consta que no es uno de los miembros de la cofradía? Si pensamos de manera simplona y apelamos a lo cuantioso del tesoro guardado en la cueva, podemos pensar en que la idea de bien que gobierna el modo de actuar de estos peculiares ladrones es la acumulación de riquezas, pero tal acumulación carece de sentido cuando no sirve para nada, es decir, cuando es ajena al disfrute o a los honores que ésta podría traer consigo.

Pensando un poco en el honor y en la búsqueda del mismo, es posible que encontremos la razón de ser de una comunidad de ladrones, siempre que no ubiquemos los honores recibidos entre los admiradores de la opulencia, sino entre los admiradores de la bravura, es decir, entre aquellos que saben lo difícil que es obtener riquezas cuando éstas son robadas a las caravanas y no a viajeros particulares que indefensos vagan por los desiertos en busca de fortuna. Siendo el reconocimiento de la actividad diaria lo que se busca, qué mejor que cuando éste proviene de seres que de igual manera se dedican a lo mismo, y no de criaturas ajenas a los peligros que rodean lo obtenido. De ahí que quizá lo que más molesta a los ladrones con los que se enfrenta Alí Babá, no sea que les robaran los trofeos a su valor y al de sus antepasados, sino que lo hicieran de una manera tan miserable, es decir, sin un enfrentamiento de por medio. Lo que bien los lleva a arriesgar sus cuellos para encontrar pronto al ladrón, que sin pertenecer a la cofradía los despoja del fruto de sus riesgos y pone en peligro la existencia de la comunidad entera.

Pensando así a una comunidad de ladrones, podemos ver que lo que une a la misma, no es sólo el hecho de que sean ladrones y que se dediquen a lo mismo, sino que todos buscan algo que está más allá de los límites de la riqueza tangible y acumulable, e incluso más allá de su hacer diario. En este caso bien puede ser el honor y el reconocimiento de aquellos que pueden ver la superioridad, en la manera de hacer lo que se hace, lo que une a ladrones que en pos su seguridad no se muestran como tales más que entre sí mismos.

 

Maigo.