Eternidad y gloria

Si la luz de nuestra vida fuera eterna, nunca seríamos recordados. Aunque ser recordado es una manera de ser eterno; la gloria nos hace eternos –o cercanos a ello. Las acciones nobles que uno logra realizar a lo largo de su vida, le permiten obtener la gloria necesaria para ser recordados por varias generaciones –sé que las acciones despreciables también son recordadas, pero también sé que muchas de ellas deben ser olvidadas, por no tener gloria. La gloria se logra con las acciones nobles, lo contrario es el desprecio que lleva al olvido.

Entre más grandes son estas acciones (las nobles) más cerca de la eternidad se encuentran. Cuando la llama, que se haya en el corazón, se apaga, el resplandor permanece durante un tiempo, hasta que se convierte en sombra; igual que todas las sombras en las que se ha extinguido la llama del corazón. Este resplandor es el brillo que, lo quiera o no, uno deja para que los demás lo vean. Dependiendo de las acciones, que tan nobles o no sean, durará la luz que se enciende a lo largo de la vida y que continúa después de la muerte. Las cosas que merecen ser recordadas brillan con más fuerza y por más tiempo. Con el paso del tiempo, que todo cambia y la luz se va extinguiendo. Hay quienes son recordados por varios siglos; otros, resplandecen por una generación; y están, quienes al morir ya son sombras.

Cuando alguien muere, para nosotros lo que perdura es el recuerdo; sigue presente. Al ver con los ojos a alguien que acaba de morir, vemos su cadáver; si al ver ese cadáver recordamos a quien pertenece, vemos a la persona. Está más presente la persona cuando viene su recuerdo, que al momento de sólo ver su cadáver. Por eso es la llama del corazón –no la de la maquinaria, sino la del espíritu- la que mantiene siendo con su luz lo que uno fue, ya que ésta perdura en el recuerdo. El resplandor de una persona muestra quién fue. La llama de la vida comienza, y tarda años en encender completamente. Así como la llama de una vela que poco a poco se consume, la llama de la vida, poco a poco se consume también. Cuando la vida es digna de gloria, contrario a la llama de la vela, que se consume en un pabilo que no siempre se termina, la llama del corazón explota y deja un resplandor. Permanecemos en la permanencia de la luz hasta ser olvidados igual que ella. Pues en cuanto el resplandor comienza a extinguirse, comenzamos a volvernos sombras y en la oscuridad formamos parte del todo. Es el momento en el cual se pierde particularidad en la totalidad, nos hacemos uno con todo lo demás. Entre nosotros, es la única manera como se otorga la eternidad y la gloria; entre nosotros y Dios, sé que es de manera distinta y más deseable.

Ojalá a mi muerte me recuerden mucho y me lloren poco –que yo haré lo mismo con mis muertos, a quienes amé y seguiré amando. Ojalá, nos tenga Dios entre sus brazos.